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Los anales perdidos por Jose Antonio del Valle

Jose Antonio del Valle escribe la bitácora Vidas Ajenas y ha colaborado en www.Stardustcf.com y www.Bibliopolis.org. Los anales perdidos se publica el día 22 de cada mes y trata de ser una mirada a personajes e historias medio olvidadas por el tiempo.

Ejércitos que se desvanecen

Charles Berlitz
Como creo que ya he contado alguna vez por aquí, cuando era un poco más joven tenía una gran afición, que ahora se me hace casi inconfesable, por los libros que contaban historias fantásticas, y no solo por aquellos que las narraban sin ninguna pretensión de hacerlas pasar por reales, sino también y muchas veces especialmente por aquellos que relataban “misterios sin resolver” como el del famoso Triángulo de las Bermudas o el de Rudolf Fenz, el hombre que viajó en el tiempo, al que ya dediqué una columna aquí. Había algo (y lo sigue habiendo, de ello se valen) muy atrayente en la forma en que autores como Charles Berlitz eran capaces de llenar un libro con más de 300 “fenómenos extraños” sin apenas despeinarse: Fantasmas en la exploración del Polo Sur, el monstruo del lago Ness, la explosión de Tunguska. Temas usados una y otra vez por el mismo círculo de autores inasequibles al desaliento por más que muchas veces investigadores de verdad les dejasen en paños menores como hizo Larry Kusche con el tema del famoso triángulo o, más recientemente, Chris Aubeck con el caso de Rudolf Fenz.
Personalmente me encantaban en especial las historias que tenían como protagonistas a ejércitos enteros. Las había de varios tipos: estaban las historias de ejércitos o batallas fantasmas como la de los ángeles de Mons, que muchos seguían relatando como real pese a saberse que todo había surgido de un relato de ficción de Arthur Machen, al igual que el de Rudolf Fenz había surgido de uno de Jack Finney ; o como la de cierto residente de Caen (Francia) que cada 6 de junio, año tras año, veía reproducirse en el patio de su casa el desembarco de Normandía. Y luego estaban las de ejércitos que se desvanecen en la nada. Estas últimas me gustaban particularmente, quizás por el dramatismo sumado de la misma desaparición al de las circunstancias y número de los presuntos desaparecidos o, simplemente, porque siempre me han gustado las historias de batallas y de gente que se desvanece.
El caso es que desde entonces, y como sucede también con casi todas las demás historias de este tipo, los ejércitos que desaparecen misteriosamente han pasado de los libros de misterios sin resolver a las páginas sin fin de la red de redes, la mayoría de las veces sin tomarse la molestia de investigar la historia, simplemente repitiendo lo mismo o ampliándola con la imaginación, de manera que podemos encontrar en varias páginas web lo siguiente:


Durante la Guerra de Sucesión española, en el año 1707, nada menos que 4.000 soldados del archiduque de Austria, desaparecieron sin dejar rastro junto a un arroyo de los Pirineos, en un traslado sin riesgo bélico alguno. No había enemigos cerca y no quedaron cadáveres ni enseres militares, es decir, ninguna huella. El ejército no llegó a su destino y jamás volvió a saberse de él. Es el primer caso de pérdida de un ejército que se conoce, sin que esto quiera decir que antes de esa época el fenómeno no se hubiera producido. El caso es extraño, mas no quedó ni un solo testigo que proporcionara dato por insignificante que fuera. Ciertamente esto convierte el asunto en todavía más oscuro, pero a la vez le resta confirmación.

Unos 800 soldados de un regimiento británico se esfumaron durante la primera guerra mundial, en Turquía, cerca de Sava Bay, en la cota 60 de una montaña que poseía cierto valor estratégico. Luchaban en sus inmediaciones turcos y alemanes. Corría el año 1915. El Regimiento inglés se acercaba a la cota para reforzar unas posiciones. Sus compatriotas los veían llegar, a lo lejos, desde las trincheras. Los 800 hombres avanzaban por un barranco y guardando las lógicas precauciones. En el cielo despejado aparecieron de pronto unas extrañas nubes alargadas y de contornos concretos. Su color era entre gris y marrón, y algunas podría asegurarse que llegaban a medir cientos de metros. Sobre todo, una de las nubes, la más grande, se aproximó tanto al suelo que parecía haberse posado en él. Los 800 hombres seguían avanzando. La espesa nube les cortaba el paso; pero era sólo una nube, no debía representar un obstáculo. Evitando dar un rodeo innecesario, la tropa prosiguió su marcha y comenzó a introducirse en ella.

