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Los anales perdidos por Jose Antonio del Valle

Jose Antonio del Valle escribe la bitácora Vidas Ajenas y ha colaborado en www.Stardustcf.com y www.Bibliopolis.org. Los anales perdidos se publica el día 22 de cada mes y trata de ser una mirada a personajes e historias medio olvidadas por el tiempo.

Y el Óscar al mejor actor secundario es para...

Alfred Russel Wallace
Una mañana de junio de 1858, antes de ponerse a trabajar en la monumental obra que acabaría dándole fama universal, Charles Darwin se entretuvo, como hacía cada día, en abrir las cartas que le comunicaban con cientos de corresponsales que lo mantenían al día sobre los nuevos descubrimientos que tenían lugar en las partes más alejadas del mundo. Al abrir un paquete procedente de uno de aquellos oscuros recolectores de especimenes que trabajaba en las Molucas, Darwin se encontró con un artículo titulado Sobre la tendencia de las variedades a diferenciarse indefinidamente del tipo original y descubrió con pesadumbre que aquel trabajo resumía y se anticipaba a los resultados del que él mismo había estado componiendo durante los últimos veinte años. El oscuro cazador de mariposas y escarabajos se llamaba Alfred Russel Wallace y estaba destinado a entrar en la historia al lado del padre de la teoría de la evolución, aunque en los últimos años se detecte una tendencia a no citarle junto a él que hace que poco a poco se vaya convirtiendo en un desconocido para las nuevas generaciones.

Alfred Russel Wallace nació en Gales en 1823, de una familia escocesa de clase media que había venido a menos en la anterior generación, lo que hizo que sus orígenes fueran muy humildes y su figura fuera completamente opuesta a la del acomodado Darwin. Wallace se vio obligado a abandonar la escuela a edad temprana y entró a trabajar como aprendiz de agrimensor en la empresa de uno de sus hermanos, por lo que prácticamente todo su aprendizaje lo realizó de manera autodidacta en diferentes bibliotecas de las que se hizo asiduo visitante. Posteriormente consiguió un puesto de maestro en Leicester, donde conocería a Henry Walter Bates, un enamorado de los escarabajos que le contagió su amor por la historia natural y cuya amistad iba a cambiar su vida para siempre. En aquella época, hacia 1844, Wallace leía constantemente, llegando a conocer algunas de las obras que más tarde le harían seguir el mismo camino de Darwin como los Principios de Geología de Charles Lyell o el Ensayo sobre principios de la población de Thomas Malthus. Además iba a leer tres obras que le harían desear ampliar sus horizontes en la búsqueda de aventuras y nuevos especimenes, por un lado los libros de viajes por Sudamérica de Alexander Von Humboldt, y por otro El viaje del Beagle de Charles Darwin y A Voyage up the River Amazon del americano William Henry Edwards. También devoró una obra que en su época había supuesto una gran polémica: Vestiges of the Natural History of Creation publicada anónimamente por el editor Robert Chambers y que anticipaba la teoría de la evolución, aunque de una manera poco científica que hizo que posteriormente Darwin se cuidara mucho de no publicar sus resultados hasta tener detrás una inmensa montaña de datos que los refrendaban y que, sin embargo, también produjo el despegue de la imaginación de Wallace y su “conversión” a la idea de la evolución. Con todo ello, en 1848 Wallace y Bates iniciaron su primer viaje por el Amazonas tras formar una sociedad con Samuel Stevens, que se encargaría de vender todos los especimenes que fueran capaces de encontrar a eruditos, museos y todo tipo de sociedades relacionadas con la ciencia que en aquel momento proliferaban por todas partes.

Wallace permaneció en el Amazonas hasta 1852, realizando una inmensa tarea como naturalista y explorador que le llevaría a desarrollar ideas originales sobre la distribución geográfica de los seres vivos, uno de los campos en los que después destacaría. Durante su regreso a Gran Bretaña, el barco en el que viajaba se incendió, perdiéndose con ello una ingente cantidad de valiosos especimenes. A Dios gracias Stevens había tenido la precaución de asegurar la carga, lo que hizo que Wallace pudiese mantenerse y empezar a organizar una nueva expedición durante algún tiempo.

Henry Walter Bates
En su segundo viaje, entre 1854 y 1862, Wallace exploró lo que hoy son Malasia e Indonesia, lugares que consideró propicios para investigar sus ideas sobre la diferenciación de especies por el aislamiento que producen las barreras naturales. Durante su estancia en Gran Bretaña, se había hecho un nombre entre los naturalistas de la época mediante varias publicaciones, y había establecido una relación epistolar con Darwin que acabaría siendo fructífera para ambos, dado que los dos veían con frustración como la mayoría de sus colegas se dedicaban a coleccionar especimenes sin la menor intención de utilizar sus conocimientos para especular sobre las leyes que rigen la naturaleza. Sus aventuras en aquella remota parte del mundo serían publicadas en 1869 en el volumen El archipiélago malayo que se convertiría posteriormente en uno de los libros de viajes más leídos e influyentes de todos los tiempos.

No obstante, si el viaje ha pasado a la historia fue por la “epifanía” que Wallace sufrió en febrero de 1858. Comido por las fiebres en la isla de Gilolo, comenzó a reflexionar sobre los principios de la población de Malthus y llegó a la conclusión de que la evolución se producía mediante el mecanismo de la selección natural. Un mes más tarde, enviaba a Darwin el ensayo que había escrito expresando esas ideas, con el encargo de hacérselo llegar a Charles Lyell si consideraba que su contenido merecía la pena.

