porque mi alumnado llegó a los dragones fundamentalmente por el cine, y sobre todo por el cine emitido por televisión. Desde el niño que se maravillaba y espantaba ante todas las posibilidades que se ocultaban en ese fragmento de mapa marcado con el hic sunt dracones hasta el que se fascina con las imágenes móviles y sonores a las que asiste desde su sofá: lo que importa es la ficción, la presencia del dragón, su vuelo sincopado, el fuego asesino o redentor, la doma, el pánico o el amor.
La lectura de ficción no ha muerto, pero las formas de entretenimiento se han diversificado enormemente en el último siglo. Consumimos ficción, mucha más que antes, pero en formatos muy variados. A la recepción de relatos orales y la posterior aparición de la novela le sucedieron la radio, el cine, la televisión y los videojuegos. Y quizás, como en tantas otras cosas, nos cueste asimilar el cambio. Quizás hacer tanto hincapié en la promoción de la lectura sea una reminiscencia de la explosión de alfabetismo burgués del XIX. Sí, leer una novela puede ayudarnos a fortalecer múltiples mecanismos necesarios para una recepción más profunda y vertical del mundo, pero ¿no así una película? ¿No una serie televisiva? ¿No un videojuego? Piensen en su imaginario fantástico, en todo ese entramado de personajes ficticios que les acompañan, les ayudan, les enseñan, a los que aman, a los que temen u odian, a los que respetan o desprecian, con los que crean analogías constantes para oponer a la vida real, a esa que duele o place sin remedio posible… junto a los librescos, ¿no hay muchos ya televisivos, del cine o los videojuegos?
Quizás merezca la pena apostar no por la lectura, sino por la ficción, por la buena ficción independientemente de la forma en la que se presente, abrazar su diversidad y aprovecharla: ayudadles a que lean, a que vean cine y televisión, a que jueguen; decidles que ficcionen y que no dejen de hacerlo nunca. Los dragones existen.
Vale.
Para mis tres dragonas, que ya vuelan
]]>Los mejores enemigos. una historia de las relaciones entre Estados Unidos y Oriente Medio. Primera parte, 1783-1953 (Jean-Pierre Filiu & David B., Norma Editorial, 2012). Sumamente interesante y con un guión muy bien estructurado para hacer comprensible este galimatías. Que sigan haciéndose buenos cómic-ensayo como este.
Kafka (Robert Crumb / David Zane Mairowitz, La Cúpula, 2010). Todo un portento esta especie de ensayo biográfico sobre Kafka. Y los dibujos de Crumb… difícilmente puede imaginarse otro estilo mejor para esta empresa. Echen un ojoa algunas de sus viñetas
Sen mirar atrás (Dani Montero, Demo Editorial, 2010). Cómic bien dibujado, bien narrado, aunque con algunas dificultades para manejar los saltos poco realistas de la trama.
Bukowski (Mathias Schultheiss, La Cúpula, 2010). Un puñado de relatos de Bukovski llevados al cómic por Schultheiss, cuyo estilo —en la estela Crumb— es perfecto para la suciedad y la mugre de las historias que cuenta.
La señorita Else (Manuele Fior, sins entido, 2011). El libro, las ilustraciones de Fior, son muy hermosas, pero a mí me interesa poco (o logró interesarme poco) la historia que cuenta la novela de Schnitzler de la que es adaptación.
La vida es buena si no te rindes (Seth, sins entido, 2004). Me encanta Seth. No me importa que este libro apenas varíe el planteamiento y el tratamiento de Wimbledon Green y de La Hermandad de los Historietistas del Gran Norte.
Aventuras de Cacauequi (Jacobo Fernández Serrano, El Patito Editorial, 2008). Me encanta el estilo de Jacobo Fernández, sencillo-entrañable, aunque la historia, sin estar mal, merecía más.
Astérix y los Pictos (Ferri y Conrad, Salvat, 2013). Creo que voy a dar una opinión ya repetida mil veces: el mejor album desde que se murió Goscinny. Dicho eso, ¿para qué seguir con la saga?
Obra reunida (Mario Bellatin, Alfaguara, 2013). Los relatos de Bellatin, algunos novelas cortas, se desvelan aquí, todos juntos, como partes de una novela inmensa, de una obra en curso: tramas entrecruzadas, personajes que se repiten, otros que hablan de lugares que aparecen en otras historias… y esa extrañeza común a todos, un extrañamiento, enajenación, que se adentra y sale del surrealismo sin llegar a serlo ni ser otra cosa. No me gustan, no si asimilamos «gustar» a pasárselo bien, no siempre al menos… sin embargo es de los pocos autores que me generan un estado creativo, su lectura me excita la creatividad.
El hombrecito (Chester Brown, La cúpula, 2013) Tras __ esperaba mucho, pero creo que esta recopilación de historietas del autor es más una curiosidad que otra cosa. Eso, curioso.
Esta es mi última tanda de microrreseñas para estos Textos del cuervo. Soy consciente de la falta de interés general, y de la falta de rigor crítico: fue más que nada un ejercicio de disciplina, leer, leer mucho y obligarme a decir algo de cada lectura. Sé, también, que, aunque luchaba por evitarlo, el saber que después debería decir algo actuó como guía poco visible para elegir las lecturas, algunas al menos.
Me quedará diciembre por reseñar, pero lo adelanto: ando enfrascado en la lectura laberíntica de La casa de hojas de Mark Z. Danielewski. Me llevará, seguramente, el mes entero. Extremadamente divertida, extremadamente retadora; y exasperante: si no la he abandonado es porque he aceptado la invitación del autor a entrar en su juego, uno de esos en los que sangras y sufres con mucho gozo. Quizás lo cuente, en algún sitio, algún día.
]]>6. Y esa pérdida o difuminación de la autoridad trae consigo la debilidad de los cánones, los de todo tipo: no sólo los literarios o artísticos, con multitud de proposiciones, metamorfosis y rarezas impensables de ver en una cultura oficial, sino también el de la crítica, con variedad de voces poderosas aportando su visión marginal a todo el mundo.
7. Y la explosión de la divulgación del conocimiento, de todo tipo de conocimiento que supera las barreras de revistas, libros, medios, disciplinas canónicas o baremos de saberes de prestigio para encontrarse un gigantesco páramo que burbujea saber, todo el saber, el más insignificante, el más anecdótico, el mejor explicado, el más absurdo, el que nunca imaginaste que pudiera interesarle a otro.
8. Y envolviendolo todo, el verdadero motor de esta nueva forma de cultura, el que marca la diferencia fundamental con la industria cultural, el aspecto al que realmente tiene que temer si quiere seguir sosteniendo un modelo vertical: el altruísmo, el afán de compartir, el desprendimiento de tus saberes o habilidades desinteresadamente para que cualquier otro los recoja y se aproveche de ellos. Les dejo con un ejemplo, uno de tantos a los que podría entrevistarse en el documental:
]]>En el año 1995 no tenía ni pajolera idea de cómo se conectaban los ordenadores en red hasta que un día necesitamos poner a trabajar a más de 30 equipos de una oficina para renderizar imágenes de forma coordinada y crear una animación. Todo aquello era misterioso, caro, y si querías saber más tendrías que pagar cursos especializados en lenguajes y protocolos patentados cuyos secretos se guardaban bajo siete llaves. Hasta que alguien me habló de la Red. Así aprendí, mediante listas de correos y Usenet, que había todo un mundo de gente dispuesta a intercambiar conocimientos, ideas, software y ayudar para que tu también pudieras adquirir dichos conocimientos. Les debo mucho y ya he tenido oportunidad de agradecerlo bien en persona o, esa era la idea, ayudando a otros.
Cayetano Lupeña, Cultura libre
2. Problema de la terminología: ¿seguimos utilizando el término «cultura»? ¿Sería más apropiado y justo «conocimiento»? El término «cultura» tal y como es utilizado actualmente por el lenguaje del poder (perdón, pero entiéndaseme: por aquellos que dialogan con los poderes fácticos y tienen la capacidad de influir directamente en ellos e infiltrarse, como colegas o hermanos ligeramente díscolos, en los aparatos que aseguran el status quo). No me gusta la alternativa adjetivada «cultura libre», me parece algo presuntuosa e infantil, pero tampoco soy capaz de proponer otra más útil y exacta.
3. Porque lo que es evidente es que la cultura no está en crisis, ni lo ha estado nunca, ni lo estará; muy al contrario, estamos en un momento de explosión de la emisión de conocimiento (científico, artístico, de ficción…) sin parangón en la historia de la humanidad. Lo que está en crisis es la industria cultural, un modelo con menos de un siglo de funcionamiento y que corre parejo al auge y crecimiento del capitalismo. Si acaso, pues, estaríamos ante un cambio de modelo.
4. Y más que cambio de modelo, recuperación y adaptación de otro más antiguo: el medieval, el de la cultura oral, popular, un mar de voces más o menos anónimas que tienen en la repetición y la modificación, en la creación local y limitada su herramienta creativa y de difusión. Un modelo horizontal —con muchos matices— frente a uno vertical. Un modelo democrático (cualquier ciudadano puede ser alcalde, concejal, presidente) frente a uno monárquico en el que la distinción se hereda o se logra ejerciendo el papel de Cenicienta: esperando que el príncipe te salve del anonimato.
]]>Sancho agoniza en su cama. El dolor no le deja pensar con claridad, hace tiempo que es como una nube molesta y difusa que lo humedece todo. El cura le aplica una compresa mojada en la frente, el cuello, los labios, tratando de que el pellejo que cubre sus dedos no resulte brusco ni ajeno. Quiere hablar, cada palabra es una bola con clavos que le atraviesa la garganta, calla, guarda silencio, tranquilo, tranquilo, el señor ya te espera y no hay dolor en su seno, sino paz y descanso, calla, Sancho, calla, pero insiste, el esfuerzo le llena los ojos de agua, y lo dice, un murmullo que parece elevarse desde la medula, atravesando el hueso, los órganos, la piel, brotando con violencia por los poros, ¿fue verdad, señor cura? ¿Fue verdad? Y Sancho se acaba sin llegar a comprender la respuesta del cura, que siente de pronto el peso de todos los muertos que asistió en su ya demasiado larga vida.
¿Quién enseñó a Celestina a manipular el ala de dragón y la sangre de murciélago? ¿Quién gozó su cuerpo fresco y duro? ¿Quién le enseñó las artes oscuras del prostíbulo?
¿Qué contestó «Vuestra Merced» a Lázaro?
¿Cuál sería, muchos años después, el último pensamiento de Don Latino de Hispalis cuando le atrapase la muerte?
]]>El título universitario que me permitió opositar fue el de licenciado en Filología Hispana. Cinco años de estudios en los que ni una sola asignatura tenía que ver o hacía referencia a la enseñanza, lo que quince años después sigue igual. Aprendí muchas cosas, claro, y adquirí conocimientos que indirectamente me sirven para ejercer la docencia, pero ninguna indicación, técnica, método para aplicar esos conocimientos en un aula.
