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La noche del cazador por Martin Pawley

Hay otro cine, alejado de las esferas comerciales y del consumo y la publicidad. Esta sección es una excursión mensual —cada día 17— por la periferia del cine guiada por Martin Pawley, bloguero y crítico de cine del programa “Extrarradio” de la Radio Galega. [Esta columna se dejó de actualizar en agosto de 2009]

La mejor película de los próximos cincuenta años

Pocas veces los enviados a los festivales de cine de los principales periódicos españoles han alcanzado cotas de tan lamentable y errada unanimidad como el año pasado en Cannes con su valoración de la película Juventude em marcha, del lisboeta Pedro Costa. Carlos Boyero escribió en su crónica de El Mundo que superaba “en cretinez” a los “variados engendros” que les habían ofrecido antes, y calificó de “espíritus inconfundiblemente masoquistas” a las personas que optaron por ver hasta el final una historia “construida con planos fijos que llegan a durar 15 minutos y en los que [el director] coloca a un hombre negro y a su farfulleante hija para que cuenten de forma inconexa y surrealista las cosas que les han ocurrido en la vida”. El otrora director del Festival de Cine de Donostia Diego Galán dijo en El País que era un “experimento viejo”, y prosiguió su escalada hacia el delirio afirmando que Pedro Costa “niega el cine como lenguaje, colocando la cámara fija ante (malos) actores que hablan y hablan como si fuera teatro antiguo”. Para Oti Rodríguez-Merchante, del ABC, en la cinta hay “uno o dos” personajes que “dicen un texto que no lo puede haber escrito nadie en su sano juicio”, para advertir finalmente que “aunque parecía una broma de mal gusto, no lo era”. Mientras la prensa española más leída demostraba no ya una cierta incapacidad para apreciar modos de hacer cine que se aparten de las fórmulas más convencionales, sino además – y eso es muchísimo peor – un brutal desprecio con alarmantes apuntes de intolerancia, para la crítica internacional más exigente, de la francesa Cahiers du Cinema a la argentina El amante, la película del director portugués se encontraba entre lo mejor visto ese año en Cannes.

El protagonista de esta obra maestra de Pedro Costa es Ventura, un caboverdiano que en los años setenta emigró a Portugal en busca de un futuro mejor. La película refleja de forma paralela su pasado, el de un obrero cualquiera que convive con un compañero en una maltrecha barraca; y su presente, el momento justo de la recolocación de los antiguos moradores del barrio/favela de Fontaínhas en las viviendas de protección oficial de Casal da Boba, unos edificios blancos, nuevos e impersonales. Ventura se reencuentra con jóvenes que imagina o sospecha que podrían ser sus hijos y a los que en cualquier caso trata como tales, y de su mano contemplamos fragmentos de sus vidas, filmadas siempre de manera estática con asombrosa precisión en cuanto a la elección de encuadres y la iluminación, con los personajes literalmente recitando o declamando sus parlamentos de una manera casi fantasmal pero también llena de verdad. La doble deslocalización de espacios (Fontaínhas/Casal da Boba) y tiempos (pasado/presente) teje un continuum específico e imaginario en el que habita Ventura, un hombre de maneras elegantes y porte estatuario que la cámara de Pedro Costa nos revela inesperadamente fordiano.

Como Sunrise, Ordet, Pather Panchali y The searchers, Juventude em marcha es una de esas obras verdaderamente capitales que muy de tarde en tarde aparecen en el cine y lo transforman para siempre. Más allá de su extremo rigor estético, lo que hace grande a Pedro Costa es su radical humanismo, su capacidad para caminar por los márgenes menos favorecidos de la sociedad consiguiendo que la palabra “dignidad” permanezca tatuada en el corazón de cada plano sin caer jamás en la elitista sordidez de aquellos que nunca se meterían en el quarto, con Vanda. Películas magistrales hay varias cada año; Juventude em marcha es, además, un acto sublime de bondad.

Martin Pawley | 17 de julio de 2007

Comentarios

  1. Rico
    2007-07-21 00:40

    Intentaré ver la película, pues su artículo me parece muy sugerente, pero quisiera puntualizar algo: por un lado, no suelo apreciar el cine demasiado verbal, pues creo que se aleja de su origen y sentido. Por otro, dice usted que el film de Costa transformará el cine para siempre: me pregunto cómo lo conseguirá, si no será distribuido, y seguramente ni los propios cineastas podrán verla.


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