Jose Antonio del Valle escribe la bitácora Vidas Ajenas y ha colaborado en www.Stardustcf.com y www.Bibliopolis.org. Los anales perdidos se publica el día 22 de cada mes y trata de ser una mirada a personajes e historias medio olvidadas por el tiempo.
Con la vista puesta en la invasión de Iraq, el ejército de los Estados Unidos llevó a cabo durante el verano de 2002 los juegos de guerra más caros de la historia. Millenium Challenge consistía en una serie de simulaciones por ordenador complementadas por maniobras reales en las que participaron unos 13.000 hombres y que costaron unos 250 millones de dólares. El escenario que se pretendía reproducir era una posible invasión de un país del Golfo Pérsico gobernado por un dictador megalómano que, por aquel entonces, lo mismo podía ser Iran que Iraq. El objetivo de los juegos era probar una serie de nuevos conceptos basados en la utilización masiva de nuevas tecnologías bélicas que luego se usarían en la guerra de Iraq y en los que tenía especial interés el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld.
Los juegos de guerra consistían en un enfrentamiento entre el equipo azul, que representaba a los Estados Unidos y el equipo rojo, que representaba al país imaginario del golfo. Al mando del equipo azul estaba un general retirado del ejército y al mando del equipo rojo el teniente general retirado de los marines Paul K. Van Riper. Van Riper había participado en la guerra de Vietnam y la primera del golfo. Habiendo desarrollando casi toda su carrera militar como profesor de tácticas anfibias, era uno de los oficiales americanos con mayor experiencia en este tipo de maniobras y además un gran estudioso de los juegos de guerra. En principio se dijo que los ejercicios eran libres, abiertos a la improvisación y a la victoria del equipo rojo, de manera que Van Riper, un poco con el espíritu del personaje de Clint Eastwood en El sargento de hierro, se dispuso a hacerlo lo mejor que sabía con las escasas fuerzas que se le destinaron.
El resultado fue el hundimiento de un portaaviones del tipo Nimitz), dos portahelicópteros y otros trece buques de guerra con la muerte de unos 20.000 marinos y soldados en lo que, de haber sido real, se habría convertido en el peor desastre naval americano desde Pearl Harbor.
En teoría, los juegos habrían tenido que acabar con la victoria del equipo rojo y con dudas más que razonables respecto a los conceptos que se querían probar. Sin embargo, el alto mando de las maniobras, en un alarde de “juego limpio”, parecido a cuando salvamos una buena situación en un juego informático de estrategia para volver a ella si las cosas nos van mal, decidió reflotar los barcos hundidos y resucitar a los muertos, para continuar las maniobras. No solo eso, además a Van Riper se le dijo que debía desconectar sus radares en los lugares donde iban a atacar las fuerzas azules y desguarnecer las playas donde desembarcarían los marines. El jefe de los rojos trató no obstante de volver a ganar, aunque cuando se dio cuenta de que sus subordinados habían recibido órdenes de ignorar las suyas, decidió dimitir. Van Riper acabó quejándose a los medios de comunicación de que los juegos estaban amañados y estos finalizaron el 15 de agosto felizmente, con la victoria del equipo azul y la inclusión en la doctrina bélica americana de todos los nuevos conceptos que “tan bien” habían funcionado.
En al menos tres ocasiones en los años 20 y 30, una unidad acorazada británica venció espectacularmente a un ejército de infantería similar a los de la guerra del 14 en unas maniobras. En las últimas, en 1934, en lo que se llamó la batalla de Hungerford, una división acorazada experimental mandada por el general Percy Hobart derrotó de manera abrumadora a un ejército convencional pese a que los árbitros, pertenecientes casi todos al bando tradicionalista, pusieron todo tipo de obstáculos he hicieron todo tipo de trampas al igual que harían los americanos en 2002. Finalmente, y a pesar de la evidencia, el modelo de guerra acorazada moderna no fue adoptado por los británicos hasta que la experiencia les obligó a ello.
Tras situaciones como las que he relatado, el único consuelo que le debe quedar al que trata de ver la guerra desde un punto de vista realista es que al otro lado de la colina los que dirigen el ejército enemigo son otra élite probablemente tan refractaria al cambio y la adaptación como la del propio bando. En un ejercicio de historia virtual, de esos que tanto me gustan, cabría preguntarse qué habría sucedido en la guerra de Iraq de haberse llamado el líder iraquí Paul Van Riper en vez de Sadam Hussein.
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ALGUNAS FUENTES
2010-02-11 21:52
Muy interesante, gracias :).