Tras obtener el título, requisito indispensable para poder matricularse en las oposiciones de la Enseñanza es realizar el CAP), Certificado de Aptitud Pedagógica. Por entonces, y creo que no ha cambiado demasiado, consistía en un cursillo de unas cuantas horas del que no recuerdo absolutamente nada; al terminarlo te asignaban un instituo de Secundaria en el que tenías que hacer las prácticas, teóricamente consistentes en que un tutor, profesor de ese instituto, se encargaba de introducirte en el mundo de la enseñanza práctica, guiándote, introduciéndote en el aula y, finalmente, encargándote la impartición de alguna clase. Bien hecho es mejor que nada. Insisto: mejor que nada. Pero les cuento mi caso y el de, por lo que yo sé, la mayoría: llegué al instituto, me presenté a mi tutor y este, sumamente amable, me enseñó las instalaciones del centro, me metió en un aula en la que se estaba impartiendo clase, me presentó, para mi sonrojo, a los alumnos, y me llevó a su despacho, lugar en el que me aconsejó leer a Vygotski y me dijo, con una gran sonrisa, que no hacía falta que volviese por allí, y no me pareció mal.
Entonces me puse a preparar oposiciones; el proceso consistía en estudiar, creo recordar setenta y tantos temas divididos en las historia de la literatura por un lado y la lingüística y pragmática por otro. Y sí, había un tema, uno, titulado Didáctica de la literatura. Paralelamente, acudí durante una temporada a clases prácticas en las que un estupendo profesor, que fue con el que más aprendí en toda mi vida estudiantil, nos ayudaba a preparar la parte práctica, comentario de textos literarios, lingüísticos y filológicos. Aprobé al cuarto intento. Tuve mucha suerte, es imprescindible tenerla; estudié mucho, pero tuve mucha suerte: en el primer examen, eliminatorio, tocó el tema del Ensayo; lo dominaba bastante bien, pero jugué también con otro parámetro: es uno de esos temas que casi nadie domina, incluido el jurado; y yo tengo mucha imaginación. Aprobé. Segunda y definitiva prueba, la encerrona: presentas una programación didáctica y el Tibunal te da a escoger entre dos temas para que expliques cómo los enseñarías en un aula. Me tocó el que mejor dominaba y del que más material didáctico tenía: el Teatro del Siglo de Oro. Y aprobé. La prueba consistía en decir cómo enseñarías tu ese tema, no en dar una clase práctica. En cualquier caso, el Tribunal está compuesto por profesores que recibieron la misma enseñanza que recibiste tú.
Y entonces empiezas a dar clases. El primer año estás a prueba. Es una manera de decirlo, no conozco a nadie que no la haya superado: te asignan un tutor en el instituto al que te destinan, tutor que invariablemente se limita (yo he sido tutor posteriormente, qué vas a hacer si no) a firmar el apto al finalizar el curso.
Ah, y falta lo mejor: los cursos de formación, la conocida como formación permanente, un chiste inservible que se utiliza casi con exclusividad para ganar puntos o acceder a los sexenios. Vale infinitamente como mérito para cualquier cosa relacionada con la docencia que yo, profesor de lengua y literatura, haga un curso online de Excel que publique una novela juvenil o una antología de poemas del Renacimiento.
Así que cuando te plantas en un aula nada en tu formación te ha preparado para establecer una estrategia de enseñanza de los muchos conocimientos que has adquirido (y digo conocimientos, porque no has adquirido ninguna otra cosa), nada sabes —más allá de lo que te haya enseñado Lev Vygotski— sobre los adolescentes, nada sobre resolución de conflictos, detección de problemas cognitivos, métodos de evaluación… y nada sobre otros muchos cargos o tareas que seguro te verás obligado a asumir antes o después, como el de bibliotecario, tutor, técnico en ordenadores, dinamizador de, gestor de personal, secretario, director de un centro o vigilante, entre otros muchos. Pero qué demonios, tenemos muchas vacaciones, y afortunadamente el estado tampoco nos indica cómo utilizar el tiempo libre.
]]>Casa Babili (Dulemi / Rojo / Carbajo, Norma Editorial, 2013). Se me hizo pesado. Documentalmente, o como modo de entender mejor cómo afectó al ciudadano iraquí la invasión de Estados Unidos, es bastante completo, pero le falta chispa y ritmo.
La isla sin sonrisa (Enrique Fernández, Glénat, 2011). Muy bonita historia en la que lo fantástico y lo sentimental se enhebran para resultar una historia algo clásica pero llena de matices y lirismo.
El caserón del acantilado (Marcos B, Autoeditado, 2013). Meritorio ejercicio de autoedición orientado a niños casi adolescentes. Decente.
Jimmy Liao, El sonido de los colores (Barbara Fiore Editora, 2008) y Esconderse en un rincón del mundo (Barbara Fiore Editora, 2010) Yo de Jimmy Liao ya no digo nada más que el que no lo haya leído se ha perdido una de las cosas más hermosas que se pueden disfrutar en este mundo. Y ya.
Las aventuras de Huckleberry Finn (Mattotti, Norma Editorial, 2013). Visualmente es un portento, y la historia, bien adaptada, ya la conocen.
A neta do señor Linh (Philippe Claudel, rinoceronte, 2010). Un gran descubrimiento, una de esas novelas que te impregnan mientras las lees, un tono melancólico sin llegar a la ñoñez, sensible sin abandonar la narración y narrado a base de silencios. La vejez, la emigración, la amistad. Su brevedad y minimalismo desborda sus páginas y nos cubre.
Nacido en un día azul (Daniel Tammet, Sirio, 2007). Memorias de un «genio autista», entretenidas y muy útiles para conocer mejor esa «enfermedad». Como en el caso de Temple Gradin se constata la importancia de un entorno familiar favorable para un desarrollo adecuado que evite todo el sufrimiento posible y ayude a la integración.
No moriré cazado (Alfred, Astiberri, 2010). Adaptación al cómic de una novela de Guillaume Guéraud. Tremenda historia, bien construida y dibujada, aunque quizás esté poco trabajado la evolución sicológica del personaje, algo esencial en la trama para entender la deriva final.
Discapacitados. Reivindicación de la igualdad en la diferencia (Marta Aullé, Edicións bellaterra, 2003). Debería ser de obligatoria lectura para todo ciudadano. Bueno, obligatorio no, pero…
Miércoles (Juan Berrio, sins sentido, 2012). Me gustó porque supera el costumbrismo con la estructura de historias progresivas y enlazadas que dinamiza y aporta un significado extra a esas vidas de barrio.
El cuenta cuentos (Zidrou / Raphael Beuchot, Norma Editorial, 2012). Muy bonita y cruda esta parábola de la literatura enfrentada y victoriosa frente al poder.
Pagando por ello (Chester Brown, La Cúpula, 2011). No sé si alguna vez sentí repulsa física leyendo un libro, pero si me pasó no lo recuerdo. Extremadamente interesante este relato abierto y desnudo de cómo el autor comenzó a acostarse con prostitutas y sus encuentros durante años con ellas. Tan magnífico el modo aséptico y duro con que presenta los hechos, pornográfico no en su sentido carnal sino moral y ético, como casi ridículo el apéndice final en el que Brown trata de desmontar una a una todos los argumentos que se suelen esgrimir contra la práctica de la prostitución.]]>A neta do señor Linh (Philippe Claudel, rinoceronte, 2010). Un gran descubrimiento, una de esas novelas que te impregnan mientras las lees, un tono melancólico sin llegar a la ñoñez, sensible sin abandonar la narración y narrado a base de silencios. La vejez, la emigración, la amistad. Su brevedad y minimalismo desborda sus páginas y nos cubre.
]]>Enterremos esa fé seudocristiana, esa mitología añeja y conservadora según la cuál todo libro (editado y publicado en papel, claro) merece loa y salvaguarda por el simple hecho de existir: no es así, y no desde un imposible punto de vista canónico que escoja qué libros valen y cuáles no, sino desde la más absoluta subjetividad individual o de grupo.
Hay libros que no valen nada, que no merecen su existencia, que son como las cucarachas: sí, seguro que la madre naturaleza les dio un lugar en el mundo, pero en mi casa notarán el aplastante beso de mis zapatos.
Estoy harto de esas melifluas odas al libro objeto (yo mismo las vomité antaño), últimamente multiplicadas por quienes rechazan los nuevos formatos digitales, pura idolatría vacua, altares a dioses por su identidad divina y no por su capacidad de mejorar el mundo.
Ni al libro, ni al autor, ni a la editorial, mi única lealtad es con el texto, con aquel que me merece respeto.
[Caso práctico, reorganización de una biblioteca: hay libros que aunque no tengan sentido en esas estanterías en particular, si pueden valer para otras; pero hay otros que por causas varias (peso y volumen, vejez, obsolescencia del contenido, muy a menudo todas juntas) no tienen mejor destino que el reciclaje de papel. Sin piedad.]
]]>Y la apuesta estética es otro gran acierto: la película muestra un mundo prehistórico en el que vemos la vida en clanes, la caza de supervivencia, la introducción de las herramientas, el fuego, y todo ello, caricaturizado y simbolizado, dentro de una flora y una fauna maravillosas, que juegan con nuestro concepto de animales extintos y fabulosos para crear ingeniosas mezclas de perros con dinosaurios, pterodáctilos con tortugas, pirañas con loros, ballenas con hipopótamos o plantas carnívoras con babosas… mostrando con la estética el camino que sufren sus protagonistas: la ficción es una herramienta imprescindible en la construcción del futuro.
]]>La saga de Eirík el Rojo (Fernando Vicente [ilus.] / Enrique Bernárdez [trad.], Nórdica, 2012). Buenas ilustraciones de Fernando Vicente y un placer descubrir esta épica nórdica que a todos nos llegó siempre masticada y edulcorada por la modernidad.
Tobermory (Saki / Javier Olivares [ilus.] / Íñigo Jáuregui [trad.], Nórdica, 2012) Un cueto de Saki bien ilustrado. ¿Se puede pedir más?
Visión de la memoria (Tomas Tranströmer / Roberto Mascaró [trad.], Nórdica, 2012). Más que unas memorias al uso, Tranströmer se fija en un puñado de momentos determinados de su infancia. Escrito con delicadeza, se lee con gusto, aunque sólo en algún momento aislado llegó a conmoverme.
