Libro de notas

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Sillón-Ball por Luis A. Blanco

El día 15 de cada mes nos asomaremos al deporte desde un punto de vista relajado, tal y como se disfruta desde el sillón. Pretendemos analizar de un modo distinto al habitual cuestiones de actualidad, momentos míticos o incluso recuerdos personales. Para ello, Luis A. Blanco se aprovechará de su conocimiento enciclopédico sobre el pasado y el presente del deporte para salpicar sus historias con anécdotas, trivialidades o datos poco conocidos para el gran público.

Una buena primavera para las clásicas

Es el ciclismo un deporte bastante mal seguido por el gran público, quizá influido por la cobertura que TVE le ha hecho históricamente. Aparte de las tres grandes vueltas por etapas, que lógicamente sí deben requerir la máxima atención mediática, siempre se ha dado una gran importancia a las pruebas por etapas de una semana, en perjuicio de las otras grandes: las clásicas. Parece que ese error histórico se está corrigiendo, y, gracias también a otras cadenas extranjeras y a internet, las pruebas de un día están empezando a ser consideradas como se merecen.

En mi opinión, la primavera es la mejor temporada del año para ver ciclismo, puesto que ambos tipos de carreras conviven perfectamente, si bien es cierto que las vueltas por etapas acabarán por ceder terreno (quién ha visto a la Volta a Catalunya y quién la ve). Pero que en menos de dos meses se puedan tener carreras tan importantes como París-Niza, Tirreno-Adriático, Critérium Internacional, Vuelta al País Vasco o Vuelta a Romandía, junto a otras de rango inferior y las propias clásicas, hacen que marzo y abril sean el paraíso de los aficionados. Lástima que en mayo llega ya el Giro y con él las grandes vueltas, 90% de aburrimiento y 10% de (algo) de espectáculo.

Las clásicas son otra cosa. Lucha encarnizada, emoción hasta el final y victoria del más fuerte. Recuerdo que me enteré de su existencia cuando la UCI creó la Copa del Mundo, allá por 1989. Esa fue una grandísima idea. Tras unos años con alguna variación, la Copa se estableció con diez pruebas, cinco antes del Giro y cinco después del Tour. Había una verdadera lucha por ganar la Copa, que era una clasificación por puntos al estilo de un mundial de motor. Incluso el líder llevaba un jersey distintivo. Pero, en 2005, la UCI sacó su famoso Pro-Tour, en el que incluía clásicas, pruebas cortas por etapas y las grandes vueltas. Ni ciclistas ni aficionados prestaron gran atención y las carreras fueron sobreviviendo según su prestigio: las consolidadas no tuvieron ningún problema, pero otras se vieron forzadas incluso a la desaparición, como el Campeonato de Zürich.

Las cinco grandes clásicas de primavera son muy diferentes entre sí. Comparten un gran kilometraje (rondando los 250 km), una participación selecta y muy numerosa, y poco más. Pero todas tienen algo especial.

La primera de ellas es la Milán-San Remo. Considerada la más adecuada para los sprinters a pesar de la introducción de un par de subidas cerca de la meta (Cipressa y Poggio, tampoco nada del otro mundo), sus casi 300 km suelen ceñirse a un guión más o menos férreo: escapada larga desde el comienzo, a unos 50 km del final el pelotón empieza a circular a una gran velocidad, alcanza la fuga antes de la Cipressa o justo después de su bajada, grandes hostilidades en la aproximación al Poggio, que se sube en fila india con algún ataque. Justo en la cima, un ataque muy serio de uno o como máximo dos hombres, que se lanzan vertiginosamente en la técnica bajada. Pero desde debajo del Poggio hasta la meta hay unos tres kilómetros completamente llanos en línea recta, con lo que la fuga es sofocada y se disputa un grandísimo sprint donde gana no el mejor velocista, sino el que mejor ha resistido la larguísima prueba; no es una volata típica de gran vuelta donde los equipos dejan colocados a sus líderes: aquí tienen que buscarse la vida como pueden. Y en una meta donde ya ganó en dos ocasiones Miguel Poblet en los años 50, y donde los últimos grandes maestros de la velocidad (Cipollini, Zabel, Petacchi…) siempre han mojado, cabe destacar que este año nuestro Óscar Freire se llevaba su tercer triunfo, con un dominio majestuoso ante sus grandes rivales.

La verdad es que yo soy un admirador de Freire desde siempre, le considero el segundo mejor ciclista español de la historia, detrás de Miguel Induráin (sí, de momento delante de Alberto Contador). Un tipo que, sin un equipo que trabaje 100% para él, ha ganado tres mundiales, tres Milán-San Remo y cuatro etapas del Tour tiene que tener algo especial. Y es su sentido de la competición. Como discutiremos más adelante, si Freire hubiera competido en los años 80 su palmarés aún sería mayor.

