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La noche del cazador por Martin Pawley

Hay otro cine, alejado de las esferas comerciales y del consumo y la publicidad. Esta sección es una excursión mensual —cada día 17— por la periferia del cine guiada por Martin Pawley, bloguero y crítico de cine del programa “Extrarradio” de la Radio Galega. [Esta columna se dejó de actualizar en agosto de 2009]

Correrá la sangre (nueva)

Ya es un tópico establecer paralelismos entre los Estados Unidos de finales de los 60, principios de los 70, marcados por la Guerra del Vietnam, y los Estados Unidos de nuestros días, convulsionados por los efectos de una guerra, la de Irak, cuyo verdadero final aún está por llegar. Ambos acontecimientos bélicos, con sus implicaciones sociales y políticas (manifestaciones ciudadanas, descrédito de los gobiernos, etc), sirven de catarsis que trae como consecuencia transformaciones en la cultura en general, y en el cine en particular, quizá por ser la forma de arte que antes populariza los cambios de ciclo. En los 70 el cine americano rompe con el convencionalismo de las superproducciones que intentaban combatir el apogeo de la televisión en la década anterior, y se vuelve más agresivo, contestatario y urbano. Como respuesta a Vietnam brota un cine crítico con la guerra (El cazador, de Michael Cimino; El regreso, de Hal Ashby) y un “cine político” (Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula; La conversación, de Francis Ford Coppola), pero también una revisión de los géneros tradicionales en los que se apuesta por un tono ambiguo y crepuscular, por ejemplo el cine negro (Chinatown de Roman Polansky, Malas tierras de Terrence Malick) o el western (Jeremiah Johnson de Sidney Pollack; Pequeño gran hombre, de Arthur Penn). A ese tren se suben los directores más jóvenes, pero también otros que comenzaron a dirigir varias décadas atrás (caso de John Huston). Cineastas que asumen algunas de las renovaciones del cine de los 60, la época de los “nuevos cines” (Nouvelle Vague, Free Cinema, cinema novo brasileño, etc) desde la estructura de los estudios, en producciones de gran formato protagonizadas por estrellas (Robert Redford, Marlon Brando, Dustin Hoffmann).

La situación actual es muy semejante. Los atentados del 11-S son la excusa para las invasiones de Afganistán e Irak, cuyas consecuencias siguen ocupando las portadas de los noticiarios. La credibilidad del gobierno Bush cae en picado y la ciudadanía americana vuelve a vivir tiempos de crisis. La guerra de Irak llega a las salas comerciales (Redacted, de Brian de Palma), regresa el cine “de combate” político (los documentales de Michael Moore; Lions for lambs de Robert Redford) y las nuevas estrellas ejercitan su perfil más progresista en producciones que miran de reojo el cine de los 70, con George Clooney confirmado como jefe de la manada después de dirigir un espléndido alegato por la libertad de expresión (Buenas noches, y buena suerte) y de demostrar que su presencia es suficiente para convertir en éxito una mediocridad como Michael Clayton. En paralelo, y eso es lo verdaderamente estimulante, resurge la necesidad de revisar los géneros tradicionales. El thriller (tan manoseado) sirve para explorar los límites de la narración en Zodiac, de David Fincher, y los hermanos Coen, Joel y Ethan, entrecruzan el relato criminal y los escenarios fronterizos del western en su adaptación de la novela de Cormac MacCarthy No country for old men, tan eficazmente resuelta como poco sorprendente. El carácter híbrido de esta nueva era queda probado por la creciente influencia de los registros televisivos, que convive con la constatación de que hay un “cine diferente” que puebla los festivales y cuyos ecos alcanzan al cine americano (como sucede con la obra de Bela Tarr y su huella en las películas más recientes de Gus van Sant).