Peroratas (Fernando Vallejo, Alfaguara, 2013). El chiste clásico del estudiante que del examen de historia sólo preparó el tema del Imperio Romano; cuando le llega su turno el profesor le pregunta el tema del descubrimiento de América y el alumno responde: “El descubrimiento de América es muy interesante, pero mucho más interesante es el Imperio Romano. El imperio romano: se extendió por… Pues Vallejo igual: da igual de qué se trate su conferencia, charla o artículo: siempre acaba hablando de sus tres obsesiones: los animales, la iglesia y la mierda que somos los humanos Ah, y que hay que narrar en primera persona. Nunca debí leer este libro, porque hasta ahora me divertía mucho con él.
Un hombre con sombrero (Gustavo Roldán, dib-buks, 2010). Buscar la sorpresa y el asombro desde la más absoluta sencillez. Eso persigue Roldán, y lo consigue varias veces en esta recopilación de sus viñetas. Tiene, además, la virtud de poder llegar a públicos de casi todas las edades.
Autobiografía. Libro cuatro (Shigeru Mizuki, Astiberri, 2013). El que más me ha gustado de todos hasta la fecha. Transcurre desde el final de la Operación muerte hasta sus intentos de ganarse la vida en su vuelta a casa. Muy interesante todo el cuadro social que pinta del Japón de postguerra.
La infancia de Alan (Emmanuel Guibert, sins entido, 2013). Ardua labor, la de Guibert, de plasmación de la niñez del que fue personaje de una obra anterior, La guerra de Alan, pero que tiene entidad propia. Algo lenta en ocasiones, siempre delicada e interesante en la búsqueda de recursos narrativos, aunque prefiera yo sus reportajes entre la fotografía y el cómic.
Emotional World Tour (Miguel Gallardo y Paco Roca, Astiberri, 2009). Ambos autores cuentan el proceso de creación y acompañamiento tras la publicación de sus obras María y yo y Arrugas. Mucho más interesante de lo que suponía.
Elogio del amor (Alain Badiou, Esfera de los Libros, 2011). Elogio de lo dos.
Pensar con imágenes (Temple Gradin, Alba, 2001). Fabuloso; diría que imprescindible para conocer mejor el autismo y cualquiera de sus variedades. Una visión desde el interior absolutamente realista, consciente, nada victimista ni paternalista.
Conspiraciones (José Domingo, Astiberri, 2013). No me llegó; quizás sea un problema de la colección, Leyendas urbanas, en la que la poca extensión de los libros creo que puede ser un handicap.
Europesadilla y Simiocracia (Aleix Saló, Debolsillo, 2013). Tan divertidos como, me temo, inútiles en su afán de protesta. Esta moda del cómic-ensayo-light a base de consignas y análisis esquemáticos tienen el peligro de quedarse en la superficie.
La isla de los cien mil muertos (Jason / Vehlmann, Astiberri, 2013). Vehlmann escribe un guión al más puro estilo Jason, así que todo perfecto.
Lobezno (Joseph Clark / Das Pastoras / Victor Gischler, El Patito Editorial, 2010). Tres historietas con Lobezno de protagonista que tienen la particularidad de estar dibujadas por el gallego Das Pastoras, y de ser el primer Marvel traducido al gallego. Bien.
Freaks Squeeler. 1. Extraña universidad (Florent Maudoux, dib-buks, 2008). Demasiado juvenil para mi gusto; todo suena a ya visto en otras series de éxito (cómic, novela, cine) para adolescentes.
El despertar del Zélfiro. 1. Corteza y savia (Karim Friha, dib-buks, 2013) Vid supra.
Cazadores de gonzos (Roger Bonet / Jordi Tarragona / David García, dib-buks, 2010). El más original de estos cómics para adolescentes. Leería la segunda parte.
La melancólica muerte de Chico Ostra (Tim Burton, Anagrama, 1999). Puro imaginería Burton, así que a priori gusta si gusta su autor en general. Por otro lado, la traducción. Burton decide utilizar la rima como un elemento fundamental en estas descripciones de personajes o escenas, y Francisco Segovia decide respetarla en su traducción… y a momento en que chirría un poco.
Provocación (Stanislaw Lem / Joanna Bardzinska y Kasia Dubla [trad.], Funambulista, 2009). Dos ensayos de ficción que se complementan perversamente el uno al otro: un acercamiento a la crueldad cotidiana del nazismo y una glosa de un trabajo que pretende condensar en datos todo lo que hacemos los humanos en un minuto del mundo. Inmenso.
Nueva York a diario (Hilario Barrero, Impronta, 2013). Diario de los años 2010 y 2011. Esta cadenciosa publicación de los diarios de mi amigo Hilario es como volver a la habitación de tu infancia cada año: tan extraña ya y tan cercana y melancólica a un tiempo. Los leo siempre muy lentamente, un poco cada día o incluso cada semana. Mantiene las virtudes y defectos que ya comenté otras veces, pero me ha gustado especialmente, quizás porque han desaparecido personajes recurrentes y han sido sustituidos por muchos otros esporádicos, y esos pequeños retratos de desconcidos que se cruzan en su camino suelen ser una delicia.
]]>Glosa a Elogio del amor, de Alain Badiou.
]]>Memento Mori es una colección de libros de la Editorial Alegoría (editorialalegoria.com) dedicada a las novelas de vocación pulp y de guerrilla. Un espacio para la literatura popular de consumo veloz escrita directamente en castellano por autores que comparten dos características: talento a espuertas y un amor incondicional por el western, la ciencia ficción, el horror, el policíaco más sucio y, en fin, todo lo que se reconoce como “literatura de género”. Una apuesta insensata hecha por insensatos y para lectores insensatos.
Como Alberto no me envió sus dos primeras publicaciones (Perros del desierto, de Francisco Serrano y Nigromancia en el Reformatorio Femenino, de John Tones) y la versión digital todavía no está a la venta pues tardé bastante en leerlos [1]. Y digo ahora que ninguno de las dos novelas cumplen las expectativas planteadas por la colección; y me explico:
La apuesta de John Tones por lo pulp es clara desde el título de su libro, pero de ahí hasta la última página esa vocación de literatura de género y consumo veloz se va diluyendo poco a poco, he de decir que para mi regocijo prejuicioso, pues soy más conocedor teórico de ese tipo de literatura que práctico. El inicio de la novela de Tones sí nos sitúa en ese páramo genérico y light: adolescentes barriobajeras peleándose semidesnudas; pero Tones no puede mantener atada la calidad de su prosa y pronto comienza a dar cuerpo y peso a sus personajes y densidad a la trama y va dejando en la cuneta los cadáveres de los ripios pulp, ma non troppo. Y el resultado es una novela ágil, dinámica, sólida y nada insensata.
Perros del desierto es otra cosa. Sostuve en otras ocasiones que una novela de género deja de serlo cuando es buena de verdad: no se puede adjetivar al Quijote como parodia de los libros de caballerías ni a Hyperión como novela de ciencia ficción. La novela de Francisco Serrano es un western, una novela de aventuras, de ciencia ficción, una de intriga… pero por encima de todo es un novelón, un texto grande, sin más adjetivos que puedan reducir su ámbito de juego o su impacto en un posible lector. Cada personaje que aparece cobra peso al instante y crece y permanece como esos secundarios inolvidables del Hollywood de la edad dorada. Y la trama fluye trepidante pero lo suficientemente pausada como para generar ese ambiente del polvo y silencio del desierto. Y se consume la lectura en sus demasiado escasas páginas, porque uno querría más, vivir más en esa historia, quizás demasiado limpia de todo elemento no imprescindible. Porque, en contra de la moderación que casi siempre pido, en contra del acierto que casi siempre supone saber abandonar una historia a tiempo, le ruego a Francisco Serrano que escriba una segunda parte, porque puede hacerlo sin estropear lo escrito, porque se ve un horizonte de estructuras proyectadas, con pilares y hierros que esperan ser recubiertos y cerrados.
Así que cómprense ambos libros y léanlos, pero no esperan sólo novelitas ligeras y encerradas en la calidez del género, porque su calidad desborda el marco de la empresa.
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[1] Me los encontré, inesperadamente, en la estantería del piso del susodicho, y los leí ahí mismo; después, todo hay que decirlo, Alberto me dejó marcharme a casa con un ejemplar de cada uno.
Regreso al mar (Satoshi Kon, Planeta deAgostini, 2013). Se lee con agrado, pero, siento decir esto, empalidece si pensamos que el tono tiene muchas coincidencias con las historias de Taniguchi.
Maldiciones (Kevin Huizenga, La Cúpula, 2007). Pues me gustó más que El reino salvaje. Aquí las historias cortas están mejor estructuradas y tienen un norte hacia el que mirar y el hilo conductor del personaje Ganges, pero sigue habiendo un viento helado entre los dedos de Huizenga y mis ojos.
El discurso vacío (Mario Levrero, Caballo de Troya, 2007). Levrero ya es para mí uno de los nombres esenciales de la literatura. Caza de conejos es aún –a falta de leer algunos de sus libros– para mí su obra maestra, pero esta novela es otra maravilla que mezcla el diario, con la burla, el absurdo, el humor y el patetismo: un hombre que pretende cambiar su vida a través de una serie de ejercicios que mejoren su caligrafía.
Tú me has matado (David Sánchez, Astiberri, 2010) y Videojuegos (David Sánchez, Astiberri, 2013). El hielo de los cómics de David Sánchez no está en la recepción que hacemos de ellos, sino en la propuesta narrativa, en el dibujo, en los personajes, y es un hielo enriquecedor porque crea un ambiente único, un trasunto perverso y distante de nuestro mundo, terriblemente duro y, seguramente, terriblemente cierto. Tú me has matado es un cómic estupendo, en la línea de su No cambies nunca, ambos una mezcla entre Trantino e Ingmar Bergman. Videojuegos no me ha gustado tanto, un minilibro con una historia pequeña, en todos los sentidos.
La muchacha salvaje. 1. Nómada (Mireia Pérez, sins entido, 2011). Qué frescura esta primera entrega, y qué ganas de que llegue la segunda. Un dibujo tosco y entrañable para una aventura prehistórica de superación y libertad. Gran acierto el premio FNAC-Sin Entido de Novela Gráfica.
Vapor (Max, La cúpula, 2012). Me interesó, y me gustó más que Bardín, más unitario y personajes más definidos y atractivos, pero hay algo en Max que no llega a mí del todo, problema mío supongo.
Let’s Pacheco! (Pacheco & Pacheco, Caramba!, 2011). Agradable, simpático… bien, ni más ni menos: ni revoluciona este género tebeístico en boga del diario-costumbrista-familiar un poco gamberro, ni lo afea en absoluto.
El hematocrítico del arte (El Hematocrítico, Caramba!, 2012). No me había precipitado a leerlo antes porque pensaba que no me aportaría nada si ya seguía el portentoso tumblr, pero me equivocaba: no sólo el prólogo de Vigalondo es muy clarividente e instructivo, sino que los cuadros retitulados son la crème de la crème.
