Libro de notas

Edición LdN
Sillón-Ball por Luis A. Blanco

El día 15 de cada mes nos asomaremos al deporte desde un punto de vista relajado, tal y como se disfruta desde el sillón. Pretendemos analizar de un modo distinto al habitual cuestiones de actualidad, momentos míticos o incluso recuerdos personales. Para ello, Luis A. Blanco se aprovechará de su conocimiento enciclopédico sobre el pasado y el presente del deporte para salpicar sus historias con anécdotas, trivialidades o datos poco conocidos para el gran público.

La Quinta del Buitre y la Copa de Europa

Coincidiendo con los recientes choques en Liga de Campeones entre Real Madrid y Milán y, sobre todo, con el vigésimo aniversario de las dos eliminatorias que enfrentaron a ambos equipos a finales de los ochenta, este mes vamos a centrarnos en analizar la trayectoria del Real Madrid de la Quinta en la Copa de Europa. Veamos, en primer lugar, cómo era el Real Madrid y cómo era la Copa de Europa en 1986.

El Real Madrid venía de una racha de cinco años sin ganar la Liga; particularmente la última de ellas quedó a mucha distancia del Barcelona de Terry Venables, que la empezó ganando 0-3 en el Bernabéu. Amancio fue sustituido en el banquillo blanco por Molowny, que sacó partido de un equipo de veteranos (Camacho, Juanito, Santillana, Gallego, Valdano…) y noveles (la famosa Quinta: Butragueño, Sanchis, Michel, Pardeza y Martín Vázquez) para llevarse una copa de la UEFA. Había nacido el miedo escénico, en aquel mítico partido contra el Anderlecht (6-1), repetido en semifinales contra el Inter (3-0). La llegada de Ramón Mendoza a la presidencia trajo consigo el fichaje de un grupo de jugadores (Maceda, Gordillo, Hugo Sánchez; era poco habitual fichar tres jugadorazos de golpe, nada que ver con los tiempos actuales) que se llevó la Liga 85-86 y, de nuevo con remontadas mágicas (4-0 al Borussia Mönchengladbach, 5-1 tras prórroga al Inter) una nueva Copa de la UEFA, en un año en el que Barcelona y Atlético de Madrid perdieron sendas finales de las otras dos competiciones.

En cuanto a la Copa de Europa, era muy diferente a lo que conocemos hoy en día. Solamente la jugaban los campeones de Liga, y constaba de eliminatorias puras. La primera ronda era la única en la que había cabezas de serie y se jugaba en septiembre. Los octavos, ya con sorteo puro, eran en octubre y noviembre. Después del invierno se jugaban los cuartos, en marzo, y las semifinales, en abril. La final era, como ahora, en mayo. Por tanto, bastaba jugar ocho partidos para meterse en la final. Tras la expulsión de los equipos ingleses a consecuencia de la tragedia de Heysel en 1985, la dominación en la Europa de clubes quedó vacante, sin un dueño claro.

Y, por supuesto, no existía la ley Bosman y había un límite de jugadores extranjeros: no podían jugar más de tres, lo que a la fuerza obligaba a proyectos a medio y largo plazo y plantillas más estables. Sin duda, proliferaban menos los intermediarios y no había tantas comisiones millonarias.

Es en ese contexto en el que el Real Madrid se presenta en la Copa de Europa 1986-87, con un nuevo entrenador: Leo Beenhakker. Esta es de la que tengo menos recuerdos por dos motivos: mi corta edad y la no retransmisión televisiva de los partidos, aunque sí que los escuchaba por la radio. Tras una primera ronda resuelta en la vuelta contra el Young Boys (5-0 para remontar el 1-0), llegó el primer gordo de esos sorteos de la UEFA que siempre eran sospechosos, con el asunto de las bolas frías y las bolas calientes: la Juventus de Platini, Cabrini o un jovencísimo Laudrup. El Madrid se impuso en el Bernabéu con un tempranero gol de Butragueño, contrarrestado al poco del inicio en el Communale por Cabrini. No hubo más goles y, en la tanda de penaltis, el héroe fue el recién fichado Paco Buyo, que detuvo varios lanzamientos rivales. El Madrid pasaba el primer escollo.

