Camilo de Ory necesita dinero. Cada lunes, en la sección Causas justas de Libro de Notas, lanza al aire una serie de pensamientos tan erráticos como su visión del mundo y tan breves como su jornada de trabajo. Animamos a los lectores a entrar al trapo y crear a pie de página un bullicioso foro de debate en el que cualquier conducta antisocial tendrá, que nadie lo dude, su justa recompensa.
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Tanto hasta conseguir que se legalice el divorcio y ahora extendemos la maldición del matrimonio a los alegres y desprevenidos homosexuales.
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El amor y la muerte son costumbres, heredadas de un tiempo indescifrable, que vienen a romper con la costumbre.
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El sexo entre los miembros de un matrimonio añejo tiene un algo incestuoso, que tal vez sea lo que da aliento a los amantes y justifica su repetido acto.
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Dudosa ingravidez de los aviones.
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Nos cuesta aceptar un referente moral si no adopta una estética seductora. Tampoco aceptamos una estética esencial si no viene acompañada de una estética accesoria cuanto menos tolerable.
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Cuanto menos, tolerable y apropiada: no escucharemos el consejo científico de un joven con botas militares y cazadora claveteada ni compraremos el disco de un señor con la la camisa recién planchada y la cuidadosa raya a un lado.
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Basta a veces con parecer: el hombre de valía lo sabe y en esos casos no se esfuerza por además, e innecesariamente, ser.
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Las catas arqueológicas ponen en duda la supuesta grandeza de las pasadas civilizaciones: todas han terminado sepultadas bajo el polvo que se cría en los desvanes lóbregos de la Historia.
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Sentado en el suelo, tras la reja protectora de la excavación, el joven arqueólogo con inofensivo aspecto de campista sostiene un pedazo de barro cocido y con un pincel le sacude los años al ayer.
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No arrojen comida al arqueólogo.