La autopista del sol (Baru, Astiberri, 2003). Otro gran nombre que se me atraganta un poco. Digamos que me acuerdo muy poco de una obra que leí hace 20 días, lo que dirá poco de mí, pero seamos justos: también de ella. Nada malo que decir, y nada memorable.
Propuestas para una escuela del siglo XXI (Fernando Trujillo Sáez, Catarata, 2012). Comentada en Escuela del siglo XXI.
Perros del desierto (Francisco Serrano, Editorial Alegoría, 2012) y Nigromancia en el Reformatorio Femenino (John Tones, Editorial Alegoría, 2012), ambas de la colección Memento Mori. Me vais a permitir que calle ahora y deje para más adelante un artículo monográfico. En cualquier caso, que nadie dude en empezar a leerlas, cualquier lector la del señor Serrano, un lector más pulp la de don Tones.
Huida hacia el sur (Slawomir Mrozek, Acantilado, 2008) y El elefante (Slawomir Mrozek, Acantilado, 2010). La primera es una novela, la segunda un libro de relatos. Perfecto para entender que el tipo de humor que practica Mrozek, de gags, largos y complejos a veces, pero gags, situaciones absurdorealistas, se desenvuelve mucho mejor en el texto breve que en largas extensiones. La novela, pues, se lee bien, con una sonrisa permanente, pero Mrozek se vuelve genial en los cuentos, de ese tipo que, aún siendo algunos de clara crítica a un sistema político determinado y su burocracia, se mantienen tan frescos que amplían, explican o dan la vuelta al mundo que nos rodea.
La Hermandad de los Historietistas del Gran Norte (Seth, sin sentido, 2013). Ya me encantó _Wimbledon Green, y este libro no cambia más que el tema, y no demasiado, pues casi parece el reverso de aquel: es la historia de una asociación de comiqueros canadienses y de una de sus sedes. Mismo precioso diseño, misma delicadeza en la creación de personajes, misma ironía y cariño para el tema tratado.
Guía del mal padre (Guy Delisle, Astiberri, 2013). Muy divertido. Situado entre las novelas gráficas para adultos y sus libros para niños, este cómic se compone de una serie de episodios en los que Delisle personaje muestra su-nuestro comportamiento poco adecuado si se quiere optar a un premio de paternidad.
Dalí (Baudoin, Astiberri, 2012). Pues no esperaba demasiado y me sorprendió gratamente, porque Baudoin logra que muchas de sus páginas interpretando cuadros de Dalí superen en belleza al original.
Hora de aventuras 2 (Ryan North, Shelli Paroline, Braden Lamb, Norma Editorial, 2012). No conocía la serie televisiva más allá de unos pocos segundos de atención y me ha parecido una locura maravillosa, intrincada y asequible a un tiempo.
Abrazos (Jimmy Liao, Barbara Fiore Editora, 2012). Liao es maravilloso, y no sé si hay algún autor capaz de reflejar la ternura como él. Y Abrazos es tan empalagoso como emocionante, y la historia-marco del león que rechaza inicialmente ese libro de los abrazos es lo que termina de convertir en precioso al libro.
El libro de los insectos humanos (Osamu Tezuka, Astiberri, 2013). Tenía muchas ganas de leer este cómic publicado en Japón en 1970. ¿Y? Pues puro Tezuka: grandes personajes, narración compleja y perfectamente estructurada y bordeando siempre el melodrama. Más en el estilo de Adolf, que en Buda o Fenix, pero no tan ambicioso como esos.
Solaris (Stanislaw Lem / Joanna Orzechowska [trad.], Impedimenta, 2011). Nunca había leído/visto un acercamiento al fenómeno del contacto extraterrestre tan inteligente, maduro, estimulante y poco antropocéntrico. Inquietante, desasosegante, hermosa. Dejo de poner adjetivos para acabar con un verbo y un pronombre: léanla.
]]>Yo no compro sus libros, por más que algunos me interesen mucho; esto le importará poco, porque yo no soy nadie ni mi dinero les hará ricos. Además, yo lo hago por principios estúpidos y quijotescos en el peor sentido de la palabra. Y sé que no utiliza el DRM porque sea muy mala o pertenezca a una conspiración global para dominar la cultura y el mundo, sino por razones mucho más prosáicas y caseras: cree que es lo mejor que puede hacer para sus intereses y los de sus escritores, incluso puede que lo haga con un espíritu de guardián y protector de la literatura.
Pero el caso es que quizás deba plantearse cuál es el mejor modo de velar por su negocio y por sus escritores, cuya clave, supongo que estaremos de acuerdo, es una: el cliente, el que paga y consume sus productos. He tenido la oportunidad de intercambiar puntos de vista con algunos de ustedes y el suyo siempre es el mismo: el miedo a la piratería. Y creen que el DRM es un modo de afrontarlo; algunos son conscientes de que es muy poco efectivo, pero argumentan que no utilizarlo sería como no utilizar medidas de seguridad en los bancos: y la analogía es efectista, pero falaz: lo correcto sería hacerlo en sentido contrario: usar DRM en los libros es como si IKEA vendiese sus sofás con la obligación de utilizarlos en un único sitio de la casa y por una única persona: sólo los compraría o quien no supiese sus limitaciones o quien las supiese y aceptase porque allí se va a sentar el abuelo.
Sinteticemos mucho las limitaciones de un libro con DRM:
1. Hay que tener instalado un software lector específico.
2. Sólo puede leerse ese libro en el dispositivo en el que se ha comprado. Nada de compartir la lectura, por ejemplo, entre el tablet y el móvil o el ordenador, o entre tablets distintos.
3. No puede compartirse: si yo compro Cien años de soledad no podré, cuando acabe de leerlo, dejárselo a mi hija, mi mujer o mi padre para que lo lea en su dispositivo lector.
Y es que si yo fuese un cliente de su editorial y comprase uno de sus libros con DRM lo primero que haría tras descargarlo sería abrirlo con Calibre, un software gratuito y abierto que realiza múltiples funciones relacionadas con la gestión de los ebook, entre ellas esa, liberar del DRM a cualquier libro con sólo abrirlo. Y si yo fuese cliente suyo utilizaría Calibre para poder disponer del libro como a mí se me antojo, intercambiarlo entre mis distintos dispositivos, seleccionar texto para citarlo o pasárselo a mi hija cuanto termine de leerlo, por ejemplo. Pero si yo fuese un malvado pirata informático que quisiese enriquecerme a su costa y a la del escritor que usted publica, también me bastarían dos clics para eliminar el DRM y ver crecer mis mansiones y coches deportivos. Así que es sencillo: al lector que simplemente quiera disfrutar de su libro se le carga de inconvenientes, y al que quiera utilizarlo para piratearlo no le costará absolutamente nada hacerlo.
Porque, ¿ha echado un vistazo a los grandes repositorios de libros compartidos sin el permiso de las editoriales y escritores? El criterio para que un libro entre ahí no tiene nada en absoluto que ver con su nivel de protección: están los que quieren ser leídos, que mayoritariamente forman parte del catálogo de las editoriales más poderosas que suelen ser las que tienen más miedo a la piratería e implementan mayores medidas de seguridad: ¿se da cuenta del absurdo? Y sí, seguro que se mejorarán las medidas de seguridad de las protecciones anticopia, y se tardará horas en mejorar el software que las rompa, como la experiencia nos viene demostrando una y otra vez.
Mime al cliente, cuídelo, no lo criminalice, ofrézcale un libro para que lo disfrute y lo use como buenamente quiera, y ganará lectores que pagarán por sus libros; uno, al menos, el que esto escribe, ya lo tendrá asegurado.
Saludos
]]>1. Recomiendo leer a todo docente el libro de Fernando Trujillo Sáez Propuestas para una escuela del siglo XXI (Catarata, 2012). Más, recomiendo que se lo lea cualquier ciudadano interesado en la educación. Y no lo hago porque el libro de Trujillo sea maravilloso o vaya a cambiar radicalmente el panorama educativo y las mentes de quienes a él se acerquen, pero sí tiene una serie de virtudes que pueden ayudar.
2. No se trata de un libro de pura teoría; no es un libro de teoría pedagógica, no tiene casi jerga pedagógica, aunque no pueda escapar totalmente a ella. Quiero decir con esto que sus propuestas están asentadas en la práctica y no en el fantástico mundo de los despachos universitarios. Es cierto que cuando habla de experiencias exitosas no dice en qué consistió el éxito y, por lo tanto, hay que tener cierta fé (hay todo un aparataje de enlaces a sitios de internet en los que, a veces, sí se pormenorizan estos proyectos y sus resultados).
3. Habla de la necesidad imperiosa, que comparto totalmente, de superar la clase magistral y sustituirla por prácticas docentes mucho más participativas y activas por parte del alumnado; habla de romper el corsé del aula tradicional para incorporar técnicas y tácticas múltiples, variadas y en las que la tecnología en la que ya está sumergido el educando juegue un papel esencial, aunque no único.
4. Habla de la necesidad de que en las escuelas e institutos (y facultades) la creatividad y la construcción se conviertan en el procedimiento fundamental para la adquisición de conocimientos y habilidades (vale, sí, en el libro se habla de competencias, pero el lector está para intepretar, seleccionar y adaptar a su criterio las propuestas del libro, para aprovecharlo en suma).
5. Expone algo de lo que ya estoy absolutamente convencido pero que resulta muy complejo aplicar: la diversidad, la necesidad de evaluar distintamente a los que tienen distintas capacidades. La uniformidad en la evaluación de la enseñanza tradicional desperdicia, desde el punto de vista de la comunidad, un montón de talentos y habilidades que están fueran del corsé globalizador, y destruye, desde el punto de vista personal, muchas autoestimas y muchos futuros.
6. (Hay un aspecto que destaca al principio Trujillo y con el que reconozco que me ganó ya como lector de su libro porque me parece algo esencial para afrontar cualquier reforma de nuestro sistema educativo: somos profesionales, no, necesariamente, vocacionales; pretender que en un sistema con cientos de miles de profesores la vocación sea un parámetro necesario es frustrar la empresa antes de que comience.)
7. Destaca la imperiosa necesidad de cambiar la formación del profesorado, tanto inicial como permanente. El diagnóstico es sencillo: en las facultades no se enseña (sobre todo para los futuros docentes de ESO y Bachillerato) a dar clase en ningún sentido, y la llamada formación permanente es un chiste burocrático en el que vale mucho más sentarse durante 30 horas mientras alguien habla que escribir tres libros. El miedo es, como siempre, qué políticos se encargarán de llevar adelante el cambio y cuánto tardarán los siguientes en deshacerlo.