Los hombres fueron penetrando en la espesa nube en columna de a tres, hasta que la totalidad de la fila desapareció de la vista de los compatriotas que tan ilusionadamente los estaban observando acercarse. Hubiera sido lo lógico y natural que, al poco rato, la columna hubiera aparecido marcialmente por el otro extremo del nubarrón oscuro, pero no fue así. El ejército continuó su marcha por algún camino invisible y no apareció más. Después las nubes fueron esfumándose poco a poco mientras la más grande y espesa, que estaba posada en el suelo y en la que habían penetrado los soldados, se elevó lentamente y terminó por desaparecer también.
¿Adonde fueron en su marcha los 800 soldados británicos en la cota 60? ¿Dónde penetraron? ¿Qué era en realidad aquella inmensa nube compacta y de límites concretos?

Alguien con mucha imaginación pensará que tal vez la nube era una especie de nave espacial, de otro planeta, y que la desaparición de los 800 soldados británicos no fue tal desaparición, sino un rapto en toda regla. Y quién sabe si eso fue así. Hasta ahora sólo se puede reseñar el hecho inexplicable, y admitir cualquier tipo de hipótesis, por absurda que parezca. Da igual pensar en el rapto llevado a cabo por una nave de origen y destino desconocido que en la formación de un campo magnético y antigravitatorio, donde se desarrollarían unas energías especialísimas que llevarían al mismo resultado.

En el año 1858 desapareció otro ejercito compuesto por 650 soldados franceses coloniales, que se dirigían hacia Saigón, y más recientemente, en el año 1939, desaparecieron 3.100 soldados chinos, el 10 de diciembre, cuando estaban llegando a Nankin, para defenderla del asedio de un ataque japonés. Oficialmente, el gobierno chino tuvo que reconocer que el caso se hallaba envuelto en el más absoluto de los misterios.

¿Qué fuerza hasta ahora desconocida arrebata objetos, personas, ejércitos, aviones y barcos, de los que no queda ni el más mínimo resto?

Historias como estas vienen contándose desde que el mundo es mundo. Es como si la guerra no fuese lo suficientemente horrible, y hubiera que buscar alguna excusa para la desaparición en ellas de miles de seres humanos. Ya Herodoto nos relata como el rey persa Cambises II, tras conquistar Egipto en 525 A.C., perdió un ejército de 50.000 hombres enviado a conquistar el Oasis de Siwa, donde residía el oráculo de Amón. Siwa está situada al oeste de Egipto, en el desierto de Libia. A los hombres de Cambises simplemente se los tragó una tempestad de arena, si hemos de fiarnos del historiador de Halicarnaso, bastante dado a relatar leyendas de segunda o tercera mano; y no son pocos los que hasta el día de hoy han buscado sin resultado el ejército perdido.

Si avanzamos un poco en el tiempo nos encontramos con el caso bastante conocido (¿o no?) de la IX Legión Hispánica, que al parecer desapareció sin dejar rastro en algún lugar de Escocia. La de la IX Legión es probablemente la historia que más se ha adornado y deformado partiendo de casi ningún dato. Habitualmente se cuenta que pesaba sobre ella una maldición por haber humillado sus hombres a la reina Boadicea , ( en realidad la IX Legión sufrió grandes pérdidas en la revuelta de la reina de los icenios) y que por ello desapareció posteriormente sin dejar rastro al marchar contra los bárbaros de Escocia.
La verdad es que, si miramos la historia de las legiones romanas, no es extraño que algunas de ellas desaparezcan sin dejar rastro. Tenemos el ejemplo más claro en la batalla del bosque de Teutoburgo en el año 9 D.C. en la que desaparecieron casi completamente no una, sino tres legiones romanas. Por tanto no sería imposible que los escoceses hubiesen eliminado a una legión completa sin la ayuda de elfos, brujas ni maldiciones. Sin embargo la historia de la desaparición de la IX Legión se basa al parecer en una serie de malentendidos. Desde que el emperador Claudio invadiese Gran Bretaña en 43 D.C. hubo tres legiones estacionadas allí. Una de ellas la IX Hispánica. Sin embargo cuando en el año 122 D.C. el emperador Adriano visitó la isla, llevó consigo a la VI Legión Victrix, al parecer para cubrir el hueco dejado por la IX. A partir de ahí los historiadores empezaron a especular sobre la posible desaparición de la IX Legión en Escocia, y de las especulaciones de los historiadores se pasó a las historias de desapariciones misteriosas entre las brumas del norte. Es una lástima, para los que siguen repitiendo tan sugerente historia, que en los años 60 se encontraran restos que confirmaban la presencia posterior de la IX Legión en Nimega (Holanda) y que algunos historiadores la hayan seguido luego por la sublevación Judía de Bar Kochba (132-135 D.C.) y la guerra contra los partos en Capadocia en 161 D.C. donde creen que fue aniquilada realmente.

