Esto es la primavera. En primavera resulta inevitable tropezar en los jardines y las aceras con mil flores en flor, cientos de adolescentes en flor, millones de bichos, incontables microorganismos que provocan alergia y un buen número de perros jadeantes. En primavera, por alguna extraña razón que probablemente tenga algo que ver con la crueldad del género femenino, las muchachas sonríen a quien nunca sonreirían y le hacen concebir vanas esperanzas de cópula. En primavera el ser humano se reencuentra con la necesidad de ducharse a diario para contrarrestar los efectos del calor, y con una animalidad dormida que lo empuja, por ejemplo, a cortar una margarita y arrancar los pétalos de uno en uno, me quiere, no me quiere, en lugar de contarlos, dividirlos entre dos y ver qué es lo que pasa o simplemente preguntar: me quieres, no me quieres. En primavera hacemos cosas tan raras como esta última y otras todavía más extravagantes y generadoras de insuperable vergüenza propia y ajena, pero la buena noticia es que a día de hoy y tal y como están las cosas no tenemos por qué asumir responsabilidades morales e incluso casi tampoco legales por la mayor parte de ellas. Los médicos nos han eximido de tan engorrosa necesidad echándole la culpa de todo a las hormonas y a la astenia primaveral, que se llama así porque actúa sobre el sistema nervioso de los hombres sensibles y otras clases innominadas de vagos precisamente, mire usted por dónde, cuando según los calendarios, los termómetros y los rumores más acreditados entra en nuestras hasta entonces activas y sensatas vidas eso que por universal consenso de poetas y meteorólogos se ha dado en llamar la primavera.