Siendo socios de honor en La Sociedad de Amigos y Protectores de Espectros, Fantasmas y Trasgos que creó Gloria Fuertes, el 17 de cada mes, Glòria Langreo tratará de proteger los derechos de toda la imaginería ilustrada de garabatos para grandes y pequeños.
El puente de Brooklin, grandes ciudades como Nueva York, pequeños paraísos circenses como Coney Island, y grandes conquistas, forman parte del universo de François Roca, y de su pareja artística Fred Bernard. La particularidad de todos estos escenarios, es que en ellos han sucedido historias realmente escalofriantes, a pesar de que en los textos de Bernard todo respira una aparente calma y felicidad. Es Roca, en la mayoría de los casos, el encargado de transmitir esta sensación de intranquilidad con su estilo, y que hace que indaguemos en las historias que nos explica para encontrar verdaderos abismos del horror.
Es el caso de El Bombero de Lilliputia (Comanegra, 2009), que narra la historia de Henry MacQueen, un niño criado en un entorno burgués en Manhattan de principios del siglo XX, con un padre bombero y una casa con sirvientas. Henry MacQueen era enano, y blanco de las burlas en la calle. Cuando su padre asume la alcaldía de Nueva York, el chico decide abandonar su hogar para no avergonzar más a su familia, y va directo, con su maletita liliputiense, a Coney Island.
Allí, el empresario de espectáculos Samuel W. Gumpertz había construido por esa época la ciudad de Lilliputia, un pequeño paraíso para enanos. Henry se convierte en el fundador del parque de bomberos de Lilliputia, donde cada día realiza simulacros de incendios para los turistas, homenajeando la vida de héroe de su padre. Allí conoce a su futura mujer, una enana que realiza el papel de damisela en apuros en lo alto del edificio en llamas. Pero un día, un gran incendio asola Dreamland, y el único espacio que sobrevive es la pequeña ciudad de Lilliputia, donde sus pequeños bomberos han puesto en práctica todo lo aprendido en años de simulacros. Su padre, orgulloso de la bravura del hijo, decide retomar su historia familiar, fundiéndose en un abrazo ante la prensa.
Hasta aquí, podemos pensar que se trata de una historia de superación, donde todo sale bien. Chico conoce a chica, chico se casa con chica, chico supera sus problemas familiares y se reúne con su padre, convertido en el nuevo héroe nacional.
Lo cierto de todo esto, es que Dreamland, en concreto Lilliputia, fue un gran experimento perpetrado por Gumpertz para atraer a visitantes, y realizar sus tareas de científico loco. Se dice de la ciudad que era un pequeño laboratorio de ingeniería y tecnología para Manhattan. En el pueblo de los midgets se realizaban experimentos arquitectónicos, de suministros energéticos y de gestión, puesto que la escala 50% del pueblo, también reducía los gastos a la mitad. Allí, dicen, se promovían las conductas de promiscuidad, homosexualidad, ninfomanía, y el 80% de los nacimientos eran ilegítimos. Por allí paseaban gigantes del circo varias veces al día, para exagerar la escala arquitectónica. Para subrayar este aparente caos y la falsedad del asunto, los enanos fueron emplazados a vestir como aristócratas y a comportarse como tales, adquiriendo también falsos títulos nobiliarios. Tan falsos como su entorno, por otro lado, ya que Coney Island no tiene ni de verdadero la playa que marca el límite con el mar.
Todo esto, por supuesto, no se explica en El Bombero de Lilliputia, pero la intranquilidad de los dibujos de Roca, lo deja entrever. Todas las páginas de este magnífico libro, están compuestas a modo de retratos, posados totalmente artificiales, planos absolutamente estudiados para la foto, miradas a cámara y perspectivas dramáticas únicamente para los hechos anecdóticos (Henry rompe un jarrón en casa, Henry hace su teatrillo horario en el show turístico…). Incluso retrata a los integrantes de la comunidad de enanos como si fueran muñecos de papel maché. El momento de burla general hacia el niño, se resuelve con una hierática foto en el parque con su familia, donde únicamente una persona desvía la pupila del ojo para mirar al niño de refilón. En definitiva, las ilustraciones a página completa del libro, no son más que el cartón piedra que esconde la verdadera historia de Henry, el pequeño freak bombero.
