Hay otro cine, alejado de las esferas comerciales y del consumo y la publicidad. Esta sección es una excursión mensual —cada día 17— por la periferia del cine guiada por Martin Pawley, bloguero y crítico de cine del programa “Extrarradio” de la Radio Galega. [Esta columna se dejó de actualizar en agosto de 2009]
Fue en 2006 cuando conocí gracias a Internet el proyecto Historias de África, serie de cortometrajes sobre el SIDA con evidentes intenciones didácticas, que apuestan por el valor comunicativo de las imágenes para transmitir información clara y concisa en una región, el África subsahariana, en la que vive el 60% de los afectados por el virus. Los cortos, que desde hace algún tiempo están disponibles en Youtube, se basan en ideas propuestas por chicos y chicas africanos, y han sido realizados por directores de prestigio internacional como Idrissa Ouédraogo, Cheick Oumar Sissoko o Abderrahmane Sissako, uno de los cineastas más interesantes de nuestros días. Sissako es autor de dos films excelentes, La vida sobre la Tierra y Esperando la felicidad, premiada en Buenos Aires y Cannes, y de una de las más grandes películas vistas en España en los últimos años, Bamako. Salí entusiasmado de su proyección en el Festival de Donostia de 2006, donde pasó un poco inadvertida (no fue muy diferente su acogida en el Festival de Gijón, me parece); acabó estrenándose en salas comerciales hace ahora un año, tarde y mal.
En Galicia se proyectó en dos ciudades, Vigo y A Coruña, y en los dos casos tuve algo que ver: en Vigo porque la incluí en un ciclo de cine al aire libre, y en A Coruña durante unas jornadas sobre derechos humanos en el CGAI en las que tuve el honor de participar presentando esta obra maestra. Pocas horas antes de la proyección había comprado un número monográfico de la revista Investigación y Ciencia con el título “Saciedad y hambruna”, así que no perdí la oportunidad de soltar durante mi breve introducción al film frases de elocuente contundencia del tipo “la octava parte de la población mundial carece de alimento suficiente”, o “durante las dos horas que invertiremos en ver esta película, 1440 niños de edad preescolar habrán muerto en el mundo de hambre y malnutrición”. No se trataba de amargarles la proyección a los asistentes, sino de exponer un par de verdades incómodas antes del visionado de una obra que está llena de ellas de principio a fin. Y no lo hace con complacencia, de manera doliente y pasiva; en absoluto. Bamako expone sus argumentos con vehemencia y somete a juicio a las grandes instituciones financieras que por acción u omisión (casi siempre la primera) dificultan o impiden el desarrollo del continente que más nos duele. El juicio se celebra en un patio de vecinos, con jueces y abogados vestidos con toga mientras la vida transcurre alrededor. Ante el tribunal habla como testigo Aminata Traoré, escritora y política de Mali, ministra de cultura y turismo entre 1997 y 2000, y coordinadora del programa de desarrollo de las Naciones Unidas, una de las voces más potentes contra los efectos perniciosos de la globalización y las políticas económicas del primer mundo; y uno de los abogados es William Bourdon, gran activista a favor de los derechos civiles especializado en la defensa de las víctimas de la mundialización y en casos de crímenes contra la humanidad (fue abogado de familiares de víctimas de Pinochet, y de detenidos en Guantánamo, y abrió procesos contra responsables de masacres en Serbia y Ruanda). La deuda externa, la farsa de la mundialización, la alarmante escasez de infraestructuras esenciales (carreteras, vías férreas), la necesidad de que haya una masa crítica de ciudadanos africanos que tome conciencia de su situación o el drama de los inmigrantes (incluído el hecho tantas veces silenciado de que además de los que llegan hay muchos otros seres humanos que mueren por el camino, cruzando el desierto), son temas explorados durante el juicio, en el que se demuestra que la salvaje esclavitud de otros tiempos ha mutado para adquirir formas de explotación más sutiles, pero desde luego no menos perversas. Pero Bamako es una película, no un discurso. Lo que la hace grande es la prodigiosa convivencia de un mensaje ideológico poderoso y la representación de la vida cotidiana, la de la cantante Melé y su marido Chaka. Dos planos que se mezclan e interrumpen, como ocurre con el cortejo nupcial que atraviesa literalmente el escenario del juicio; la geopolítica del hambre y de la miseria, unida al retrato costumbrista. Abderrahmane Sissako incluso se permite la inclusión de una parodia de espagueti-western, Muerte en Tombuctú, en la cual se lían a tiros amigos y compañeros del director, entre ellos Elia Suleiman y el actor estadounidense Danny Glover (productor ejecutivo de la película); un segmento que por sí sólo daría para alimentar un coloquio completo.
Bamako es un documento impagable para entender el mundo que vivimos. Para aquellos que la hayan visto, claro, que en España no somos demasiados: el Ministerio de Cultura le atribuye un total de 990 espectadores. Comparen esa modesta cifra con las más de doscientas mil entradas que esta película vendió en Francia.