Mi clásica favorita es la Vuelta a Flandes, especialmente cuando llueve, lo cual hace bastantes años que no sucede. El cambio de escenario es brutal: se pasa a la pasión que hay en Bélgica por el ciclismo, en un terreno llano pero salpicado de cortísimas cotas con porcentajes brutales y, muchas de ellas, con el temido pavés. La típica película suele ser la llegada de un grupo reducido a la parte final, con el ataque decisivo en el famosísimo Kappelmuur (Muro de Grammont, en francés), y, si acaso, una ulterior decisión en el Bosberg. El Kappelmuur está en el medio de un pueblo. Los corredores empiezan a subir por una carretera normal, cuando de repente se desvían por un sitio por el que no pasan ni los coches de asistencia ni las motos de televisión: sólo una moto con ruedas de repuesto los acompaña. La pendiente, en un primer momento, es sostenible, y los adoquines no parecen tan duros. Pero los últimos metros son inhumanos: al llegar a la capilla tenemos un 18% de desnivel y unas piedras muy irregulares. El más fuerte se adelanta y cobra ventaja. Aún quedan 15 km hasta la meta en Harelbeke, pero no suele haber variaciones. El escapado ganará terreno en el llano hasta el Bosberg, una cota en el medio de un bosque algo más tendida que la anterior, pero también adoquinada y muy dura tras casi 250 km en las piernas. Hace bastantes años que no veo un sprint en la meta para decidir el ganador.

Este año, sin embargo, ha sido diferente. Los dos mejores clasicómanos de la actualidad, el belga Tom Boonen y el suizo Fabian Cancellara, han dinamitado la carrera en una cota previa, a unos 40 km de la meta, con un ataque seco. Una vez más se ha comprobado el axioma de que en las clásicas, un escapado corre más que un pelotón porque tiene más fuerzas. Han llegado juntos al Kappelmuur y allí, sin demarrar, simplemente con un ritmo más rápido, Cancellara ha dejado a Boonen. Si encima el mejor rodador del mundo va en cabeza, todo está decidido. Se ha presentado en la meta con un minuto sobre el belga y dos sobre el siguiente grupo. Pero aún quería más.

Una semana después se disputa la París-Roubaix, también conocida como el Infierno del Norte. Y en 2010, lástima, también sin lluvia. Aunque el recorrido es prácticamente llano en su totalidad, los corredores tienen que atravesar treinta tramos de pavés, que totalizan unos cincuenta o sesenta kilómetros. La prueba es una carrera por eliminación, donde los más fuertes se van desembarazando de los rivales poco a poco y se suelen jugar el triunfo en los últimos tramos, llegando a veces a disputarse un dramático sprint en el velódromo de Roubaix. De la Roubaix tengo recuerdos imborrables: desde la victoria del veteranísmo Gilbert Duclos-Lasalle cerca de cumplir los cuarenta años, la demostración del equipo Mapei cuando tres de sus corredores llegaron juntos a la meta, decidiéndose de forma vergonzosa el ganador desde el coche; o el paso a nivel que se cerró tras Cancellara a poco del final, cortando las pocas esperanzas de unos perseguidores que se lo saltaron y fueron descalificados. O el año pasado, cuando entre caídas y pinchazos de todos sus rivales Boonen se encontró solo en cabeza sin haber lanzado ningún ataque. Cabe destacar aquí la sensacional entrega de Juan Antonio Flecha, que lleva ya tres podios y debería obtener la recompensa de un futuro triunfo próximamente. Pero su amigo Cancellara (fueron compañeros en Fassa Bortolo) es tan fuerte…

El primer corte suele realizarse en el famosísimo tramo de la Trouée d’Arenberg: más de dos kilómetros en una recta estrechísima entre dos hileras de árboles (bueno, y de espectadores) por el que los ciclistas pasan en fila de a uno con unos adoquines muy botosos. Este tramo se recorre ahora en ligera cuesta arriba desde que, cuando se hacía en sentido contrario, Johan Museeuw sufriera una espeluznante caída con una seria fractura creo recordar que de rodilla. El siguiente tramo selectivo es el de Mons-en-Pévèle, donde se filtra ya el grupo de candidatos, que se lo juegan todo a 20 km del final, en el Carrefour de l’Arbre, por el que desde hace unos años ya no se puede ir por el borde de la carretera, a salvo de los adoquines. De ahí suele salir un hombre en cabeza, como mucho un grupo de dos o tres, que ya se lo juegan todo en la línea de meta.