Al mismo tiempo hay una vuelta al gran cine, al cine con mayúsculas no por antiguo sino por bueno, como si hubiera sido preciso matar al padre para comprender la necesidad urgente de resucitarlo. Basta ver unas pocas imágenes de la apabullante There will be blood para acordarse de clásicos populares tipo Gigante, de George Stevens, con Rock Hudson y James Dean, pero también de genios barrocos como Orson Welles y el Eric von Stroheim de Greed. Inspirándose en una novela de Upton Sinclair, “Oil”, Paul Thomas Anderson construye un fascinante retrato de la ambición -no muy alejado del que construyó Huston en El tesoro de Sierra Madre- a través de un personaje memorable, Daniel Plainview (encarnado por un sobrenatural Daniel Day-Lewis) cuya avariciosa entrega a los negocios lo aboca a la soledad, a la manera de un Charles Foster Kane. Su actitud obsesiva tiene un equivalente en la paranoia religiosa de Eli Sunday (Paul Dano), fundador y líder de una secta cristiana que afirma tener poderes para sanar. La lucha de poder entre ambos alcanza dos momentos cumbres: el bautizo de Daniel Plainview, que se presta a la humillación en favor de sus intereses petrolíferos, y el glorioso final que funciona como reverso de la escena antes descrita. La música de Jonny Greenwood acompaña a la perfección las deslumbrantes imágenes de esta fábula moral cuya riqueza parece inagotable.

Martin Pawley | 17 de febrero de 2008

Comentarios

  1. Marcos
    2008-02-17 17:10

    Carlos Boyero, hoy, en El País: «Me resulta antipática, áspera, monótona, agresiva y esperpéntica Pozos de ambición, pero sería insensato no reconocer el hipnótico estilo visual y la retorcida personalidad de su creador Paul Thomas Anderson. Es probable que sea con diferencia el director más potente de los que competían en la sección oficial. Suena a contradicción por mi parte, pero que lo entienda el que tenga luces.»

    Saludos

  2. Martin Pawley
    2008-02-17 18:36

    En el mismo artículo dice de “Tropa de elite” que “respira vitalidad y nervio, tensión y mala leche, aunque hable de la muerte y de la certidumbre de que en las favelas de Brasil son igual de feroces los mecanismos del narcotráfico que la siniestra metodología que utiliza la policía para combatirlo”. Yo diría que la película de José Padilha (de la que nos habló Xoan Carlos Lagares en una de sus cartas desde Brasil) es pavorosamente reaccionaria, un disparatado error en un palmarés, el del Festival de Berlín, que queda dignificado por la presencia de Paul Thomas Anderson y Errol Morris.

  3. Hector
    2008-02-25 16:42

    Desde mi humilde punto de vista, ser crítico de cine se ha convertido en destrucción, porque no se construye sólo sirve para hacerse pajas mentales sobre lo mucho que parece haber visto uno… Sólo quería decir dos cosas, que Bela Tarr es un jodido coñazo, en el CGAI (coruña) pusieron algo y es un bodrio, y que Van Sant es penoso tanto en la patética Elephant y ya en Last Days, mejor me callo… Así como Haneke se salva por poquito, Van Sant y otros derivados son patéticos. En los que incluyo a Von Trier (salvo, Rompiendo las olas) y su mierda de dogma. ¿Como se puede hacer esa interpretación de las vanguardias, y decir que lo haces influído por Godard? venga hombre… Y ahora, decir, que There Will Be Blood, va a ganar con el tiempo. Que es un peliculón, que parece no tener nada, pero lo tiene todo. Creo que de ahí viene lo de Boyero. Brutal película, sólo sé que desearía poder pasar una tarde con Daniel Day Leiws hablando de lo que fuera, porque ese tío es un coco. Un tio inteligente, como ya no quedan. Y P.T.Anderson, otro grande que pasa desapercibido. Porque al final hasta embriagado de amor va a ser la ostia. No sé, desde que salí el viernes del cine vivo en una nube recordando semejante peliculón, y al señor Pleinview que es imborrable. Lo más grande de los últimos 20 años (desde Casino…), con todo mi respeto para los Cohen, pero me da que la obra de Anderson es más atemporal y duradera que la de los Cohen… Un saludo.


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