La eliminatoria de cuartos contra el Estrella Roja fue también complicada. El Madrid se trajo de Belgrado un saco de goles (4-2) que pudo ser peor, pues llegó a ir perdiendo 3-0 en un campo en malas condiciones por el frío. La remontada se produjo en la vuelta, con un 2-0 agónico. De esta eliminatoria el Madrid obtuvo, además del pase, un jugador: el muy eficiente Milan Jankovic, que incluso disputaría partidos de liga en esa misma temporada: fue la famosa liga del play-off.

Y en semifinales llegaba el gran coco, el Bayern de Munich. Si al Madrid siempre le humillaban en Alemania, en Munich era (y es) el colmo (ha empatado una vez de nueve partidos). Un gran ambiente que acogota a los madridistas, un arbitraje un poquito casero, Mino de central (ay la lesión de Maceda…), y 4-1 en contra al inicio de la segunda parte. En estas que a Juanito se le cruzan los cables y le pisa la cara a Matthäus. Roja, que conllevaría suspensión a perpetuidad de las competiciones europeas (eso eran sanciones), y menos mal que el resultado no se mueve. Había que movilizar al Bernabéu como en otras ocasiones.

La verdad es que el Bayern no tenía tan buen equipo como en otros momentos de su historia, pero contaba con jugadores expertos como el propio Matthäus, Augenthaler, Hoenness o Brehme y, sobre todo, con la bestia negra del fútbol español: el portero belga Jean-Marie Pfaff, que había cercenado la andadura de la selección nacional en el mundial de México y que, en el partido de vuelta de esta eliminatoria, fue casi infranqueable: sólo permitió un insuficiente gol de Santillana. El Madrid, volcado y lleno de delanteros, caía fuera. Además, un objeto impactaba en el árbitro francés Vautrot. El castigo, dos partidos de sanción al estadio.

En la temporada 1987-88 el equipo apenas se refuerza (Tendillo y gente de la cantera), y realizará la mejor temporada europea que yo le recuerde. Todo comienza con una primera eliminatoria contra el Nápoles, equipo no cabeza de serie pero que ha ganado su primer scudetto frente al poderío de los equipos del norte, gracias al juego superlativo del mejor jugador del mundo, Diego Maradona, bien secundado por Alemao o Careca. La ida se disputa en el Bernabéu, pero a puerta cerrada, por fin con televisión en directo. El Madrid se ha preparado bien, y, consciente del reto, llega en gran estado de forma: 18 goles en tres partidos de liga. Chendo se pega como una lapa a Maradona, el Nápoles desaparece y Michel y Tendillo firman un 2-0 tranquilizador. En la vuelta, el Madrid lo pasa mal en la primera parte, con un tempranero gol a balón parado, pero a poco del descanso Butragueño marca y la segunda parte es totalmente prescindible.

El Madrid debe seguir manteniendo la forma: el siguiente rival es el campeón de Europa, el Oporto. Aun privado de su gran estrella, Paulo Futre, sigue manteniendo el bloque campeón. La ida se juega en Valencia, ante un público muy animoso, que hace olvidar por momentos el coliseo madridista. El Oporto hace un partidazo y se adelanta con un gol de Madjer, pero en los últimos diez minutos Hugo Sánchez y Sanchis dan la vuelta al marcador. En la vuelta, el ambiente en Das Antas es infernal. El Oporto le da un baño al Madrid y gana 1-0 al descanso, cuando Beenhakker decide dar la alternativa al sobrino de Paco Gento, un extremo llamado Paco Llorente. Llorente hace el partido de su vida, y de dos jugadas suyas con pase de la muerte nacen los dos goles de Michel. El esfuerzo madridista es tan grande que tres días después, agotado, verá rota su racha de nueve victorias consecutivas en liga con un 0-4 del Atlético de Madrid de…Paulo Futre. El gordo cae en el sorteo de cuartos: después del invierno habrá que volver al Olímpico de Múnich.

