Camilo de Ory necesita dinero. Cada lunes, en la sección Causas justas de Libro de Notas, lanza al aire una serie de pensamientos tan erráticos como su visión del mundo y tan breves como su jornada de trabajo. Animamos a los lectores a entrar al trapo y crear a pie de página un bullicioso foro de debate en el que cualquier conducta antisocial tendrá, que nadie lo dude, su justa recompensa.
Soy culto. Sólo veo películas de directores europeos cuyos apellidos no puedo pronunciar. Conozco el nombre de cuarenta compositores de música ‘new age’, pero me resulta imposible tararear la melodía de ninguna de sus canciones –lo mismo les ocurre a ellos–. Me muestro altivo ante los ignorantes, y aún más ante los entendidos para que no sospechen mi ignorancia. La ópera. Me gusta la ópera. Me gustan los mimos. Sería estupendo que los mimos cantasen ópera. Estos gustos me distinguen de la gente común: a la gente común no le gustan los mimos ni la ópera.
Por las tardes visito galerías de arte. Desde la pared los cuadros me miran y yo miro a las chicas que miran los cuadros. A veces noto que alguna de ellas también me mira a mí. He memorizado una lista de pintores ingleses que me es muy útil para romper el hielo en estas situaciones. En las galerías de arte todos tratamos de ligar igual que si estuviéramos en una discoteca: yo soy el John Travolta de las galerías de arte. Las estudiantes se me dan tan bien como las divorciadas con inquietudes e hijos. Suelo llevarlas a cenar a un restaurante vegetariano —los intelectuales adoramos la comida vegetariana—. Después las invito a un whisky en algún bar con música en directo: flamenco o jazz. Hago una muesca en mi ejemplar encuadernado del ‘Ulises’ de Joyce cada vez que una de ellas viene a dormir a mi piso de soltero.
Me alimento de los canapés que se sirven en las presentaciones de los actos culturales. Todo tiene sus normas: los canapés deben tomarse de uno en uno, sin mostrar ansiedad ni utilizar los bolsillos para almacenar provisiones. A no ser que se celebre la inauguración de una exposición fotográfica sobre los años del ‘punk’ o algo por el estilo: ahí se hace imprescindible acaparar bocadillos y se aconseja emplear los codos para mantener el sitio frente al plato de lomo en manteca —la inteligencia es la capacidad de adaptación al medio hostil—. Las instituciones públicas ejercen un soterrado mecenazgo de los jóvenes creadores, que acuden en tropel a cenar a este tipo de eventos. Allí se codean con gente importante y hacen sus primeros contactos: hay quien comenzó mangando botellines en las presentaciones de las ferias de arte y ahora dirige esas ferias —y puede acceder sin problemas al almacén de los botellines.
Kieslowsky, Angelopoulos, Kusturica. Sólo veo cine en versión original. Prefiero el cine español cuando está doblado a idiomas que no domino o cuando en la película aparece Najwa Nimri, cuyo nombre tampoco soy capaz de pronunciar correctamente. No obstante, tolero las películas de Alfredo Landa porque son el reflejo de una época y porque entroncan con lo ‘kitsch’ –los modernos reivindicamos lo ‘kitsch’-. Alfredo Landa o Najwa Nimri. Sería estupendo que los mimos cantasen ópera. Sería estupendo que leyeran poesía. Una poesía hermética, que solamente unos cuantos alcanzaran a entender y otros cuantos fingiéramos conocer en profundidad. Tengo que informarme sobre el dadaísmo. Me parece que hablando sobre el dadaísmo se podría conquistar a cualquier mujer en cualquier galería de arte. Pero si uno no se ha preparado la materia se arriesga a que un dadaísta le levante la presa o a que una fan de Tristán Tzara saque el tema entre bulería y bulería del dúo flamenco. En esos casos, lo mejor es callar. Las chicas que frecuentan las galerías de arte necesitan ser escuchadas, como todas las chicas del mundo: la oportunidad es perfecta para aprender algo acerca de los ismos y para dejar claro que sabe uno ceder el turno de palabra.
Sería estupendo que hubiese mimos dadaístas. Debería haber canapés vegetarianos, mujeres subtituladas, óperas ‘kitsch’: las mujeres con subtítulos podrían servir los canapés en el entreacto de la ópera. Si me hablaran, les demostraría que sé escuchar. Si me miraran las deslumbraría con mi estudiadísimo desaliño indumentario. Si quisieran, las llevaría a cenar lejos de los canapés y les recitaría sus subtítulos al oído.
2009-05-18 23:12
Cuando Camilo de Ory escribe articulos juiciosos (le he leido uno) y correctos es armartisticamente soso, tediocartamantico y mediocriaburridocansatico.
Pero este es genialfugilistico y supracantibroso.