8. Y por último, trata Trujillo dos aspectos de muy difícil puesta en práctica por –sí, lo digo– la reticencia del profesorado: soy un firme defensor de la profesionalidad de la mayor parte de los docentes, de lo mucho que trabajan y de cómo se toman en serio su labor… pero suelen, solemos ser profundamente individualistas y reacios a trabajar en equipo, por múltiples motivos, entre los que también se encuentran la falta de tradición. Trujillo propugna el trabajo en equipo, la programación por proyectos que lleva a que varias disciplinas se unan en torno a un tema y lo exploten conjuntamente, aprovechando objetivos, procedimientos y recursos.
Y la capacidad contagiosa del entusiasmo: cómo poco a poco, pequeños gestos, iniciativas personales, actitudes visibles pueden ir creando un ambiente de cambio e innovación. Difícil, y potencialmente frustrante, pero esperanzador.
Los bosnios (Velibor Colic, Periférica, 2013). Estremecedor. Estampas de breves y minúsculas escenas de la barbarie de la Guerra de los Balcanes, tan cercana y ya tan olvidada.
Autobiografía no autorizada I, II y III (Nacho Casanova, bang, 2008). Hay un placer inesperado en estos tebeos: asistir a una autobiografía confesional en la que el autor consigue distanciarse lo suficiente para no caer en el patetismo y al tiempo hacerse cercano. Dibujo sencillo, casi utilitario, que sin embargo cuadra perfectamente con el contenido y el tono de la historia.
Monstruos invisibles (Chuck Palahniuk, Mondadori, 2003). El truco de Palahniuk es coger una anécdota extremadamente rara pero creíble, y escribir sobre sus extremos verosímilmente. Y funciona. La sociedad entera es una máscara y las relaciones personales son lo más parecido a una feria de coleccionistas. Una modelo pierde su rostro en un accidente, y ha de sobrevivir. Inquietante, dura, cómica, Chuck Palahniuk.
Fuera de lugar (Víctor Moreno, Pamiela, 2009). De muy recomendable lectura este ensayo sobre la podedumbre del mercado del libro español y sus mejores espadas. Ya escribí sobre él.
grandes preguntas (Anders Nilsen, sinsentido, 2013). Hermosísimo. Reconozco que el motivo, pájaros, cuervos, me gusta a priori, pero Nilsen logra algo fabuloso: crear todo un mundo nuevo, asentado en el que conocemos, antropomorfizando a una colonia de pájaros que, además, no dejan de serlo.
Dejen todo en mis manos (Mario Levrero, Caballo de Troya, 2007). No me ha gustado tanto como Cazando conejos, pero es un texto de Levrero, y eso ya es una fiesta. Totalmente distinta a París o Cazando…, se presenta como una novelita de provincias que poco a poco va cargándose de ese levrerismo identificado con una mezcla de quijotismo y surrealismo, con unas gotas de humor y de amargura.
Gallinas de madera (Mario Bellatin, Sexto Piso , 2013). Bellatín es duro, difícil, exigente consigo mismo y con el lector. A veces áspero, laberíntico. Sin embargo, creo que aprovecho sus lecturas como muy pocas más. En este libro se unen dos relatos extensos que comparten el juego de la confusión, entre la realidad y lo imaginado en el primero, de ambiente alucinatorio, y la dificultad para discernir entre los narradores del relato en el segundo, que mezclan sus discursos, de profesor y discípulo, hasta el punto de fundirse en uno que sólo de vez en cuando se deshace.
Panorama (V.V.A.A., Astiberri, 2013). No me ha encantado. Es una antología, claro, y por lo tanto unos tebeos me gustan más que otros. Su objetivo es ese, el de mostrar un panorama del tebeo español contemporáneo, y no domino el terreno lo suficiente como para decir si eso se cumple o no.
Apocalipsis Z (Manel Loureiro, grammata.es / http://1libro1euro.com/, 2011). Buena imaginación, buena historia, muy mal escrito. El contenedor, diario, carece de sentido; la prosa es torpe y llena de repeticiones; y el miedo tiene que surgir de lo que se narra y describe, no de las expresiones de terror de los personajes o de que el narrador repita una y otra vez que la situación es aterradora. En fin, que no pienso leerme la otras dos partes de la trilogía.
Obras completas (Oliverio Girondo, Losada, 1968) Había leído a Girondo muy fragmentariamente y sin rigor alguno. Me sorprende la calidad global de su obra, que casi nunca decae, y me sorprende más todavía cómo, lejos de ir acomodándose, fue libro a libro exprimiendo las posibilidades del lenguaje con una ambición casi desmedida. A mí me gustan menos cuanto más exprime, pero el intento es envidiable. Me encanta esa candor e inocencia que aparece en todos sus libros como un atenuante a la dureza que expresa.
]]>2. Por ejemplo, a mí me gustaría decir que Fuera de lugar es un libro necesario, pero Moreno tacharía el adjetivo de vacío si no es explicado; y podría explicarlo, cierto, decir que es necesario para contrarrestrar la propaganda mediática de los grupos editoriales de poder, para informarse convenientemente de los tejemanejes de estos jerifaltes librescos y de la pantomima del Parnaso, para ver desnudos a los críticos-emperadores que baban los pies de jefes y amiguetes; necesario porque no se encuentra nada parecido en nuestras librerías, y porque será harto complicado verlo reseñado en alguno de los minaretes mediáticos, esos que construyen su cultura para que sea la de todos. Y con todo esto ciertamente el adjetivo se entendería mejor y sería más preciso.
3. Pero también es cierto que el crítico tiene su estilo, sus gustos y sus lectores; y si esto es así, quiero pensar que cuando yo adjetivo un texto de bonito mis siete lectores habituales se harán una idea de qué significa para mí ese adjetivo, cuando suelo aplicarlo y a qué suelo referirme. Es decir, que el método que aplica Víctor Moreno, su crítica a las palabras vacías de contenido, es acertada quizás para medios generalistas y globales, pero no creo que sea extensible a toda crítica, aunque sí deba tenerse en cuenta.
4. Divertidísimo, eso es también este libro. Divertidísimo como supongo que lo es asistir a las suciedades y miserias del famoseo en los programas del corazón. Porque Moreno ataca sin piedad a todos los nombres que conforman la cultura oficial de este país, a las literarias y a las morales: compara declaraciones, demuestra amiguismos vergonzantes, ventas de plumas, chupeteos al mecenas… pone ejemplos de mala sintaxis de quién presume de ella.
5. Marías, Muñoz Molina, Savater, Millás o de Prada entre los escritores; Conte, Echevarría y Ayala-Dip entre los críticos… son los nombres más presentes y desnudados del libro, casi leitmotiv en algún caso, junto con Prisa y Planeta.
6. El libro es una diatriba argumentada contra el lugar común, junto con una reconstrucción del engranaje que sostiene y alimenta un estado cultural, en el que unos pocos deciden y otros muchos apoyan y aplauden. Nada nuevo para muchos, pero sistematizado y ejemplificado.
7. Y el libro también es una gran desmitificación de todo el mundo literario y libresco, de esa mística de la que se envuelven los escritores, ese ombliguismo hipertrofiado que intenta tapar que, en definitiva, la literatura sólo es importante para cuatro gatos, y está bien que así sea.
8. Y no puedo evitar cierta molestia, cierta desazón por la saña con los muchos nombres que aparecen, argumentada, justificada, pero saña al fin y al cabo. Yo sería incapaz de hacerlo, no sé si por falta de maldad o por cobardía. Y Moreno comienza su libro quejándose de lo que dice que se quejan tontamente muchos de los escritores de los que se ocupa en su libro: de ninguneo. Y se queja con razón, pero se queja.
]]>Ambulancias, coches de bomberos, de policías, de protección civil… en hileras interminables con las luces de emergencias destacando sobre las primeras sombras que empezaban a tomar el día. Vagones de tren escorzados sobre el suelo, empinados unos en otros, rotos como muñecos torturados, lejos las vías de dónde la razón las situaba. Y a la izquierda del cuadro, sobre una especie de plazita de asfalto, cuerpos, muchos cuerpos cubiertos con matas, alineados con todo el orden que le faltaba al resto de la escena.
Al dejarlo atrás y tratar de rearmar lo que acababa de ver un adjetivo se impuso para describirlo: dantesco: nada original, y aunque mi aversión a los lugares comunes evitó que lo verbalizase, en los días siguientes fueron multitud los periodistas que lo utilizaron. Y eso es lo que me sorprendió: la mejor palabra para describir un accidente ferroviario es una derivada del nombre de un autor medieval cuya obra esencial era un descenso a los infiernos. Y no es sólo que la inmensa mayoría de mis contemporáneos que utilizan esa palabra no hayan leído La Divina Comedia, sino que la descripción que Dante hace del infierno está muy alejada de nuestra sensibilidad, principalmente porque toda ella es en clave alegórica y simbólica y nosotros vivimos atados a la más práctica y palpable materialidad de los hechos. ¿Cómo es posible que un autor perviva ocho siglos después para describir con exactitud un desastre de la tecnología más moderna?
Porque la palabra que me vino fue dantesco, pero las imágenes que utilicé para comparar lo que había visto fueron todas ellas referencias cinematográficas: la escena del accidente me recordaba a descarrilamientos, accidentes aéreos, desastres naturales y escenarios bélicos vistos en películas. O, ¿por qué no nombrarlo de guerniquiano? Kafkiano es el otro gran ejemplo, pero la obra del checo es muy reciente y mucho más cercana socioculturalmente a nuestra sensibilidad, lógico por lo tanto que la sintamos cercana y usable.
Y pensé en cómo la ficción se impone hasta el punto de que una construcción fantástica viaja siglos y se condensa en un adjetivo que nos sirve para dar sentido a lo que nos rodea. Por que otro término repetido en múltiples crónicas y testimonios del accidente fue infierno, más directo que dantesco por cuanto elide la referencia cultural de uno de sus descriptores, pero igual de ficticio, pues ni uno ni otro tiene como referente algo real.
Unos fragmentos del Infierno de Dante:
En verdad que me hallaba justo al borde
del valle del abismo doloroso,
que atronaba con ayes infinitos.
Oscuro y hondo era y nebuloso,
de modo que, aun mirando fijo al fondo,
no distinguía allí cosa ninguna.
[…]
Llegué a un lugar de todas luces mudo,
que mugía cual mar en la tormenta,
si los vientos contrarios le combaten.
La borrasca infernal, que nunca cesa,
en su rapiña lleva a los espíritus;
volviendo y golpeando les acosa.
Cuando llegan delante de la ruina,
allí los gritos, el llanto, el lamento;
allí blasfeman del poder divino.
[…]
todo el sitio ondulado hacen las tumbas,
de igual manera allí por todas partes,
salvo que de manera aún más amarga,
pues llamaradas hay entre las fosas;
y tanto ardían que en ninguna fragua,
el hierro necesita tanto fuego.
Sus lápidas estaban removidas,
y salían de allí tales lamentos,
que parecían de almas condenadas.