Pero es invierno todavía a primeros de marzo, y el Olímpico aún no tiene calefacción bajo el césped, que se encuentra helado. Casi tanto como los jugadores blancos, que pierden por 3-0 al inicio de la segunda parte y ven alejarse de nuevo la orejuda ante el mismo rival del año anterior. Sin embargo, el equipo se sobrepone, e incluso Butragueño pone algo de esperanza a poco del final con su tanto. Entonces ocurre el milagro. Hugo Sánchez lanza una falta lejana rasa, el balón va botando sobre el hielo y Pfaff se la traga. Total, 3-2, se puede remontar en el Bernabéu, el miedo escénico y tal.

Y aun con sufrimiento, se consiguió el pase. En un ambiente infernal, el Bayern caía por 2-0, con goles de Jankovic y Michel en el primer tiempo. Si habían caído el campeón de Italia, con el mejor jugador del mundo, y el campeón y subcampeón de Europa, bestia negra incluída, el camino hacia la final y el título parecía despejado. Además, el rival en suertes no era muy conocido: el PSV Eindhoven holandés.

Era el equipo de la Philips una mezcla de veteranía y juventud. Por un lado, los Gerets, Lerby o Arnesen, curtidos en mil batallas, y, por otro, una joven generación de futbolistas holandeses, que serían la columna vertebral de la selección campeona de Europa ese mismo verano: Van Breukelen, Van Aerle, Kieft…a mí el que más me gustaba era un fino centrocampista llamado Vanenburg, con una clase descomunal, aunque la figura era un central rubio, alto, que se rumoreaba interesaba al Barcelona: Ronald Koeman.

Lo cierto es que en la ida, en Madrid, el PSV mereció el empate y puede que algo más. Se sobrepuso muy bien al gol inicial de Hugo Sánchez, de penalti, y empató mediado el primer tiempo con un gol de Linskens, a pase del ex-valencianista Arnesen, que tuvo que retirarse lesionado. Los holandeses dieron una lección de control, juego al contragolpe y eficacia defensiva, y desde luego Koeman justificó su fama con un partido imperial, anticipándose en los cruces, sacando el balón jugado desde atrás y, por si fuera poco, salvando un gol bajo la línea. Sin embargo, vio una cartulina amarilla que le acarreaba sanción para la vuelta.

La vuelta en el Philips Stadion es uno de los partidos más injustos que he visto nunca. El puesto de Koeman fue para un veterano del mundial de Argentina, Willy van der Kerkhof, que lo único que hizo fue echar la defensa atrás y permitirse atosigar por el Madrid. Un Madrid que tuvo un sinfín de ocasiones, unas veces salvadas por la mala suerte, otras por el genial guardameta van Breukelen, otras por la madera, y algunas por el árbitro suizo Galler, que dejó sin señalar algún penalti. El dominio blanco fue abrumador, pero el gol no cayó, clasificándose los holandeses para la final por el valor doble de los goles en campo contrario.

Además, las repetidas protestas de los jugadores blancos ante el árbitro, incluso en el túnel de vestuarios, ocasionaron fuertes sanciones; el peor parado fue Michel, con tres partidos. La verdad es que Galler había sido muy casero, cortando el juego blanco, y descontando cero minutos en el segundo tiempo, cuando había motivo para varios (eran los tiempos pre-cartelón, donde los árbitros hacían lo que les daba la gana con los descuentos; Vautrot llegó a dar ocho minutos más en la primera parte de la prórroga de una semifinal de un mundial).

El caso es que el Real Madrid había caído sin merecerlo, y el PSV se convertiría en campeón sin ganar un partido desde octavos de final.

