Camilo de Ory necesita dinero. Cada lunes, en la sección Causas justas de Libro de Notas, lanza al aire una serie de pensamientos tan erráticos como su visión del mundo y tan breves como su jornada de trabajo. Animamos a los lectores a entrar al trapo y crear a pie de página un bullicioso foro de debate en el que cualquier conducta antisocial tendrá, que nadie lo dude, su justa recompensa.
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El signo de interrogación, o la percha en que el escribano cuelga todas sus dudas.
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La pasión con que abraza a su rival el púgil tambaleante que trata de evitar el castigo, o la sonriente familiaridad con que el hombre que está en el suelo trata de seducir a los que lo patean.
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Un lápiz mordido, como un olivo con una rama tronzada por el hombre que lo exprime.
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En el contestador, un mensaje de Casanova, que desde comisaría me recuerda que la mujer, en el amor, como en el parto, busca su cuota justa de dolor y que la labor del buen amante es administrárselo en la dosis precisa.
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La saña y el desesperado odio con que muerden al titán enfermo todos esos microbios insignificantes.
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Parte del valor de la belleza reside precisamente en el hecho de que ésta sea perecedera.
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Imagino a una muchacha (ojos claros de eternidad y confortadora sonrisa) bella para siempre y pienso en un incómodo ángel mientras un escalofrío me recorre la espalda.
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Digo OK a la imperfecta luna y acto seguido la aplasto con el pulgar importante.
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La bolsa de plástico es la red no biodegradable con que el hombre ha apresado a Dios y ha vencido a la Naturaleza. Como todas las victorias definitivas, ésta carece por completo de belleza, pero está revestida de una seductora aura práctica.
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La gaviota, que espeja en el aire la secreta derrota de los peces.