Otro caso en el que Roca se encarga del mismo asunto, es el libro Veintiún elefantes sobre el puente de Brooklyn (Juventud, 2007) con texto de April Jones Prince. Allí se explica cómo la construcción del puente de Brooklin, recibido a bombo y platillo por el pueblo Estadounidense, desató las inseguridades de la gente ¿será capaz de aguantar en pie este puente tan exagerado? Phineas T. Barnum, director de circo, decide poner fin a las dudas haciendo desfilar a 21 de sus más preciados animales por el puente, para probar su resistencia, y dar seguridad al país. Y lo consigue.
Roca nos presenta a Barnum con sus preciosos claroscuros, en un ambiente tétrico y espeluznante, con secundarios de circo de terror y expresión impávida. El director se pasea en un carruaje con capota y estrellas por Brooklin ante la mirada inocente y contenta de la población, rodeados de banderas estadounidenses, mientras que la grandiosidad del ayuntamiento y del americanismo, se eclipsa por las enormes sombras de los elefantes.
La maestría de Roca al retratar ciudades, grandes obras arquitectónicas y explicar espacios urbanos, se une con su capacidad para plasmar expresiones engañosas en los personajes. Esa sonrisa de allí, es en realidad malévola.
Barnum no fue ningún héroe nacional que puso en peligro a sus animales por el país. Barnum fue, a finales del XIX, uno de los precursores de la publicidad por happening. Todo eso se trataba única y exclusivamente de una artimaña de mercadotecnia para dar a conocer su circo. Barnum no puso en peligro en ningún momento a su preciada flota de elefantes, ya que los elefantes son utilizados para comprobar la estabilidad de grandes superficies. A parte de su peso descomunal, poseen la capacidad de detectar si una superficie es estable o no, gracias a sus patas. No tenía nada que perder. Si el puente no era seguro, los elefantes no cruzarían. Era un win-win.
Esto, de nuevo, tampoco se explica en el texto del álbum, aunque su autora, se encarga de subrayar la verdadera motivación de Barnum en una pequeña nota al lado de las guardas, por si Roca no nos había convencido.
Entre las contradicciones historia/texto/ilustración de Roca, también encontramos Sol Negro (Juventud, 2009), de nuevo junto a Bernard. Es una historia de amor entre un conquistador español, Don Ignacio García Sabato, y una princesa de Quetzalcoatl, que pronto se ve tentada por ir a la caza del oro con su futuro marido.
A pesar de los esfuerzos de Bernard pasando por encima de cómo los españoles rompieron estatuas, prohibieron sus rituales religiosos, cerraron las escuelas, mataron a sus sacerdotes y aniquilaron culturas enteras como si no fuera con él la cosa; Roca nos muestra la grandeza de los sometidos con la belleza de sus vestidos y tierras, y sus rostros de incomprensión ante tal barbarie. Cuerpos muertos en la oscuridad, pero presentes, y la españolización de Siyah Ka ‘k’ mediante sus vestidos y peinado, conforme se va enamorando del oro y de la idea de llevarlo a España.
A pesar de que el Roca en los espacios abiertos (Susanna —Ed. Juventud—, Uma la Pequeña diosa —Ed. Juventud— o El secreto de las nubes —Lumen—), me gusta mucho menos que el Roca urbanita, (Jesús Betz —Fondo de Cultura Económica— y los mencionados), creo que no hay ningún libro del francés que decepcione. Y como dice un amigo mío: “a veces hay que exigir al lector que trabaje un poco” y yo añado “si quiere”.