En la temporada siguiente, 1988-89, el Real Madrid mantuvo el mismo bloque, con la incorporación estrella de Schuster, que había salido de malas maneras del Barcelona. De esta manera se completaba uno de los mejores centros del campo de la historia del club. También se fichó a Esteban.

En la Copa de Europa, tras una primera eliminatoria muy sencilla contra el Moss noruego, resuelta con dos victorias por 3-0 y 0-1 sin mucha historia y con el repescado Losada como figura, el primer susto llegó en octavos. El rival tampoco era nada del otro mundo, el Gornik Zabrze polaco. En Polonia el Madrid ganó 0-1 con un gol de Hugo, y la vuelta parecía seguir el mismo camino anodino. Sin embargo, dos goles bastante seguidos de los polacos pusieron el 1-2 en el marcador, y a quince minutos del final el Madrid estaba eliminado. Menos mal que los de siempre, Butragueño y Hugo, marcaron para evitar la sorpresa y establecer el 3-2 final.

En cuartos de final, al igual que en la temporada anterior, se presentaba oportunidad para la revancha: había tocado el PSV Eindhoven. Esta vez la ida se disputó en Eindhoven y el Madrid volvió a hacer un partido muy serio. Además, al filo del descanso tuvo el premio del gol, marcado por Butragueño. El PSV salió muy fuerte tras la pausa y pronto empató, por medio de su joven delantero brasileño, un tal Romario. No hubo más goles y todo quedó pendiente para la vuelta en Madrid.

Salió el Real Madrid muy tranquilo, sabedor de la ventaja que tenía en el marcador, contemporizando. El equipo holandés no inquietaba mucho y se presagiaba un encuentro tranquilo, aun más con el gol de Hugo mediado el segundo tiempo. Sin embargo, Romario marcó un golazo en el último minuto y llevó la eliminatoria a la prórroga. En el tiempo extra, el Bernabéu se convirtió en la caldera de otras ocasiones y el Madrid sacó la furia. Martín Vázquez marcó casi en el final del primer período extra y de nuevo caía eliminado el campeón de Europa.

Seguía siendo caprichoso el bombo europeo y adelantó la final soñada por todos a la semifinal. Milan y Real Madrid, indudablemente los mejores equipos de Europa en aquel momento, iban a vivir un duelo para la historia. El Milan, que había sido fácilmente batido por el Español en la copa de la UEFA de la temporada anterior, había pasado muchos apuros en octavos. De hecho, sólo la niebla y el reglamento UEFA habían impedido al Estrella Roja cobrarse como víctima al equipo rossonero: tras el 1-1 de San Siro, los yugoslavos ganaban 1-0 cuando a poco del final el partido tuvo que ser suspendido por poca visibilidad. El encuentro se repitió entero (a diferencia de lo que ocurre en España, donde sólo se repiten los minutos pendientes), y el Milan se clasificó por penaltis.

El Milan y su técnico Arrigo Sacchi cambiaron la historia del fútbol en aquella eliminatoria. Lo más flojo del equipo era su portero, Giovanni Galli. La defensa era fija, con Tassotti, Baresi, Costacurta y Maldini. Delante de ellos jugaban Ancelotti y Rijkaard, con Donadoni por una banda y Evani o Colombo por la otra. Delante, casi nada, los campeones de Europa de selecciones Gullit y Van Basten. Pero aun con esos grandes jugadores, lo que de verdad hizo grande al Milan de Sacchi fue su revolucionaria idea de la presión. Hasta ese momento, se dejaba al equipo contrario llegar sin problemas hasta el medio campo e incluso más adelante, y ahí se fijaba la línea defensiva, con marcajes individuales. Los partidos tenían, por lo general, un ritmo cansino, y el juego de ataque solía prevalecer. Sacchi decidió que su línea de delanteros y centrocampistas debía presionar la salida de balón del rival. Además, adelantó su línea defensiva casi hasta el centro del campo, lo que obligaba al portero a estar muy atento y actuar de líbero. Era el famoso achique de espacios, expresión que se puso muy de moda. La consecuencia, que se acababa jugando en una franja muy estrecha de terreno, y el rival apenas podía hacer nada con la pelota. Por supuesto, en cuanto robaban se iban como flechas hacia la portería contraria. La condición física del Milan era muy superior a la habitual en aquellos tiempos, ya que era un factor fundamental del juego del equipo.

