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Los anales perdidos por Jose Antonio del Valle

Jose Antonio del Valle escribe la bitácora Vidas Ajenas y ha colaborado en www.Stardustcf.com y www.Bibliopolis.org. Los anales perdidos se publica el día 22 de cada mes y trata de ser una mirada a personajes e historias medio olvidadas por el tiempo.

Hundir la flota

Paul K. Van Riper
Ayer mismo, leyendo en el periódico el empeoramiento de las relaciones entre Irán y los Estados unidos, recordé cierta historia que leí no hace mucho en el libro “Hazañas y chapuzas bélicas” de Gary Brecher. Brecher tiene una columna en internet titulada The War Nerd (en el libro, que es una recopilación de esas columnas, se ha traducido war nerd por guerradicto, en fin…) en la que pontifica habitualmente, y no sin razón, sobre la aparente incapacidad de la maquinaria bélica americana para darse cuenta de que está inmersa en lo que él denomina “guerra asimétrica”, es decir, una contienda entre el estado más poderoso del mundo con todos sus medios y su tecnología del futuro y grupos de guerrilleros tercermundistas que luchan con lo que tienen a mano y que, según the war nerd, a la larga no pueden perder. Brecher, aparte de ser acérrimo de derechas y nacionalista yanqui hasta la médula, tiene una manera de escribir que rezuma ironía y mala leche, y a veces dice verdades como puños, por lo que aconsejo su lectura sin dudarlo. Uno de los ejemplos más destacados de sucesos que vienen a confirmar las teorías de Brecher, y al que voy a dedicar hoy estas líneas, se produjo en 2002, durante los llamados ejercicios Millenium Challenge.

Con la vista puesta en la invasión de Iraq, el ejército de los Estados Unidos llevó a cabo durante el verano de 2002 los juegos de guerra más caros de la historia. Millenium Challenge consistía en una serie de simulaciones por ordenador complementadas por maniobras reales en las que participaron unos 13.000 hombres y que costaron unos 250 millones de dólares. El escenario que se pretendía reproducir era una posible invasión de un país del Golfo Pérsico gobernado por un dictador megalómano que, por aquel entonces, lo mismo podía ser Iran que Iraq. El objetivo de los juegos era probar una serie de nuevos conceptos basados en la utilización masiva de nuevas tecnologías bélicas que luego se usarían en la guerra de Iraq y en los que tenía especial interés el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld.

Los juegos de guerra consistían en un enfrentamiento entre el equipo azul, que representaba a los Estados Unidos y el equipo rojo, que representaba al país imaginario del golfo. Al mando del equipo azul estaba un general retirado del ejército y al mando del equipo rojo el teniente general retirado de los marines Paul K. Van Riper. Van Riper había participado en la guerra de Vietnam y la primera del golfo. Habiendo desarrollando casi toda su carrera militar como profesor de tácticas anfibias, era uno de los oficiales americanos con mayor experiencia en este tipo de maniobras y además un gran estudioso de los juegos de guerra. En principio se dijo que los ejercicios eran libres, abiertos a la improvisación y a la victoria del equipo rojo, de manera que Van Riper, un poco con el espíritu del personaje de Clint Eastwood en El sargento de hierro, se dispuso a hacerlo lo mejor que sabía con las escasas fuerzas que se le destinaron.

Donald Rumsfeld
El ejército de Van Riper estaba compuesto por una heterogénea colección de lanchas de recreo, botes de pesca y barcos civiles de cualquier tipo, así como aviones anticuados y todo lo que se supone que podría tener a su disposición una potencia del tercer mundo. Los juegos de guerra comenzaron el 29 de julio y desde el principio el equipo rojo pasó a la ofensiva de forma totalmente inesperada. Conociendo la dependencia que el equipo azul tenía de los medios electrónicos, Van Riper utilizó en sus comunicaciones mensajeros en moto, señales luminosas e incluso claves ocultas en las llamadas a la oración desde los minaretes de las mezquitas. Además mantuvo a su flota dando vueltas en torno a la americana, lo que hacía difícil distinguirla del tráfico comercial normal. Con todo ello, cuando la flota azul se acercaba a las costas del golfo, el equipo rojo desencadenó un ataque masivo con misiles Silkworm de fabricación china que saturaron los sistemas de detección electrónicos, al tiempo que toda la flota naval y aérea de Van Riper iniciaba una serie de ataques suicidas contra los barcos norteamericanos. Como dice Gary Brecher, si toda una flota de pesqueros y lanchas rápidas se te echa encima de golpe, puedes destruir unas cuantas, pero al final alguna acaba alcanzándote, sobre todo si no les importa escapar con vida.