Siguiendo con las legiones romanas, no quisiera dejar sin nombrar a otra famosa legión perdida , la de Craso. Se denomina también así a un grupo de romanos que habrían caído prisioneros de los partos en el desastre de Carras en 53 A.C. y que tras varias vicisitudes habrían acabado sirviendo al rey de los xiongnu (a los que se suele identificar con los hunos) en su guerra contra los chinos, y que en 36 A.C. se encontrarían en la ciudad de ZhiZhi cuando está fue tomada por las tropas imperiales de los Han. Todo ello según una hipótesis de Homer Hasenpflug Dubs, historiador norteamericano que en 1.955 identificó el famoso testudo de los romanos en la forma de luchar de unos extraños mercenarios que aparecen en crónicas chinas.

Para continuar con los ejércitos que se desvanecen, he de reconocer que hay dos de los que aparecen en el párrafo trascrito más arriba de los que no he sido capaz de encontrar el más mínimo dato aparte de la misma historia que no cita fuentes repetida una y otra vez, y agradecería cualquier pista por parte del sufrido lector. Son las del ejército del Archiduque y los 650 soldados coloniales franceses en la Indochina de 1.850 aunque, en el último caso, no parece mal lugar ni fecha para desaparecer misteriosamente.

La historia del famoso regimiento desaparecido en Gallípoli en 1915 es harina de otro costal. Me parece interesante también ver el relato que hace de la misma historia Charles Berlitz en su libro “Un mundo de fenómenos extraños”:

[…] Era el 28 de Agosto de 1915. Los turcos ocupaban un terreno elevado cerca de la bahía de Suvla, y la lucha entre ellos y las fuerzas atacantes británicas, neozelandesas y australianas, era encarnizada, con numerosas bajas por ambos bandos.

El tiempo era claro y soleadoaquella mañana, salvo por seis u ocho nubes en forma de hogazas de pan que rodeaban un montículo conocido como Cota 60, desde el cual hacían las fuerzas turcas un fuego devastador. Curiosamente, las extrañas nubes no se movían, a pesar de que un viento de ocho kilómetros por hora soplaba del sur. El Regimiento de Norfolk recibió el peligroso encargo de atacar la posición turca. Avanzaron directamente hacia una de las nubes suspendidas sobre un torrente seco, Kaiajak Dere. Pasó casi una hora antes de que la tropa de uno a cuatro mil hombres desapareciese dentro de la nube, según los zapadores neozelandeses apostados a 2.500 metros de distancia.

Entonces ocurrió algo increíble. La nube baja, que se dijo tenía 265 metros de longitud por 65 metros de anchura, se elevó lentamente en el cielo y desapareció en dirección a Bulgaria.

Con la nube, desaparecieron los hombres de aquel Regimiento británico. Ninguna cruz señala actualmente sus tumbas. Si fueron aniquilados en combate, su desaparición fue más repentina y total que cualquier otra en la historia militar. Pero si fueron levantados con las nubes y llevados lejos de allí, como dijeron los zapadores neozelandeses, podrían estar en cualquier parte, tal vez incluso en un mundo sin guerras.

El 5º Batallón del Reg. Norfolk parte para la guerra
Como vemos, Berlitz nos relata un bonito cuento lleno de detalles que hacen parecer que parte de fuentes fiables, como por ejemplo el viento de, concretamente, ocho kilómetros por hora. Todo muy al estilo del autor de “El Triángulo de las Bermudas”. La pena (para Berlitz) es que en esta historia sí que han quedado los relatos de los oficiales que mandaban las tropas entre otros. Para empezar la “desaparición” no fue el 28 de agosto, sino el 12 y lo que presuntamente desapareció no fue el Regimiento de Norfolk, sino parte del 1/5 Batallón de ese regimiento. No fueron 4.000 hombres, ni siquiera los 800 que cita la fuente de Internet transcrita arriba. En realidad el batallón perdió ese día 22 oficiales y 350 hombres según los registros del mismo, y desde luego no fue en una nube, sino en una carga a la bayoneta mal planificada contra posiciones armadas con ametralladoras como tantas otras en la Primera Guerra Mundial. En ella, el coronel que mandaba el batallón junto a varios oficiales y 250 hombres quedaron aislados y no se les volvió a ver. Después de la guerra se pudieron encontrar los cuerpos de unos 122 de los soldados desaparecidos del 1/5 de Norfolk. Algunos de ellos, encontrados en una granja, se sospecha que fueron hechos prisioneros por los turcos que luego los masacraron. Nada extraño en una guerra. Recuerda más a masacres como las de Le Paradis y Malmedy en la Segunda Guerra Mundial que a ninguna historia de platillos volantes. Por si alguien lo dudaba, los investigadores que trataron de encontrar a los zapadores neozelandeses que al parecer relataron la historia no consiguieron dar con ellos. Se cree que la historia pudo surgir de la mezcla de la desaparición de parte del 1/5 de Norfolk el día 12 de agosto y la aniquilación de la Brigada 86 el 21 en medio de una espesa niebla.