[Traducción de Luis Martínez de Merlo]
Y una pintura de Gustavo Doré, que aplicó la visión patético-realista, ya tan nuestra, a la descripción dantesca:
]]>La cosa del pantano (Alan Moore / Steve Bisette / John Totleben, Planeta deAgostini, 2010). Primeros pasos de Alan Moore en el guión de cómic… y ya sorprendentes. Moore es reclutado para continuar una serie exitosa y con muchos números de antigüedad, y por lo tanto muy regulada y afianzada en sus tramas, personajes… pero Moore lo hace suyo y convierte cada número en una aventura que amalgama sin arista alguna la intriga, el terror, la vilencia, el amor y la ternura.
Los niños tontos (Ana María Matute, Destino, 1956). Espoleado por dos o tres textos que aparecían en la antología de microrrelatos (ver más arriba) busqué este libro. Publicado en la década de los 50, en plena efervescencia del realismo, es un ejemplo más de cómo las historias literarias se construyen sobre los escombros de, muchas veces, la mejor ficción posible. Entre lo poético y lo fantástico, uno lee estos relatos como se ve a un niño cruzando una carretera rural.
Historia lógico natural (J J Merelo, autoedición, 2013). Elaborada y minuciosa reconstrucción histórica en esta distopía que plantea su trama en un mundo en el que España ganó la guerra contra Estados Unidos y, por lo tanto, no perdió Cuba, y en la que los dirigibles desempeñan un papel importante como armas de guerra. El problema está en que la trama avanza con demasiada lentitud, difusa en ocasiones, y se añora una mayor dosis de acción, que parece atosigada por la ambientación histórica y de personajes y cuando consigue salir a la superficie es poco dinámica.
Wimbledon Green (Seth, Sins entido, 2011). Oh, qué gozoso descrubrimiento. Cómo no iba a gustarme esta historia sobre un coleccionista profesional de libros cuyas peripecias y personalidad son reconstruidas por personajes cercanos a él, admiradores, enemigos y meros espectadores. Y todo con esa presencia gráfica tan Chris Ware, de pulcritud y geometría en la composición de la página, y austeridad caricaturesca en el lápiz. Bravísimo.
Modotti (Ángel de la Calle, Sins entido, 2011). Pues esto casi es una enciclopedia sobre la efervescencia de los movimientos comunistas (y anarquistas) en el periodo de entreguerras, principalmente en México, pero también en la Unión Soviética, Francia y España. Y ese es el mayor problema, como ensayo ilustrado, que tiene: el que la maravillosa personalidad de la fotógrafa Tina Modotti parece muchas veces una excusa para contar la otra historia. Otra historia que, por otra parte, es interesantísima.
From Hell (Alan Moore / Eddie Campbell, Planeta deAgostini, 2001). Mientras lo leía tenía la sensación de que se podría, con este único libro, impartir toda una carrera de guión (de tebeo, de cine…). Un tebeo muy extenso que mantiene un mismo ritmo desde el principio hasta el final, y en el que en ningún momento se duda sobre la pertinencia y adecuación de las múltiples demoras, apartes, paisajes discursivos o meandros paralelos que sirven para reconstruir con verosimilitud la Inglaterra que hace un siglo acogió los crímenes de Jack ek Destripador, y que tanto se parece a nuestro tiempo.
Los viejos tiempos. El rey no besa (Joan Sfar, Ponent Mon, 2011). Es Sfar, y por lo tanto, y mientras no demuestre lo contrario, cualquier cosas que haga es legible y aprovechable. Me encantó el principio, el planteamiento de cuento de príncipes y princesas distinto, pero me creó una expectativas que no se cumplieron en el nudo y el desenlace. Problema mío, quizás; veremos cómo sigue la serie.
50 sombras de Grey (E. L. James, Grijalbo, 2012). Fue mi penitencia por mis pecados y por todos los que haya podido cometer mi familia. Ya conté todo aquí y aquí.
Una historia popular del Imperio Americano (Howard Zinn / Mike konopacki / Paul Buhle, sins entido, 2010). En la lectura me enfadaba un poco el estilo de eslogan, de simpleza, de solventar problemas complejos con una docena de viñetas y otras tantas leyendas mezcla de datos y sentencias. Pero leía con muchas ganas y descubría muchos atropellos que desconocía, y me dije que en definitiva el propósito del libro no engañaba a nadie: hacer una historia del Imperio Americano a base de destacar sus tropelías y juegos bélicos con intereses políticos. Eso sí, el dibujo feúcho, feúcho.
Nina, diario de una adolescente (Agustina Guerrero, Montena, 2013). Pues qué quieren que les diga, que me reí mucho reconociendo en los problemas de esta adolescente lo de otra con la que convivo, y que también a esa otra le gustaron. Tópico tras tópico que, en definitiva, son puritita realidad.
Novela de ajedrez (Stefan Zweig, Acantilado, 2001). Magníficas los personajes de los dos ajedrecistas que se enfrentan, dos genios del ajedrez que llegan a serlo por caminos muy distintos y muy peculiares. La novela se divide en dos partes, cada una dedicada a explicar cómo llegó cada uno a adquirir sus conocimientos; y la segunda parte parece a veces un poco forzada para denunciar la crueldad de la represión nazi, pero a un tiempo fascinante por esa descripción de cómo la mente sobrevive al cautiverio en soledad a través del ajedrez imaginado. Y sí, la novela tiene un atractivo extra para los aficionados al arte de los 64 escaques.
]]>Narradora: Primera persona tan directa y poco profunda como el diario de una adolescente que quiera participar en Gran Hermano. Los comentarios-reflexiones del personaje narrador son un sopor cansino, tan repetitivos que mediada la novela ya se detectan una serie de tics lingüísticos más propios de personajes de sitcom. Unos ejemplos: «madre mía» (ante la visión del pene de Grey, ante un orgasmo, ante un coche, ante una frase equivocada, ante, en fin, cualquier cosa mínimamente soprendente para la narradora) aparece 142 veces; ceño (casi siempre fruncido) y labios, prácticamente los dos únicos elementos con que se describen los gestos y expresiones de los personajes, 155 y 151 veces respectivamente; y la frase de las frases, la que sería justificable exclusivamente en una novela paródica, y una sola vez, y que aquí aparece pasada la página 100 y se repite 60 veces: «la diosa que llevo dentro».
Personajes: Él, muy millonario, hermoso como un dios griego hermoso, caballeroso, elegante, protector, con un halo misterioso, con algo oscuro… alto, musculoso, pelazo… ¡Y con la polla grande! Y más: lucha por erradicar el hambre del mundo. Ella, inocente, virgen, asexuada hasta que se encuentra con él, inteligente, culta, tímida… y supuestamente independiente, madura y vigilante de su indentidad como persona y mujer. Todos los demás, guapisisísimos y limpios como en un capítulo de Sensación de vivir.
La trama. Me he enterado ahora de que la novela es una fanfiction de Crepúsculo… pues la tetralogía vampírica de Meyer es neorrealismo al lado de la de James. Todo resulta increíble, todo perfecto. Un Hanna Montana picantón.
El sexo. Tan irreal como el resto, tan de película pornográfica, de posturitas varias, orgasmos perfectamente sincronizados, multiorgásmica desde la primera vez… el profesor que enseña a su alumna, la castiga si hace algo mal, la alumna obediente que cumpla y disfruta con todos (bueno, con casi todos, que claro, cuando le da una paliza pues eso ya no le gusta mucho) los deseos del macho.
Y en fin, que esto es lo desconcertante: ¿qué atrae exactamente a las mujeres en esta novela? Porque la única conclusión posible inquieta bastante: la fantasía de una joven inexperta que se enamora de un millonario (y se lo demuestra constantemente a ella) que está buenísimo, que tiene el pene grande, que folla como los dioses, que es dominante, que le carcomen los celos, que toma (impone) todas las decisiones, que le descubre a ella cómo ser una esclava sexual puede resultar placentero… y que puede ser salvado. Retrocede más en el tiempo que la Ley Wert. Madre mía. El dios que llevo dentro os deja y se va a comprar un látigo. Chao.
]]>Mi punto de partida era de absoluto desconocimiento de a qué me enfrentaba: no tenía ni idea del argumento, del estilo, de su autora, ni referencias sobre su calidad literaria más allá de lo que a mí me pueda sugerir el saber que es un best seller: los prejuicios pueden domarse, pero no eliminarse. Y empecé. Tras los dos o tres primeros capítulos tuve una primera sensación y una certeza: aquello parecía una extensión de las ambientaciones de series para adolescentes tipo Sensación de vivir, todos hermosos, limpios y ligeros; y, la certeza: si hallaba méritos en ese libro no iba a ser en ningún caso en su prosa: utilitaria de redacción escolar, plana.
Superado el medio centenar de páginas empecé a mosquearme: ¿dónde estaba el sexo? Y las cien, las ciento veinticinco, las ciento cuarenta… ¡Por el amor de dios! Aquello se vendía como una novela ERÓTICA y hasta el momento era todo más casto y seco que Dora la exploradora. Sin embargo, me sorprendí a mí mismo con ganas de seguir, y no sólo por llegar a la humedad, sino porque el libro había conseguido inocularme el interés por saber cuál era el misterio que escondía el señor Grey.
Y transcurrido aproximadamente un quinto de la novela llega el sexo, y casi al mismo tiempo se descubre el misterio: (ojo, spoiler aunque yo me lo tomo como un favor que hago a la sociedad, de nada) al multimillonario le va el sado. Vale. Y se acabó, en ese momento tengo un flashfordward en el que visualizo, como se supone que sucede cuando te mueres pero al revés, todo el devenir de la trama, en la que el tópico no es un ingrediente, ni la salsa, sino el plato entero. Tras el tercer polvo (normal, eh, «sexo vainilla» se llama, los grilletes y esas cosas un poco más adelante, uy uy uy, qué ganitas) me paro: quiero dejarlo, no quiero seguir, me quedan cuatrocientas páginas y no quiero perder varias horas de mi vida con esto… y lucho, lucho contra el escritor que llevo dentro y necesita conocer el objeto de la parodia que nunca escribirá, lucho contra el articulista que llevo dentro y ve un par de jueves cubiertos a costa de la novela, lucho contra el lector que llevo dentro y que no quiere desperdiciar doscientas páginas leídas; y lucho contra la diosa que llevo dentro y quiere saber qué demonios encandila a las otras diosas de mi edad. Y pierdo, claro, y sigo leyendo.