El resultado fue el hundimiento de un portaaviones del tipo Nimitz), dos portahelicópteros y otros trece buques de guerra con la muerte de unos 20.000 marinos y soldados en lo que, de haber sido real, se habría convertido en el peor desastre naval americano desde Pearl Harbor.

En teoría, los juegos habrían tenido que acabar con la victoria del equipo rojo y con dudas más que razonables respecto a los conceptos que se querían probar. Sin embargo, el alto mando de las maniobras, en un alarde de “juego limpio”, parecido a cuando salvamos una buena situación en un juego informático de estrategia para volver a ella si las cosas nos van mal, decidió reflotar los barcos hundidos y resucitar a los muertos, para continuar las maniobras. No solo eso, además a Van Riper se le dijo que debía desconectar sus radares en los lugares donde iban a atacar las fuerzas azules y desguarnecer las playas donde desembarcarían los marines. El jefe de los rojos trató no obstante de volver a ganar, aunque cuando se dio cuenta de que sus subordinados habían recibido órdenes de ignorar las suyas, decidió dimitir. Van Riper acabó quejándose a los medios de comunicación de que los juegos estaban amañados y estos finalizaron el 15 de agosto felizmente, con la victoria del equipo azul y la inclusión en la doctrina bélica americana de todos los nuevos conceptos que “tan bien” habían funcionado.

Sir Percy Hobart
Esta historia, que puede parecer de locos, es más común de lo que nos podemos creer. La guerra es un negocio en el que todos los planes dejan de servir en el momento en el que suena el primer tiro. Eso lo saben muy bien oficiales experimentados como Van Riper, que ven la necesidad de conocer al enemigo y, sobre todo, de saber improvisar. Lo contrario lleva a lanzar tu caballería contra las ametralladoras como sucedió al principio de la primera guerra mundial pese a conocer su efecto de conflictos anteriores o a muchos otros ejemplos fatales de falta de previsión. Lamentablemente los ejércitos suelen estar dirigidos por una élite que rechaza los cambios, o bien que solo admite los que a ellos les interesan. En el caso americano el famoso complejo industrial militar, en el que tiene grandes intereses Rumsfeld, que hace que la economía del país se base en gran parte en construir (y vender) armamento cada vez más sofisticado. Un caso similar al de Millenium Challenge, aunque con una repercusiones mayores, lo tenemos en la negativa durante los años 20 y 30 del siglo pasado por parte muchos militares británicos a adoptar las nuevas divisiones acorazadas y la doctrina de la guerra móvil que luego utilizarían los alemanes. Eso pese a haber sido los inventores de los tanques y a haber desarrollado tácticas durante estos años que lamentablemente solo aprovecharon al enemigo.

En al menos tres ocasiones en los años 20 y 30, una unidad acorazada británica venció espectacularmente a un ejército de infantería similar a los de la guerra del 14 en unas maniobras. En las últimas, en 1934, en lo que se llamó la batalla de Hungerford, una división acorazada experimental mandada por el general Percy Hobart derrotó de manera abrumadora a un ejército convencional pese a que los árbitros, pertenecientes casi todos al bando tradicionalista, pusieron todo tipo de obstáculos he hicieron todo tipo de trampas al igual que harían los americanos en 2002. Finalmente, y a pesar de la evidencia, el modelo de guerra acorazada moderna no fue adoptado por los británicos hasta que la experiencia les obligó a ello.

Tras situaciones como las que he relatado, el único consuelo que le debe quedar al que trata de ver la guerra desde un punto de vista realista es que al otro lado de la colina los que dirigen el ejército enemigo son otra élite probablemente tan refractaria al cambio y la adaptación como la del propio bando. En un ejercicio de historia virtual, de esos que tanto me gustan, cabría preguntarse qué habría sucedido en la guerra de Iraq de haberse llamado el líder iraquí Paul Van Riper en vez de Sadam Hussein.
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ALGUNAS FUENTES

Jose Antonio del Valle | 11 de febrero de 2010

Comentarios

  1. Ñbrevu
    2010-02-11 21:52

    Muy interesante, gracias :).


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