Hay otro cine, alejado de las esferas comerciales y del consumo y la publicidad. Esta sección es una excursión mensual —cada día 17— por la periferia del cine guiada por Martin Pawley, bloguero y crítico de cine del programa “Extrarradio” de la Radio Galega. [Esta columna se dejó de actualizar en agosto de 2009]
“Quien sienta necesidad de hacer películas puede hacerlas. Hará todos los sacrificios que precise para ello, para que esa necesidad no se vuelva en su contra. Si no las hace es porque quizás no precisa hacerlas, que no le dé más vueltas. Que se acepte. No hay excusas para no hacer películas, de ningún tipo”. Con esa respuesta cerraba Oliver Laxe (París, 1982) la entrevista que hace unos meses le hizo Xurxo González; una frase que vale de autopoética y que define bien la manera de pensar y actuar del cineasta gallego que más alegrías nos va a dar en el futuro.
Supe de su existencia al final del verano de 2007 gracias a una conversación telefónica con Manolo González, el director de la Axencia Audiovisual Galega. Me preguntó si lo conocía, supongo que por el hecho de yo también ser coruñés, y me habló de una película que Oliver había estado rodando en Os Ancares con cámaras de 16 mm. Fue en esa altura cuando salió a la venta el primer pack de la serie Cinema de notre temps editado por Intermedio; en uno de los DVDs, el que recoge el documental de Chris Marker dedicado a Andrei Tarkovski Un día en la vida de Andrei Arsénevich, aparecen como extras dos piezas suyas, Grrr! Nº 7: y las chimeneas decidieron escapar, codirigida con Enrique Aguilar y que fue seleccionada en el Festival Internacional de Cine de Gijón, y Grrr! Nº 8: Suena la trompeta, ahora veo otra cara, ya en solitario. Son dos cortometrajes muy diferentes. En Las chimeneas… las heridas y los sacrificios cristalizan en imágenes en blanco y negro que muestran edificios y grúas y en las que la presencia humana queda reducida a la mínima expresión, materiales con los que construye una sinfonía torturada de vacíos y ausencias tan hermosa como inquietante. Rodada un año después, Suena una trompeta… sigue siendo un trabajo muy austero, “de destapar máscaras y más máscaras”, pero su autor parece haberse reconciliado con el mundo y consigo mismo y gracias a eso puede enfrentarse a los rostros con decisión para tratar de reconocerse en la mirada del otro. Lleno de curiosidad después de ver los dos películas busqué información en la red sobre Oliver Laxe y los resultados no hicieron más que aumentar el misterio: buena parte de las referencias encontradas aludían a su pasado trabajo como modelo de pasarela. Cineasta experimental y modelo, una combinación insólita, casi un binomio fantástico, como diría Gianni Rodari.
No volví a acordarme de él hasta julio de 2008, con la celebración en Goián y Vila Nova de Cerveira de la primera (y espero que no única) edición de un certamen modélico y audaz, el Filminho. Yo formaba parte del jurado y en competición estaba París #1, su nueva película. Acabó llevando el Gran Premio, no sin esfuerzo: fue cosa de José Manuel Sande y mía, que actuamos como valedores de una obra que no todos parecían apreciar. Fue una decisión justa. Oliver asumió el riesgo de preguntarse qué es Galicia y su elocuente respuesta fue una joya que sitúa al audiovisual gallego en pie de igualdad con el mejor cine contemporáneo. En París #1 el hermetismo de sus cintas anteriores desaparece para dar paso a una verdadera exaltación del placer de mirar y escuchar. En un proceso cuidado de depuración la mirada del director se aproxima a la de un niño maravillado por la visión de los animales, presentes en escenas cuya frescura evoca el slapstick, o por el paso de un helicóptero, que ejemplifica su fascinación por los objetos que vuelan. El rodaje de una película en Ourense, los ritos mágico-religiosos relacionados con las piedras en Muxía, una subasta y una cacería son algunas de las imágenes que recoge en un paseo por el país que quiere ser decididamente sentimental antes que etnográfico y cuya suma conforma un asombroso caleidoscopio en el que hay sitio para la alegría y para la crueldad, para la vida y para la muerte.