¿Y qué? Pues que me pasó lo que nunca pude imaginar que le pasaría a un hombre hecho y derecho como yo, cuarentón, calvo, con sus facultades físicas todavía activas: que me saltaba las escenas de sexo. Sí, allí estaba yo, gritando con desesperación, basta ya señor Grey, que llevas dos polvos seguidos, sin descanso, ¿a qué el tercero? ¿Qué falta hace si Anastasia, tú y todos nosotros estamos agotados? Y así. Era leer que alguien se mordía el labio y empezar a cabalgar con la mirada por sobre los párrafos hasta que leía que él caía sobre ella y le olía el pelo, y entonces sabía que todo había acabado y podía seguir leyendo. Vamos, como darle al visionado rápido en los pasajes no pornográficos de las pelis porno, pero al revés.
Y llegué al final del primer tomo de esta trilogía, y tuve una epifanía clara y rotunda: no leería los dos siguientes. Veréis el por qué en el próximo artículo.
]]>2. Tarantino se ha convertido en el gran heredero del buen macguffin hitchcocktesco: el maletín luminoso de Pulp Fiction se eleva aquí a la categoría de excusa argumental total, con ese disfraz explicitado del mito germánico de Sigfrido y Brunilda, que cumple tres funciones, las tres vacías: permitir uno de esos diálogos a plano fijo que tanto le gustan al director, dotar a la historia de un halo literario (falso) y marcar en los primeros minutos cuál va a ser el desarrollo de la película, y su final. Y todo funciona.
3. ¿Alguien duda que la escena de la burla del Ku Klux Klan es de lo mejor que nos ha dado el cine contemporáneo? ¿Y que podría prescindirse de ella sin que variara un ápice la estructura de la película? Ese es otra de las características del cine de Tarantino, insertar escenas tan prescindibles como geniales en medio de la trama.
4. ¿Qué le pasa a este hombre con el sexo? No recuerdo ni una sola escena erótica en sus películas (sí, cada vez que aparece Uma Thurman, pero ustedes ya me entienden; y no sé si las hay en Kill Bill porque nunca conseguí superar los quince primeros minutos), y las escasísimas veces que irrumpe el sexo es tan oculto como sórdido o violento.
5. Como en Malditos bastardos una primera hora sublime que se va apagando poco a poco. Da la sensación de que Tarantino actúa por impulsos, una idea genial que detecta y comienza a desarrollar, pero el nudo y el desenlace, ay, pierden el fuelle de la idea germinal.
6. Con las últimas películas de Tarantino (Kill Bill aparte, ver más arriba) me pasa como con las de Almodovar: tengo la sensación de que nadie les frena, de que su genio de autor necesita colaboradores que los atenacen y reconduzcan. Django desencadenado mantiene durante todo el desarrollo un tan alto nivel de exageración controlada que subirlo sólo podía acabar en la autoparodia innecesaria, y eso es lo que sucede con la matanza final. Tras la larga escena en la mansión de Calvin J. Candie, con una tensión tan magníficamente narrada, poco a poco, in crescendo, el final, el punto álgido, tendría que haber sigo (ojo, spoiler) el contundente disparo del Dr. Schulze con su pistolita casi de juguete, pero se estropea con ese tobogán interminable de disparos que acaba con el bailecito de Django y su caballo ante su dama. Como si don Quijote se levantase de la cama en la que iba a morir, se armase, y, tras luchar contra un ejército de gigantes, posase sus cabezas a los pies de una materializada Dulcinea.
]]>¿Y por qué la LOMCE merece una desobediencia civil organizada, contundente, firme y que incluya a profesores, padres y alumnos? Es fácil encontrar artículos que desgranan uno por uno las muchas violentas agresiones de la Ley a la educación pública (ah, letra, qué barata nos resulta, y qué inútil parece), yo me centraré en uno sólo: las evaluaciones al final de etapa, o reválidas: un examen al final de la ESO y del Bachillerato que decidirá si el alumno recibe o no el título y que evaluará lo estudiado en los cursos anteriores. Este examen es el fin de muchas cosas:
Ya está. Yo ya lo escribí y usted ya lo leyó. Ahora podemos seguir ambos con nuestras apacibles existencias. No pasa nada.
]]>Supercómic (V.V.A.A., errata naturae, 2013). Lo leí con mucho placer y aprovechamiento, creo, unos artículos más que otros, evidentemente. Dije algo más aquí.
Chris Ware: Jimmy Corrigan o El chico más listo del mundo (Planeta-DeAgostini, 2003) y Catálogo de novedades ACME. En mayo bajé, por distintos motivos, el ritmo de lectura, pero además me enfrenté a la muy exigente lectura de estos dos libros de Ware, en ocasiones una pequeña pesadilla laberíntica y un esfuerzo físico ocular, como si el autor buscara esa incomodidad material para el lector. Le dediqué un artículo.
Virginia Woolf (Gazier / Ciccolini, Impedimenta , 2012). Agradable. Me duele utilizar ese tipo de términos inócuos y que apenas dicen nada porque imagino el trabajo y la ilusión que hay detrás de todo proyecto literario, pero es que nada más positivo puedo decir de esta adaptación al cómic de la vida de la novelista inglesa.
La casa roja (Juan Carlos Mestre, Calambur, 2008). Apenas quedan restos del formidable ritmo y sonoridad de La tumba de Keats, pero permanece el tratamiento poderoso de la imagen, una poesía en torno a la complejidad de la palabra, con el símbolo y la ironía atemperada como forma de afrontar la realidad.
Los entusiastas (Brecht Evens, Sins Entido, 2012). Lo cogí en la biblioteca sin darme cuenta de que se trataba del autor de Un lugar equivocado (Sins Entido, 2011), esa audacia visual y narrativa acuarelística. Pues Los entusiastas me parece mucho más logrado desde el punto de vista temático y narrativo, una historia más interesante, más perfilada, con personajes mucho más redondos y complejos, y hasta me atrevería a decir desde mi ignorancia técnica que con mayor dominio de los pinceles.
Los combates cotidianos (Manu Larcenet, Norma Editorial, 2012). Pues una hermosura, de dibujo y de historia. Dentro del costumbrismo social, Larcenet aporta pequeños matices que envuelven a su historia en una sonrisa embobada de principio a fin; entrañable, simpática, crítica.
Los pasajeros del viento (Bourgeon, Norma Editorial, 2012). Un prodigio de reconstrucción histórica, pero en ningún momento me llegó a enganchar la historia de su por otra parte poco creíble protagonista de reivindicación feminista anacrónica. Y curioso que esa reivindicación de la mujer venga acompañada de desnudos femeninos constantes y sin venir a cuento.
Retrato de un hilo (Francisco Javier Irazoki, Hiperión, 2013). Me pasa que leí Los hombres intermitentes (Hiperión, 2006) y que Retrato de un hilo se escribió con anterioridad, y no puedo evitar en mi lectura notar que hay aquí un ensayo general para la explosión del lenguaje posterior. Es notable, en cualquier caso, la percepción del mundo de Irazoqui y su capacidad para transformarla en texto sugerente, un poso de cadencia y visión de humedad orientalista. Os dejo un par de ejemplos memorables:
Guía
Esa búsqueda fluye
para que el hombre no sea
sólo una pausa de la muerte.
Última arenga a las tropas
De este invierno guardaremos
Una magia superior a sus nieves.
Pasaron la escarcha y el granizo,
Y, adheridas a los ventanales,
Sobrevivieron unas flores blancas
Que no saben morir.
Vinieron los amigos
Y las comtemplaron
Desde el interior de la vivienda.
Como desquite contra el gris del cielo,
Cortamos una de las flores.
Hemos escondido,
Entre las hojas de un libro de música,
Esa muerte imposible.
2. Catálogo de Novedades Acme y Jimmy Corrigan, The Smartest Kid on Earth es la obra más osada que he leído en muchos años, y cuya osadía está fundamentada en una mayor naturalidad: cualquier lector puede reconocer todo el imaginario del tebeo seriado y de revista de los años centrales del siglo XX, de los carteles publicitarios o incluso de la parodia de superhéroes de los 80 y 90; nada se hace ilegible o incomprensible para el lego, pera las niveles de profundización semiótica se multiplican para el especialista y agudo receptor.
3. Lo digo de otro modo: no hay atisbo de pretenciosidad en la obra de Ware (lo cuál no quiere decir que el autor no sea pretencioso, sólo que no se nota), no insulta al poco diestro ni le obliga a dominar multitud de referencias para seguir el hilo de sus historias, pero sí a ser paciente y a estar atento, porque sus páginas están llenas de trampas, de laberintos, de tipografías rayanas en la ilegibilidad: Ware no quiere un lector cómodo sino molesto, inquieto: te da la mano y al retirarla la notas húmeda, y se te queda mirando para que no puedas limpiarte.
4. Porque es el estado de ánimo perfecto para entrar en su mundo, que también es el nuestro: gente sola, costumbristamente desequilibrada, niños adultos niños (qué gran acierto ese Jimmy Corrigan de aspecto atemporal y cuya fisonomía es indistintamente madura o infantil), superhéroes enfermizos que parecen ser la cámara oculta de los clásicos, seres vivos indiferentes casi siempre.
5. Chris Ware es un perro verde con rabia… y vital para la supervivencia de la especie.
]]>2. La carencia de estudios, ensayos, reseñas, manuales e historias del cómic en España es notoria, abismal si la comparamos con el aparato hermenéutico que rodea a la literatura desde hace siglo y medio.
3. Los griegos tardaron aproximadamente dos siglos en comenzar a analizar el corpus de su literatura, más o menos como le ocurrió a al castellano. El cómic, tal y como lo entendemos, lleva un siglo de andadura, pero el aparato filológico, las herramientas para la crítica ya estaban dispuestas, no había que crearlo como sí lo tuvieron que crear los helenistas o nuestros clasicistas en el XVIII.
4. Sin embargo, hay dos aspectos que han jugado en su contra a la hora de armar ese aparato crítico: por un lado, los múltiples prejuicios –que ahora empiezan a disiparse– sobre su condición de producto infantil, sencillo, menor, humorístico, pasatiempo… y por otro la dificultad para saber de qué se trata realmente, un producto que mezcla la literatura, el arte, la imagen, narrativa, poesía, teatro, cine, periodismo… una amalgama que irrumpe en el ya sólo relativamente apacible terreno de los géneros estereotipados para la literatura, y que obliga al crítico a dominar (o mostrar humildad) un nuevo lenguaje complejo y lleno de bifurcaciones y aristas.
5. ¿Y por qué es necesario un corpus hermenéutico profuso en torno al cómic? Pues para que, por ejemplo, tras leer el inmensísimo ensayo de Pepo Pérez, “Dioses y patria. Viñetas políticas en el cómic norteamericano contemporáneo”, incluído en Supercómic (errata naturae, 2013) me dé cuenta de lo mal que leí El regreso del Caballero Oscuro, tanto como para decir esto que ahora me avergüenza mucho:
Muy peculiar es el modo de narrar de Miller, y a mí me resulta pesado, qué le vamos a hacer. Aunque hay apuntes atractivos, en general todo resulta, entre viñetas, demasiado confuso.