Contra este equipo, el Real Madrid opuso su planteamiento clásico, con Buyo; Chendo, Tendillo, Sanchis, Gordillo; Michel, Gallego, Schuster, Martín Vázquez; Butragueño y Hugo Sánchez. Este equipazo llevaba dominando la Liga con mano de hierro varios años, pero aquí se encontró con la horma de su zapato y fue ampliamente superado como nunca anteriormente.

Sobre todo en el partido de ida, en el Bernabéu, pese a lo que el resultado pueda indicar. El Milan provocó innumerables fueras del juego del equipo blanco y siempre creó sensación de peligro en el área de Buyo. El Madrid sólo pudo marcar de penalti, al filo del descanso. El empate del Milan estaba cantado, aunque quizá fue injusto que llegara de carambola: con el Madrid agotado, un remate de cabeza de Van Basten desde el borde del área grande se estrelló en el larguero, con tan mala pata que fue a rebotar en la espalda de Buyo, que se encontraba en plena estirada, y cayó mansamente dentro de la portería. El resultado de empate se podía considerar incluso bueno para el Madrid, visto lo visto, y todo se iba a decidir en San Siro.

Pero no hubo partido. Recuerdo haber leído a un jugador milanista que en el túnel de vestuarios miró a los ojos, uno por uno, a sus rivales y todos excepto uno (Hugo) bajaron la cabeza y fueron incapaces de mantener la mirada. Ahí supo que ganarían. Los primeros minutos fueron bastante nivelados, pero a los veinte minutos Ancelotti pegó un zapatazo desde unos treinta y cinco metros que Buyo se tragó escandalosamente. Ahí bajó el Madrid los brazos y se acabó el partido. 3-0 al descanso, 5-0 al poco de empezar el segundo tiempo y la sensación de que si el Milan hubiera necesitado cinco goles más los habría marcado. Esta vez el Madrid estaba bien eliminado, y el Milan ganaría fácil al Steaua 4-0 una final que en España no pudimos ver, a pesar de jugarse en el Camp Nou, por una inoportuna huelga en RTVE.

El Real Madrid, no obstante, dominó en España de manera espectacular, perdiendo sólo un partido de liga, en Balaídos, y ganando el doblete, el último hasta la fecha, derrotando al Valladolid en la final de la Copa del Rey.

Para la temporada 1989-90 el Real Madrid decidió confiar su nuevo proyecto a John Toshack, que había hecho grandes temporadas con la Real Sociedad. Tres fichajes: Hierro, Ruggieri y Parra, y el mismo bloque. La primera eliminatoria no tuvo historia ninguna, ya que el rival fue el Spora luxemburgués, que se llevó tres goles en su campo y seis en el Bernabéu. Pero el bombo volvió a ser caprichoso y propuso la revancha contra el Milan, sólo que muy pronto: en octavos.

Había empezado Toshack la temporada con la feliz idea de colocar a Schuster de defensa libre, para hacer hueco a Hierro en el centro del campo, ya que en el Valladolid había jugado en esa posición. El alemán ya quedó retratado en el primer gol del Milan en San Siro, un remate de cabeza de Van Basten en el área pequeña tras jugadón por la derecha de Rijkaard. Pero el galés se cayó del guindo en el segundo, una galopada del astro holandés que Schuster no tuvo más remedio que cortar en falta, unos dos metros fuera del área, cuando se plantaba solo ante Buyo. Ahora estas jugadas se castigan con tarjeta roja, pero entonces como mucho se sacaba una amarilla. Ahora bien, la estupefacción fue general cuando el árbitro alemán Schmidhüber señaló penalti, que transformó el propio Van Basten. 2-0, minuto quince, el fantasma de la goleada volvió a planear sobre el madridismo. Pero Toshack retiró a Schuster, que además andaba tocado físicamente, metió a un defensa, Julio Llorente, y el partido se niveló. Incluso el Madrid pasó regularmente del medio campo en el segundo tiempo y tuvo alguna ocasión. No obstante, el 2-0 era un resultado difícil de remontar.