Después de la proyección de París #1 en Goián hubo un pequeño coloquio que no funcionó demasiado bien. Oliver intimida por su seguridad y rigor reflexivo y de lejos puede parecer innecesariamente arrogante. Mejora en las distancias cortas, cuando descubres que en su actitud no hay impostura. He hablado mucho con Oliver tras el Filminho; conversaciones largas casi siempre en bares del barrio que compartimos, esa clase de tabernas cuya antigüedad podemos estimar contando las rayas que tienen los vasos. Cerveza a cerveza la admiración derivó en amistad, alimentada luego a fuerza de correos electrónicos de dimensión creciente en los que se desgranan proyectos de futuro. Tengo la certeza de que le sobra capacidad para incorporarse aquí o allí a una industria en la que gente con bastante menos talento está produciendo películas a un ritmo vertiginoso, y por eso me sorprende que pudiendo acceder al cine por una vía más rápida haya elegido hacer tan sólo las cosas que le parecieron necesarias, las que necesitó contar. Que haya escogido el trayecto largo y tortuoso. El menos convencional y el más libre, y quizá también el más satisfactorio por ser “el suyo”, el que le permite hacer lo que quiere, o por lo menos intentarlo. Eso es algo por lo que debe sentirse orgulloso. Con naturalidad, sin darle más transcendencia de la necesaria; simplemente orgulloso de filmar lo que quiere filmar, asumiendo las dificultades y las piedras en el camino con la tenacidad propia de un personaje de Werner Herzog. Incluso viviendo en precario si fuera preciso, como le ocurrió al llegar a Tánger, la actual residencia de este autor errante cuya aún corta vida va asociada ya a otras cuatro ciudades, París, A Coruña, Barcelona y Londres. Lleva dos años trabajando en un taller de creación cinematográfica para niños en situación de exclusión social que lleva por nombre Dao byed, “Luz blanca”, el nombre con el que los chavales decidieron bautizar al proyector. La fascinante experiencia nos la va contando en un blog y como resultado de ella hará en 2009 un largometraje documental. Hay otro largometraje más que le ronda la cabeza, un trabajo de sofisticada estructura que explora el relato convencional, la poesía y la representación huyendo siempre del manierismo inútil para ir en la búsqueda de esa honestidad humanista que caracteriza a los grandes cineastas actuales, de Béla Tarr a Pedro Costa. Él puede.
Ángel Santos
En el ejemplar de enero de la revista Cahiers du Cinéma. España aparece un informe sobre los cortometrajes hechos en España en 2008. Entre los documentales, Gonzalo de Pedro destaca París #1; Carlos Reviriego se ocupa de los trabajos de ficción y el primero que cita, y además de modo muy elogioso, es O cazador de Ángel Santos (Marín, 1976), calificada de “rareza excepcional”. “O cazador”, afirma Carlos, “se abre en canal y pode al descubierto el entramado de una adaptación a la pantalla del relato homónimo de Chéjov, desde su lectura a su representación, en un sobrio ejercicio de invención creativa que bajo su aparente sencillez oculta varias capas de lectura”, para proseguir diciendo que “esta pequeña joya atrapa las fases de transformación de una historia desde que es papel hasta que es imagen”. Llevé una gran alegría al leer estas palabras, tanto por Ángel Santos, a quien hoy tengo por amigo, como por mí mismo, por lo mucho que llevo discutido y defendido su magistral corto ante gente que no supo ver sus méritos, o que sencillamente no sabe ver. El buen oficio Ángel ya lo había demostrado años atrás con un corto delicioso, Septiembre (Los amores jóvenes), revelador de su gusto por el cine francés en general y por Eric Rohmer en particular; mas los veinticinco minutos de O cazador suponen un extraordinario salto adelante por su inteligente reflexión sobre el proceso de adaptación literaria, construída en tres bloques bien diferenciados que deslumbran con su riguroso formalismo y su admirable contención y sutileza, adjetivos que valen igualmente para describir la actuación de la formidable pareja protagonista, Marta Pazos y Lois Soaxe. Dije en algún sitio que O cazador era la mejor película de ficción jamás hecha en Galicia; no opinan lo mismo los responsables de los diversos certámenes de cine que la rechazaron. Por desgracia para ellos no es el aliento de la genialidad la única cosa que Ángel y Oliver tienen en común: también coinciden en el desinterés y en algún caso el desprecio expreso que por su obra muestran ciertos festivales cuya ceguera acabará por ser legendaria.
