Camilo de Ory necesita dinero. Cada lunes, en la sección Causas justas de Libro de Notas, lanza al aire una serie de pensamientos tan erráticos como su visión del mundo y tan breves como su jornada de trabajo. Animamos a los lectores a entrar al trapo y crear a pie de página un bullicioso foro de debate en el que cualquier conducta antisocial tendrá, que nadie lo dude, su justa recompensa.
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¿Cuánto hay de natural y cuánto de impuesto en la moral colectiva? En general me repele la idea de matar, sobre todo con las manos o con un arma blanca, pero me enorgullezco de haber cometido ocasional fornicación y de haber escapado siempre con bien tras robar objetos de poco valor en el bazar.
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Según los eruditos de los últimos dos o tres siglos, la Tierra viaja a velocidades inconcebibles hacia ninguna parte. Las teorías de los clásicos pueden ser erradas y pintorescas, pero a mí me parecen más comprensibles y sobre todo muy confortables.
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Si el propósito de la ciencia es mejorar nuestras condiciones de vida, sus prohombres deberían transigir y asumir como ciertas algunas mentiras tranquilizadoras.
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Cobardes como somos, rechazamos lo erigido por nuestros aún fuertes padres y reivindicamos la obra de los inofensivos bisabuelos. Así, derribamos los edificios cincuentenarios para construir nuevas casas y desenterramos las ruinas milenarias para exhibirlas ante los curiosos.
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Me dice Casanova por carta que las mujeres mienten cuando espolvorean sus rostros con maquillaje como los hombres lo hacemos al meter barriga al paso de las adolescentes. La diferencia está en la naturalidad con que ellas abordan su elaborada tarea, que contrasta con el sonrojo que a nosotros nos provoca la conciencia de tan sencillo gesto.
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El hombre sorprendido en falta tiende a esconder la cabeza, a justificarse o a pedir disculpas. La mujer en cambio ha aprendido de los dioses el salvador arte de la indignación.
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El tímido orgullo con que se exhibe un buen desnudo, la azorada vergüenza ante la mirada que se posa en nuestros zapatos sucios.
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Ante un niño, en cambio, el cuerpo se oculta, se muestra con naturalidad si es menor de cinco años y forma parte de la familia o se airea de manera apresurada y con una sonrisa beoda de culposo riesgo.
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Incluso más inquietante que lo que el niño es en esencia (un diminuto ser amoral y dentado), es lo que es en potencia, lo que si la educación no falla en su negro trabajo puede llegar a ser.
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La juventud, la edad de anhelar en vano los pocos privilegios de la madurez; la madurez, el momento de desear también en vano las zozobras de la juventud y sobre todo a los mismos jóvenes.