Y eso que el Bernabéu fue una vez más una caldera a presión. Pero el Milan fue más fiel a su estilo que nunca, y provocó unos veinte fueras de juego del Madrid, que fueron minando el ánimo de jugadores y público. De hecho, el único gol del partido, marcado por Butragueño, vino tras un saque de banda, justamente una de las jugadas en las que no hay fuera de juego. El final del encuentro fue un quiero y no puedo del Madrid, que quedaba eliminado antes del invierno. Aunque la diferencia había sido menor que unos meses atrás, de nuevo el Milan había sido superior. Se quedaba el Real Madrid sin poder batir el récord de cinco semifinales consecutivas de competiciones europeas, récord que comparte con el de Di Stéfano y con tres equipos más (Ajax, Juventus y Paris Saint-Germain).

El equipo se centró, evidentemente, en la liga, donde no perdió ninguno de los treinta partidos que se jugaron tras aquella eliminatoria y estableció un récord de goles, 107. Además, el equipo jugó como los ángeles y, a mi juicio, Martín Vázquez se convirtió en el mejor jugador de Europa. Y la duda quedó sembrada: ¿qué habría ocurrido de haberse cruzado con el Milan en las rondas de primavera? Los incondicionales queríamos creer que habría pasado el Madrid, y esperábamos contestar a esa pregunta en la temporada siguiente; pero la derrota ante el Barcelona en la final de la Copa del Rey fue el primer indicador de que un ciclo terminaba y otro empezaba. Y la floja actuación de la selección española en el Mundial de Italia, con un equipo plagado de madridistas, el segundo.

Además, para la temporada 1990-91 se planteó una revolución en el equipo. Schuster no renovó por diferencias con Mendoza, recalando en el Atlético de Madrid, y Martín Vázquez se fue al Torino. Se fichó a Milla tratando de repetir el éxito de quitarle al Barcelona al alemán, y además a Jaro, Spasic, Villarroya y Hagi. Jugadores mediocres para un equipo que se instaló en la mediocridad.

Los dos primeros rivales en Europa fueron muy flojitos, y no sirvieron para calibrar el nivel del equipo en la competición continental. Así, se ganó al Odense por 1-4 y 6-0 y, en un encuentro en el que salió todo, se obtuvo la mayor goleada en treinta y pico años que llevo siguiendo al Madrid: 9-1 al Tirol, con cuatro de Hugo y tres del Buitre (2-2 en una intrascendente vuelta). Pero en la Liga el equipo funcionaba mal, lejos de la cabeza, y Toshack fue sustituido en el banquillo por el tándem Di Stéfano-Camacho (las malas lenguas decían que Di Stéfano ponía el carnet y el que tomaba realmente las decisiones era el murciano).

Con la temporada perdida y la Copa de Europa como tabla de salvación se presentó el Madrid en Moscú para jugar la ida de los cuartos de final contra el Spartak. El frío afectó a ambos equipos y en un partido poco ofensivo el marcador no se movió. En la vuelta, un tempranero gol de Butragueño parecía encarrilar la eliminatoria, mientras las radios informaban de que el Milan estaba cayendo eliminado en Marsella (de hecho, llegarían a abandonar el campo por un apagón, esperando repetir la jugada de la niebla de Belgrado, sólo que esta vez sin éxito, siendo sancionados por un año). Pero estaba el Madrid para muy pocos trotes y un delantero desconocido, Radchenko, marcaba dos goles y daba otro para dejar el marcador en un increíble 1-3 y al Bernabéu desolado. Era la primera vez en la historia de las competiciones europeas que el Madrid perdía un partido en el Bernabéu tras haber empezado marcando; la segunda fue el mes pasado. Desde luego, la relación entre la Quinta y la Copa de Europa no se merecía un epílogo tan triste.