(Publicado originalmente en gallego el sábado 3 de enero en “Nós”, suplemento de cultura de Xornal de Galicia)
2009-01-18 11:55
¿Y no hay algún sitio en la red en el que se puedan ver estos cortos? Porque por lo que parece su distribución es nula o casi nula, con lo que parece imposible poder verlos.
Saludos
2009-01-18 13:33
Nunca comprenderé los problemas para encontrar muchos cortos en la red. De los candidatos a los Goya de este año he encontrado cuatro de los quince (cinco por categoría) candidatos. El corto “Alumbramiento”, de Eduardo Chapero-Jackson, ganador de muchos premios internacionales y que suena fuerte para ser el cuarto corto español candidato al Oscar es igual de inencontrable… no lo puedo entender, los cortos no tienen una vida comercial real, ni en cines ni en el mercado DVD (salvo contadísimas excepciones), ¿Cuál es el problema, por qué no colgarlos en la red, que es la manera de que mucha gente pueda verlos?
2009-01-18 18:01
Bueno, en parte es razonable mantenerse “un poco al margen” de la red, sobre todo para aquellos cortos que aspiran a tener presencia en festivales de primer nivel, que en muchos casos (por ejemplo, Gijón) exigen que se trate de piezas inéditas. Sí es cierto que al cabo de un año o dos un corto puede considerar su vida festivalera acabada, y puesto que la venta a televisión es casi anecdótica lo más natural sería colgarlo en Internet a disposición de todo el mundo, aunque también debemos recordar que a veces existen cuestiones de derechos complicadas de resolver. La de Ángel Santos se emitió en el programa “Onda curta” hace unos meses; debería poder verse aún en esta dirección: http://www.crtvg.es/asfroot/acarta_tvg/ONDA_CURTA_20081116.asx. La de Oliver puede verse online (http://www.hamacaonline.net/obra.php?id=687) previo pago, eso sí. Los dos cortos han sido proyectados en Galicia en el Filminho (Goián), el CGAI (A Coruña) y el Festival de Ourense y Cineuropa (Santiago) dentro de la exhaustiva selección de audiovisual galego preparada por la Axencia. La de Oliver se vio dos veces más en Santiago, en el festival de cine etnográfico y ayer mismo en el CGAC. De “O cazador” hubo una proyección el pasado jueves en Pontevedra.
2009-01-18 21:43
Interesante artículo, Martin.
Es una lástima que se pierdan todos esos cortos. Por cierto me gustó Quince días, de Rodrigo Cortés, que pasó la 2 el pasado viernes: la historia de Cástor, que utilizaba los periodos de pruebas de los objetos que compraba con derecho a devolución…:
http://www.guba.com/watch/3000048170
Aprovecho la ocasión para dejaros un enlace con FutureShorts, un festival de cortos que se celebra mensualmente en 15 países. Animación, drama, creaciones musicales, humor negro, experimentación, riesgo y sobretodo, calidad.
http://www.futureshorts.com/calendar-city-screenings.php
Saludos.
2009-01-19 13:17
El primer corto de Oliver (o el primero que se atreve a mostrar) está disponible desde esta madrugada en Flocos.tv, “E as chemineas decidiron escapar”: http://flocos.tv/curta/as-chemineas-decidiron-escapar/
2010-05-23 14:56
Bueno, pues parece que Pawley tenía razón con sus predicciones. Laxe ha ganado el FIPRESCI en Cannes con una película coproducida por Pawley además.
Enhorabuena a ambos.
Aquí la noticia