Por último, unas palabras sobre el ejército chino desaparecido en Nanking. Tampoco he podido encontrar ningún relato que lo confirme. No obstante hay que decir que para empezar la toma de Nanking no fue en 1939 como repiten hasta la saciedad todos los amigos de lo misterioso, sino en 1937. Según la mayoría de las historias sobre este hecho, el día 10 de diciembre de 1939 (sic) los oficiales chinos se sorprendieron al descubrir las trincheras de un ejército que el día anterior había llegado a socorrer Nanking vacías. Se trata esta vez de unos 3.000 soldados, y se nos dice que las autoridades chinas no se lo explican. La verdad es que leyendo entre líneas cualquier relato de la batalla de Nanking la cosa tiene fácil explicación. Ante el avance imparable del ejército japonés, los jefes militares chinos decidieron retirar de Nanking sus tropas de élite para poder seguir una guerra que se adivinaba larga. En su lugar pusieron reclutas que no eran sino campesinos que se acababan de incorporar a la lucha. Ante la fama del ejército que se les venía encima, fama que confirmaron al entrar en la ciudad, lo más normal es que aquella noche cundiera el pánico en las trincheras chinas y que simplemente el ejército se desbandara totalmente si tener tampoco que recurrir a marcianos ni cosas raras.

En fin y ahora que se está conmemorando el aniversario de los acontecimientos de 1808, no quisiera despedirme sin citar un último ejército desaparecido. Tras la batalla de Bailén, el 19 de Julio de 1808, quedaron en manos españolas unos 18.000 prisioneros franceses. De ellos al menos nueve mil fueron dejados a su suerte en la isla de Cabrera, donde murieron en su mayoría de hambre. En 1815, al ser liberados, solo quedaban unos 4.000 de los 18.000. Y es que en todas partes cuecen habas, y muchas veces nuestras glorias no andan muy lejos de las mayores de nuestras miserias.

Desde luego me parece, para concluir, que no hace falta que vengan hombrecillos verdes para hacer de la guerra algo horrible. Quizás sea Rusia la que se lleva la palma cuando hablamos de ejércitos que desaparecen de verdad, los 600.000 hombres que perdió Napoleón, o los 800.000 que se perdieron solo en el bando alemán y en la batalla de Stalingrado, superan muy de lejos a todas las anécdotas citadas en esta columna.
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ALGUNAS FUENTES

Jose Antonio del Valle | 11 de mayo de 2008

Comentarios

  1. Marcos
    2008-05-11 13:22

    Qué divertido.
    De todos modos, a mí estas cosas me crean un dilema… mi inclinación me llevaría a reproducir estas historias ante los niños, igual que se les cuenta cualquier otro cuento de ficción, pero manteniendo la ilusión de veracidad y misterio, para que tenga mayor interés. Pero nunca sé del todo si debo o no hacerlo: pienso que no, pero entonces estoy hurtándoles unas eomciones que yo mismo disfruté, y que llegada cierta edad supe poner en su sitio.

    Saludos

  2. Jose
    2008-05-11 13:40

    Efectivamente. A mí me pasa lo mismo, además me parecen historias perfectas para crear relatos fantásticos y me parece que no hay nada malo en ello siempre que no se quiera hacer pasar lo fantástico por real, que es lo que hacen habitualmente personajes como el Ikerito y compañía.

    Tampoco veo nada malo en contar cuentos a los niños siempre que según van creciendo se les vaya enseñando la realidad.

  3. AMS
    2008-05-19 19:48

    Un artículo muy lucido y lúcido.
    Esos pecadillos de juventud va a ser una cosa común, como el acné. Casi todos lo tuvimos. Menos mal que se pasa con la edad. ¿Cómo podía ser tan borrico como para gustarme ciertas cosas? Me pregunto asombrado :)

  4. Jose
    2008-05-19 20:23

    Recuerdo que en mis últimos años de universidad me puse a leer un libro de Von Daniken que me había encantado de niño. Y no pude pasar de las primeras veinte páginas descojonado por las burradas que decía solo en cuestiones que son de física de BUP. Además salía la foto de un presunto peruano que llevó a Daniken a los famosos túneles extraterrestres, y es que se notaba a la legua que la barba que llevaba era falsa, a lo Papá Noel de las Navidades de el Corte Inglés. Y de niño no me di cuenta. :D


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