O para no tardar en sacar de la biblioteca el Jimmy Corrigan y el ACME de Chris Ware maravillado por lo que dice, en el mismo libro, David M. Ball. O para aprender de historia del cómic, de recursos narrativos y de modos de hacer ficción sobre la memoria leyendo el artículo de Daniel Ausente, “La memoria gráfica y las sombras del pasado”.
6. Así que: necesitamos críticos y hermeneutas, necesitamos lectores, necesitamos autores y necesitamos difusores. Venga.
]]>2. ¿Qué le llevó a hacerlo? Ganas de jugar, capacidad y, seguro, un lazo sentimental generado con sus miles de desconocidos seguidores, que no tiene que ver directamente con el amor o la amistad tradicional, y sí con el lazo entre el actor o cantante y sus fans, aunque quiero pensar que más limpio y directo por la capacidad de diálogo y retroalimentación de las redes sociales.
3. Hadfield grabó la voz y las imágenes con su iPad, que luego fueron montadas en tierra por, creo, familiares y amigos que añadieron arreglos musicales. Es decir: casi cualquiera de nosotros tiene acceso a realizar un video de calidad cuasiprofesional con la tecnología doméstica que le rodea.
4. Elidí conscientemente en el punto 2 una razón para que Hadfield hiciese esto: egolatría, vanagloria. Pero esto es lo que subyace, con mayor o menor intensidad, a cualquiera que produzca arte o ficción, y quizás el motivo principal de la legión de productores de cultura que surge (surgimos) con internet y las facilidades de publicación y difusión de contenidos: pecado feliz, pues permite a otra legión de receptores disfrutar y aprovecharse de ello.
5. Pero también hay motivos objetivos, creo, para mi emoción y mi aplauso: la canción original es excelente, y sorprendentemente no hay (o yo apenas he encontrado) versiones por parte de otros grupos, y la de Hadfield mejora en muchos aspectos la de Bowie, teniendo en cuenta al menos nuestros gustos actuales, pues es mucho más directa y limpia de psicodelias sesenteras, y del histrionismo y la ironía desmitificadora del autor, que nos aleja; y el escenario, claro, el contexto, tan ancho, tan abierto, tan sencillo en su puesta en escena como inmenso por lo que muestra: perfecto el tiempo de la canción con la lentitud que da la ausencia de gravedad a la imagen. Y, por supuesto, el cómo ese escenario es todas nuestras ensoñaciones de ciencia ficción puestas en práctica, con un comandante de la NASA cantando a Bowie mientras flota en una nave espacial que está ahí arriba, sobre nuestras cabezas.
6. Y la música, que sigue demostrando que está mucho más cerca de todos nosotros que cualquier otra manifestación artística, y que es mucho más maleable, dúctil, rompible y apropiable. ¿Por qué no se repite el fenómeno de las versiones en la literatura?
7. Y esta democratización de la cultura, la youtubización, con versiones, parodias, traducciones ficticias y jocosas, copias alteradas… en las que cualquiera juega y modifica la obra que la modernidad convirtió en intocable, y nos la devuelve a todos.
]]>Cenizas, Álvaro Ortiz (Astiberri, 2012). Entrañable en forma y contenido, con algún elemento (el mono y ese final rocambolesco con el coche) que desentona un poco. Preciosa historia.
Jiro Taniguchi:
El almanaque de mi padre (Planeta, 2001). Todos los elementos que hacen inmenso a Taniguchi: la reflexión sobre la memoria, la infancia, la importancia de las pequeñas cosas, el primer plano de los sentidos… otro libro memorable del autor japonés.
Enemigo, (Ponent Mon, 2013). Con guión del colectivo M.A.T. el cómic sólo tiene sentido por su interés histórico y para que el seguiror de Taniguchi vea qué cosas empezó haciendo antes de encontrar su estilo. Exagero un poco: entretenido, bien narrado, pero nada que ver con lo que hace de Taniguchi un creador esencial.
Los años del Sputnik, Baru (Astiberri, 2013). Es indudablemente un buen cómic: bien dibujado y bien contado, pero reconozco que no me interesan demasiado estas historias costumbristas tan francesas de recuerdos de infancia y adolescencia pandillesca en arrabales. Lo siento.
Santiago Eximeno: http://www.eximeno.com/. Autor prolífico e inquieto, escribiendo siempre y creando juegos de mesa; Su editorial es un ejemplo de buen hacer: EPUB a precios módicos que se liberan tras alcanzar un número de ventas prefijadas. Él dice que lo suyo es la ficción breve, y tras leer una antología de relatos, otra de microrrelatos y una novela diré que lo que mejor se le da está en el justo medio. En conjunto, sus historias se mueven en un mundo desolado, cruel, violento e inquietante. Y tiene capacidad para una prosa que va más allá de la narración utilitaria.
Bebés jugando con cuchillos, (Ediciones del Cruciforme, 2013). Relatos fantásticos y de ciencia ficción con un gran nivel medio y auténticos aciertos.
Gas Mask (Ediciones del Cruciforme, 2012). Microrrelatos, cientos de ellos, y claro, hay de todo, algunos buenísimos, otros buenos y otros regulares.
Asura (Ediciones del Cruciforme, 2004). Pues la sensación que tuve al leerla fue que era una buena novela inmadura, falta de una mayor reflexión y con pasajes precipitados. Prospecciones felices y otras que recuerdan en exceso (quizás sea culpa de mi ojo más que del suyo) al universo de Hyperión.
Casi completo, Joost Swarte (La Cúpula, 2012). Tan ingeniosa y atractiva su propuesta como difícil, para mí, lograr una empatía con su lectura. Un lugar para encontrar múltiples pequeños hallazgos, pero no, quizás, para un completo y continuado regocijo.
frank, Jim Woodring (Fulgencio Pimentel, 2010). Una de esas creaciones que parecen destinadas a la admiración imperecedera por la mezcla de dos aspectos peculiares: el personaje, animal antropomorfo inidentificable, tan suave de aspecto y tan extrañamente inocente, y el entorno, de un surrealismo extraterrestre y cercano. Un flâneur de apariencia ingenua y aintelectual, cuyos paseos, aún estando a veces vacíos, brillan por el marco que los arropa.
el local, Gipi (sin sentido, 2008). Bien, ¿no? Nada malo que decir, ni nada bueno.
Julio Camba: La rana viajera (Espasa-Calpe, 1968) Playas, ciudades y montañas (Espasa-Calpe, 1963) y Alemania (Renacimiento, 2012): Por qué leer a Julio Camba.
Harvey, Hervé Bouchard / Janoce Nadeau (sins sentido, 2012). A Harvey y a su hermano pequeño se les muere el padre, aunque nadie habla con ellos ni les explican casi nada; y tratan de sobrevivir en esa ignorancia. De esos casos en que no se puede imaginar mejor dibujo para la historia.
NonNonBa, Shigeru Mizuki (Astiberri, 2010). Cometí el error de leer antes su Autobiografía y Operación muerte (lecturas de marzo), porque en ambos se cuenta de nuevo gran parte de lo que aquí se cuenta. En fin, muy interesante y atractiva toda la imagenería fantástica de la tradición japonesa que el niño Mizuki mama (y vive) de su anciana vecina.
This Was Our Pact, Ryan Andrew (autoedición, 2013). Muy bonito. Quizás le falta una conclusión más acorde con el giro temático del nudo, pero lo suple el ambiente y la sonrisa boba con que se lee.
Dedos sucios. Un fanzine que, además de la edición en papel, ofrece por 0,99€ la versión digital, en el formato que prefiera el comprador: PDF, CBR, EPUB o MOBI. Y sin DRM, claro.
This as Our Pact Ryan andrew viene ofreciendo sus bonitas historias en su página web, para leer online, pero con su último cómic (una preciosidad), además de la lectura en la web, optó por pedir 1€ a quienes quieran descargarse una versión de mayor resolución de su cómic, un PDF libre de DRM óptimo para leer en tabletas.
Panel Syndicate es una apuesta de dos comiqueros consagrados, Marcos Martin y Brian K. Vaughan para publicar tebeos por los que el lector pague lo que quiera. En PDF; CBR o CBZ, sin DRM y en inglés, español, catalán y portugués.
Álvaro Ortiz, otro consagrado, publicó en el 2012, en papel, Fjroden, que ahora ofrece en descarga libre y pide donación voluntario a quien quiera agradecérselo. Explica aquí sus motivos.
Como Mauro Entrialgo, que al saber que su cómic Sahara sólo podría leerse gratuitamente en bibliotecas y ONG decidió ofrecerlo para descarga gratuita en CBR y PDF.
A todos les une el afán de difusión, la confianza en el lector, la gratuidad o los precios extremadamente asequibles y el ofrecer formatos manejables y que facilitan la lectura. Gracias por ir abriendo camino, estamos un poco con vosotros en cada golpe de machete.
]]>1. Porque es un pionero del surrealismo. Sus crónicas desde Alemania (recogidas en libro en 1916) son un manual hilarante de técnicas surrealistas. Su humor es tan sutil e inteligente y tan vanguardista que sólo su contención histriónica y su dedicación a un único género evitan su comparación con la importancia de Ramón Gómez de la Serna.
2. Porque sus artículos son fotografías (con filtros ligeramente deformantes, nebulosos) de la España (y la Europa) del inicio del siglo XX.
3. Porque el que conozca a fondo los entresijos políticos de esa época disfrutará enormemente con las pullas e ironías del gallego, y el que no perderá muy pocas de la significaciones globales del artículo.
4. Porque será maravilla constatar lo poco que ha cambiado el mundo en 100 años, cómo en lo fundamental somos los mismos. Se demuestra que los tópicos, muchos al menos, se rigen por la misma ley de supervivencia que la literatura oral: duran mayoritariamente los que están sólidamente narrados.
5. Porque nos ayudará a comprender que un autor inteligente, formado, crítico y progresista puede tener prejuicios y opiniones que hoy consideramos reaccionarias.
6. Porque su nacionalismo es ejemplar: incapaz de burlarse de una característica extranjera sin ridiculizar una propia.
7. Porque podría editarse un libro extenso sólo recopilando frases ingeniosas, felices, ácidas, dolorosamente veraces.
8. Porque la carga destructiva de sus artículos, cuando la hay, es así que permite que el burlado se ría con su caricatura.
9. Porque nos recuerda que antaño se podía ser corresponsal en el extranjero para escribir crónicas y no noticias, aprender sobre otros por sus costumbres y no por sus anomalías.
10. Porque al final Camba resulta hijo y prisionero de su tiempo, y su prosa no puede ocultar que cuanto más alejado está de la niebla hispana, más feliz es su escritura.
Alemania, 1916.
La rana viajera, 1920 #
Playas, ciudades y montañas, 1916.