Camilo de Ory necesita dinero. Cada lunes, en la sección Causas justas de Libro de Notas, lanza al aire una serie de pensamientos tan erráticos como su visión del mundo y tan breves como su jornada de trabajo. Animamos a los lectores a entrar al trapo y crear a pie de página un bullicioso foro de debate en el que cualquier conducta antisocial tendrá, que nadie lo dude, su justa recompensa.
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Sólo en circunstancias excepcionales (al curar la herida de un niño especialmente desvalido o al confortar a una moribunda de voz atiplada para paliar nuestro dolor ante su partida) me parece justificada la vergonzante ternura.
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Lo que hace que el biempensante recele de la prostituta es el que ésta venda algo que previamente no ha comprado al por mayor y de lo que difícilmente conservará factura.
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No es un principio ético natural el que necesita ser enunciado.
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Sólo la conciencia, que he tomado tras un minucioso análisis de la Historia, de que serán precisamente los más necios los que accedan al poder me hace contenerme y no reivindicar un par de salvadoras décadas de refrescante despotismo ilustrado.
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Torcidos los motivos que nos empujan a formalizar y prolongar el matrimonio: el horror a que unas manos ajenas toquen al otro, el animal deseo de criar lo mejor posible a unos vástagos que aguardan impacientes el momento de irse, la costumbre inmutable de siglos en otros aspectos por cierto mutantes.
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Ahora está terriblemente mal visto y da lugar a leyes estrictas que todos aplauden, pero en otro tiempo se le llamaba crimen pasional e inspiraba a poetas y cantautores.
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Hay palabras malditas por su misma esencia o por el uso. El verbo contraer está cargado de connotaciones negativas: tan sólo se contraen deudas, enfermedades y matrimonio.
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Los castigos reales (corrimientos de tierra, explosiones volcánicas que sepultan pueblos imprudentemente construidos en la ladera de la sospechosa montaña) parecen, al menos a primera vista, más dolorosos que los castigos míticos (cuyo ejemplo más jocoso y renombrado es el de la lluvia de sapos), algo que habla tanto de la crueldad de un Dios aleatoriamente furioso como de la poca capacidad de fabulación de los redactores del Antiguo Testamento.
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En una Francia de devoradores de ancas de rana, quién podría distinguir la plaga de la lluvia de maná bíblico.
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El teléfono móvil (portátil, móviles lo son todos de una u otra manera) nos permite llevarnos a nosotros mismos y nuestra capacidad o necesidad de respuesta en el bolsillo.