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La noche del cazador por Martin Pawley

Hay otro cine, alejado de las esferas comerciales y del consumo y la publicidad. Esta sección es una excursión mensual —cada día 17— por la periferia del cine guiada por Martin Pawley, bloguero y crítico de cine del programa “Extrarradio” de la Radio Galega. [Esta columna se dejó de actualizar en agosto de 2009]

Diez años de nuevo cine argentino

Todo esto comenzó hace más o menos diez años. Argentina, uno de los puntales de la creación fílmica latinoamericana junto a México y Brasil, comenzaba a superar los ecos de la dictadura y de sus mitos tradicionales, de Gardel a Perón, para mostrarle al mundo una cara más viva y moderna que rompía con una producción “obsoleta en lo estético, falsa en lo temático e ineficiente en lo económico”, en palabras del crítico Quintín. No se trataba de olvidar las miserias del pasado sino de reconocer también los monstruos del presente, caso de la corrupción y de las diferencias sociales asumidas por el sistema, para retratarlos con una concepción formal contemporánea, que no ignora el paso del tiempo. Rapado de Martin Reitjman adelantó las señales de cambio allá por 1992, pero aún tardaría seis años en llegar uno de los títulos fundacionales, Pizza birra faso, película codirigida por Bruno Stagnaro y Adrián Caetano que reflejaba de manera naturalista la vida cotidiana de un grupo de jóvenes que sobreviven a fuerza de cometer pequeños delitos. Las magníficas Bolivia y Un oso rojo (e incluso Crónica de una fuga, aunque sea más convencional) consolidaron a Israel Adrián Caetano como uno de los cineastas argentinos más importantes. Casi en paralelo avanza la carrera de Pablo Trapero, que debutó a finales de los noventa con Mundo grúa y continuó haciendo con El bonaerense o Familia rodante un cine áspero y duro de temática social que no cae en el error de transmitir mensajes moralistas. Su último trabajo, Leonera, compitió en el festival de Cannes este año; compartió sección oficial con una película extraordinaria de Lucrecia Martel, La mujer rubia, más densa y sutil que las anteriores La ciénaga y La niña santa, y quizá por eso mucho peor entendida.

Tras la estimulante Balnearios Mariano Llinás recibió críticas ditirámbicas por la monumental Historias extraordinarias, que se verá en el próximo Festival de Las Palmas. La bonaerense Albertina Carri sorprendió en 2003 con Los rubios, un brillante ejercicio de reconstrucción y representación que explora el horror de la dictadura y la tragedia de los desaparecidos a partir de la experiencia personal de la directora, que perdió a sus padres siendo una niña. Mucho más decepcionante fue Géminis, un vulgar melodrama sobre el incesto. Sucede lo contrario con Anahí Berneri, que después de la prescindible Un año sin amor dirigió en 2007 la sublime Encarnación, sobre una actriz madura cuya época de esplendor ya ha pasado y la relación que mantiene con su sobrina, fascinada por el glamour que aquella representa. Una joya reposada y audaz llena de exquisita sensibilidad e ironía que cuenta entre sus guionistas con Sergio Wolf, actual director del BAFICI y autor también de un interesante documental, Yo no sé qué me han hecho tus ojos.

La pletórica Nueve reinas creó grandes esperanzas sobre Fabián Bielinsky, que falleció de un ataque al corazón unos meses después de presentar su siguiente película, El aura, acogida con disparidad de opiniones. Podría haber representado una vía intermedia entre el cine de autor más riguroso y los pasteles de Juan José Campanella tipo El hijo de la novia, igual que XXY de Lucía Puenzo o las películas de Daniel Burman, que en los últimos tiempos parece haber perdido la frescura de la deliciosa El abrazo partido y demuestra una preocupante tendencia a la repetición de ciertas fórmulas. La misma frase es aplicable para Carlos Sorín, alabado sin mucha justificación a cuenta de Historias mínimas y que desde entonces no ha hecho nada medianamente valioso, en el caso de que aquella lo fuese. Las películas de Sorín y Burman suelen tener distribución comercial en nuestro país, de manera que para muchos espectadores ellos dos han de ser los directores argentinos más reconocibles. No deja de ser curioso que del nuevo cine argentino lo que se conoce en España es justo el más viejo e impersonal, en buena medida porque es el que más se parece al audiovisual que se fabrica en el estado. Eso explica también el escaso conocimiento que aquí hay de las cuatro obras maestras de Lisandro Alonso, La libertad, Los muertos, Fantasma y Liverpool, un autor cuya aparición es lo mejor que le ha pasado al cine en lo que va de siglo.

(Publicado originalmente en gallego en “Nós”, suplemento de Cultura de Xornal de Galicia)

Martin Pawley | 17 de diciembre de 2008

Comentarios

  1. Alberto
    2008-12-17 08:43

    No puedo estar más en desacuerdo en lo que dices sobre Carlos Sorín, sinceramente, aunque entiendo que tenemos un punto desencuentro fundamental en el hecho de que es evidente que para ti el clasicisimo a la hora de rodar es un defecto y la innovación es en si misma una virtud (lo que explica que no nos pongamos de acuerdo sobre el caradura de Albert Serra).

    Sorín tiene muchas virtudes pero dos de las más grandes son su capacidad de dirigir actores con una dosis de “verdad” incomparables y su mimo hacia su Patagonia, a la que rueda con un preciosismo que a priori la tierra en sí misma parece no tener. En fin, llegue aquí mi defensa de Sorín, que hizo una pequeña maravilla con Historias mínimas y desde entonces no ha dejado de dirigir films cuanto menos dignos y con momentos notables.

  2. Merche
    2008-12-18 03:28

    A mí “Bombón, el perro” me parece una pequeña obra maestra. En serio. Y tampoco veo convencionalidad alguna en Sorín. Puede que sí en apariencia pero no en el fondo. También en serio. Vale que “El camino de San Diego” o “La ventana” no son tan brillantes pero bien valen un visionado.

    La buena noticia es que tanto Lucía Puenzo como Lucrecia Martel o el mismo Pablo Trapero (reciente retrospectiva en Cineuropa sobre su obra) poseen ya suficiente nombre como para que haga mucho tiempo que al hablar de cine argentino no se piense exclusivamente en Campanella. Independientemente de lo que se piense de este último, admitamos que hizo un favor importante: puso a Argentina en el mapa de los distribuidores españoles. Al cien por cien.

    PD. Sólo por curiosidad: ¿qué piensa Pawley de “El aura”?


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