Hay que decir que Darwin en ningún momento trató de ocultar el descubrimiento de su amigo y rival. Aún reconociendo que el ensayo describía lo que él no había sido capaz de publicar por miedo a no tener todos los cabos bien atados durante veinte años, y por tanto podía derrotarle en la carrera por ser el primero en expresarlo, entregó el trabajo a Lyell quien, junto con el botánico Joseph Hooker, decidió presentar el artículo de Wallace junto a una carta a Hooker escrita en 1847 y otra al naturalista americano Asa Gray de 1857 en las que se demostraba la precedencia de Darwin respecto a la idea de la selección natural como motor de la evolución. La presentación se realizó ante la Linnean Society de Londres el 1 de julio de 1858 y pasó bastante desapercibida para la importancia de la idea que se expresaba en público por primera vez.

Charles Darwin
En noviembre de 1859 Darwin publicaba El origen de las especies en el que se daba cumplido crédito a Wallace, que no regresaría de las Molucas hasta 1862. Tras su regreso se convirtió en uno de los mayores defensores de la teoría de la evolución, apoyando en todo momento a Darwin y no mostrando ningún resquemor por haber sido relegado, dado que siempre consideró a Darwin como su maestro y su ensayo solo una pequeña aportación al trabajo monumental que este llevaba tanto tiempo recopilando. Wallace se casó en 1866 y se estableció como uno de los más prolíficos investigadores de la época, con multitud de publicaciones sobre evolución, teoría en la que propondría ideas que aún hoy perduran, como por ejemplo sobre la formación de nuevas especies a partir del aislamiento progresivo en individuos de la misma, pero también sobre la influencia de la geografía en la naturaleza, uno de sus problemas favoritos, y muchos otros temas. De hecho podemos decir que Wallace era una de esas mentes inquietas que surgen de vez en cuando en la historia y parecen no querer dejar ningún palo sin tocar. Más allá de la ciencia, su preocupación por la sociedad injusta que le había tocado vivir le hizo militar en algunas de las incipientes formas de socialismo que se empezaban a dar, y abrazar causas como el sufragio femenino o el antimilitarismo. Lamentablemente, esa capacidad para el pensamiento lateral le hizo asociarse también a ideas o creencias que en aquel tiempo se encontraban en el límite de lo científico, pero que hoy se sitúan claramente del lado de la pseudociencia. Así, Wallace causó sonrojo en sus colegas, incluido Darwin, al hacerse espiritualista, una tendencia muy de moda en la sociedad victoriana. Al final de sus días además era un fervoroso creyente, y pensaba que la evolución había sido dirigida de alguna manera por Dios para llegar hasta el ser humano, que era la cima de ella. Además pensaba que había ciertos pasos que no habían podido darse solamente por selección natural, por ejemplo la implantación de la conciencia en el hombre para crear el ser superior debía haber sido obra de Dios.

Charles Lyell
Todo ello no viene sino a demostrar que fue un hombre de su época, situado en la punta del avance de la ciencia en aquel momento, y por tanto propenso a caerse de ella en alguna de sus ideas, como cuando se puso en contra de la vacunación contra la viruela porque pensaba que la vacuna alteraba el medio natural de los microorganismos y traería más mal que bien. Una idea que aplicada a la viruela hoy en día se ve errónea, pero no así si observamos lo que sucede actualmente con el excesivo uso de los antibióticos que crean múltiples resistencias en los microorganismos. También tuvo, no obstante, sus momentos de inspiración; siendo por ejemplo uno de los pioneros de la ecología por su preocupación por lo que el hombre le estaba haciendo al medio, o enmendándole la plana al astrónomo Percival Lowell al demostrar que en Marte no podía existir vida o, finalmente, inventando un sencillo método para hacer evidente la curvatura de la tierra solo por dejar en ridículo a los miembros de la Sociedad de la tierra plana.

Alfred Russel Wallace murió a los 90 años en 1913, y hasta en su final fue en muchos sentidos opuesto a Charles Darwin, negándose a ser enterrado junto a él en la Abadía de Westminster, donde en 1915 se colocarían dos medallones para conmemorar a los padres de la selección natural.

A día de hoy cada vez oigo hablar más de la teoría de Darwin, y cada vez parece que Wallace queda más relegado. Para algunos es solo el que le metió prisa a Darwin para que publicara su obra, olvidándose de todas sus contribuciones como descubridor de nuevas especies, como único corresponsal que consiguió estar en la misma onda que Darwin, proporcionando retroalimentación e ideas y, cómo no, como pensador original de muchos de los cabos sin atar que al final darían lugar a lo que hoy es una de las dos o tres columnas en las que se asienta la ciencia moderna.
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ALGUNAS FUENTES

  • Alfred Russel Wallace en Wikipedia.
  • Boorstin, Daniel J. Los descubridores. Crítica. Barcelona, 1986.
  • Connif, Richard. The Species Seekers. Norton. New York, 2011.
  • Shermer, Michael. Why People Believe Weird Things. St. Martin´s Griffin. New York, 1997.
Jose Antonio del Valle | 22 de marzo de 2012

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