Muchos dicen que con el sistema que se implantó justo en la temporada siguiente, los grupos en cuartos de final, el Real Madrid habría ganado alguna Copa de Europa; a veces estoy de acuerdo con esta afirmación y a veces no. Desde luego que alguno de estos jugadores volverían a la primera competición continental, y hasta Manolo Sanchis levantó dos Copas en 1998 y 2000; pero la gran generación que dominó el fútbol nacional durante cinco años se quedó a las puertas incluso de jugar una final. Quizás es que el fútbol español no estaba en su conjunto en la élite europea en esos años (sólo tres finales jugadas, la Recopa ganada por el Barcelona en el 89, la Recopa perdida por el Barcelona en el 91 y la UEFA perdida por el Español en el 88), y al salir a Europa se veía que no se daba el nivel…lo que sí es cierto es que con la Quinta mi generación aprendió lo que significaba la Copa de Europa y pudo vivir los duelos míticos que forman parte de la historia del fútbol. Desde luego, a mí me gustaba más la competición tal y como era hace veinte años que en su formato actual.

Luis A. Blanco | 15 de noviembre de 2009

Comentarios

  1. Marcos
    2009-11-16 01:31

    Qué bien me lo he pasado recordando esos tiempos, qué noches. Por entonces me lo tomaba muy en serio y me afectaba realmente.

    Por cierto, ¿quién era el director deportivo cuando los fichajes de Jaro, Spasic y Villarroya? Ah, y no sé si lo metes en el paquete, pero Hagi era un grandísimo jugador.

    Saludos

  2. lablanco
    2009-11-16 09:39

    Sí, Hagi era un gran jugador pero no se adaptó a la liga española. Tuvo algún año bueno (el de Tenerife acto I), pero en general su rendimiento en Real Madrid y Barcelona estuvo muy por debajo de la media del resto de su carrera. Resultó peor que Martín Vázquez, a quien teóricamente sustituía.

    Gracias por tu comentario.

  3. Alberto
    2009-11-16 14:40

    Qué grande, Luis. Me has traído algunos recuerdos muy vívidos de ciertas cosas, como de Jankovic o Mino, que los tenía olvidados, de Paco Llorente, que de pequeño era con Gordillo probablemente mi jugador favorito (cuando jugábamos en el recreo y la gente se pedía jugadores “¡yo soy Calderón!” “Yo soy Polster!” yo siempre decía “Yo soy Paco Llorente!”. Y como olvidar ese partido donde terminó jugando con el brazo en cabestrillo…) , el gol de Martín Vázquez en la prórroga y Gaspar Rosety diciendo en Antena 3 Radio “…y martín vázquez, con lágrimas en los ojos, se eleva sobre todos…!” o algo así.

    Gracias :-)

  4. lablanco
    2009-11-16 14:52

    Creo que el partido que Llorente acabó con el brazo en cabestrillo es precisamente la vuelta de octavos contra el Milan en la 89-90. Por aquel entonces todavía no ponía la radio sobre la tele muda…

    El primer gol que vi en el Bernabéu lo marcó Calderón, curioso.

  5. clyde
    2009-12-13 23:26

    Que interesante Luis, al leer lo que ponías aparecían en mi mente recuerdos que tenía perdidos. Yo siempre me pedía Van Breukelen jeje.

  6. vick
    2010-07-24 21:41

    soy de venezuela y un fan reciente del madrid de los Galacticos en el 2000 para ak, sin embargo mi padre siempre me hablo de la quinta y la pasion que seinto por este club es enorme, lastima que un equipo como la quinta nunca gano una eurocopa tendriamos ya la decima y merecida segun lo que cuentas sobre todo en esa final contra el psv, porque con ste presidente si sigue como va creo que pasara mucho tiempo antes de que vea a un capitan levantar la orejona


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