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Mar contradictorio. El yodo cura las heridas, pero la sal escuece como un herpes. Caminar descalzo por la orilla del mar es sano, pero hay que tener cuidado con los erizos, las medusas y otros invertebrados picadores. El mar es salado y en cambio los ríos que desembocan en él son dulces.

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La mar es una fuente de riqueza: de ella recibimos los alijos.

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Viajo en el tren de la costa, admiro el decorado de mar constante y contemplo el sinfín lineal de edificios funcionales que sin duda fueron modernísimos hace tres décadas. Pienso que en las habitaciones de los hoteles debe de oler a crema Nivea.

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Se maravilla uno de que bajo la lámina gris y helada del Mediterráneo en invierno bulla la vida.

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En el mar hay gran cantidad de agua, pero no la podemos beber: algo inquietantemente parecido ocurría con el Paraíso y las manzanas y la historia acabó como todos sabemos que acabó.

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La Odisea nos habla de las sirenas: la Ciencia ha demostrado que éstas no son mujeres con cola de pescado, sino una especie de marsopas cantarinas. Ulises mentía como un fantasma de barra de bar o practicaba la zoofilia, dos vicios feos.

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Sólo el marino sin cuentas pendientes con la ley rema con decisión hacia la playa en la que oye a las sirenas.

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Dicen que retar al mar es un suicidio, pero una cosa es meterse donde cubre y otra lo de Magallanes.

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Los holandeses retaron al mar y le ganaron varios cientos de kilómetros: cuando lo hicieron aún no se había legalizado el consumo de drogas, así que cabe pensar que sabían lo que se traían entre manos.