Pero este año, de nuevo, todo cambió. De Arenberg salió un grupo muy nutrido, y el ritmo no era elevado en absoluto, así que Cancellara decidió atacar en un momento de tranquilidad ¡en un tramo de asfalto, a más de 40 kilómetros de meta! Tras el momento de desconcierto, que el suizo aprovechó para crear una ventaja de unos segundos, la persecución se medio organizó por detrás, pero no había nada que hacer: Cancellara se fue hasta los tres minutos después del Carrefour, completando una de las mayores exhibiciones que se recuerdan en los últimos tiempos. El resto de los mortales peleó por las otras plazas de honor, con Hushovd arrebatando a Flecha el segundo puesto.

Y de ahí se pasa al tríptico de las Ardenas, que comienza con la Amstel Gold Race. Esta es la prueba más joven de todas las que repasamos hoy: apenas tiene unos treinta años de vida. Y, como el resto del tríptico, tiene el final justo detrás de una durísima subida: en este caso es el Cauberg, en Valkenburg. Una lástima para Freire, puesto que hasta hace unos pocos años, la llegada estaba situada a unos diez o quince kilómetros de la última cota, y el recorrido, salvo este pequeño gran detalle, le viene bastante bien. Es la clásica cervecera la que más subidas tiene: sobre treinta, todas bastante cortas y pronunciadas. Y siempre se decide en el Cauberg, donde llega un grupo numeroso tras haber cazado una escapada poco antes de llegar allí. Es la cota favorita de Davide Rebellin, varias veces vencedor.

Pero este año la participación se vio mermada por culpa del maldito volcán islandés. Solamente los centroeuropeos pudieron desplazarse, y el gran favorito era otro gran especialista, el belga Philippe Gilbert. Y no defraudó, haciendo una gran demostración de superioridad en la ascensión final, confirmándose como el más fuerte. Pero iba a tener rivales de mayor entidad en las dos pruebas siguientes.

La Flecha Valona perdió bastante categoría con la creación de la Copa del Mundo, puesto que no fue incluida entre las carreras seleccionadas. Quizá por disputarse en miércoles, o quizá por su reducido recorrido (apenas 180 kilómetros), no fue considerada de la misma dureza que el resto de pruebas de un día que sí obtuvieron ese privilegio. No obstante, es una prueba dura, con bastantes repechos y un triple paso por el célebre Muro de Huy, en cuya cima está la línea de meta, donde ya ganaron Igor Astarloa y Alejandro Valverde. Normalmente el guión es similar a la Amstel, y este año no fue una excepción: bastantes escaramuzas, pero los equipos de los favoritos no han perdido tantos gregarios como para no poder controlar la carrera, y se llega a la pared final en un grupo de unos treinta o cuarenta corredores. Pero este 2010 la ascensión final al muro de Huy fue memorable. Atacó desde abajo Igor Antón, y a su rueda se pegó Alberto Contador, que le sobrepasó a apenas 300 metros de la meta, con ventaja suficiente para ganar. Sin embargo, hasta al mejor escalador del mundo se le puede hacer larga una cuesta. Viniendo desde atrás, el campeón del mundo Cadel Evans supo regular mejor y pasó al madrileño a apenas cincuenta metros del final. Contador, ya sin ambición, fue incluso adelantado sobre la línea por otro medallista en el pasado mundial, Joaquín Purito Rodríguez. Cuatro españoles entre los cinco primeros, pero el más fuerte fue el australiano.

La revancha final tiene lugar cuatro días después, en la prueba más antigua del calendario (conocida por este motivo como la Decana): la Lieja-Bastoña-Lieja. Otra carrera que pudo ser ganada antes por algún ciclista español (recuerdo haber visto llegar a Pedro Delgado cuarto de un grupo de cuatro, o a Induráin tercero de un grupo de tres) si el recorrido hubiera sido el actual, pero hace veinte años los últimos kilómetros eran totalmente llanos.

En esta prueba se suben menos cotas, pero estas tienen una característica que las hace diferentes de las del resto de las clásicas: son más largas, superando los dos kilómetros, con pendientes medias de hasta el 10%. Todos recordarán el Mont Theux del Tour de 1995, donde Induráin lanzó un ataque contra todo un pelotón en bloque, sacando junto a un alucinado Johan Bruyneel un minuto de ventaja en la meta de Lieja. La cota más famosa y dura es la de La Redoute, a la que sigue desde hace un par de años la de Roche aux Faucons, que ha permitido endurecer el recorrido al reducir el terreno llano entre unas y otras. La supera un grupo bastante maduro ya, que termina de seleccionarse en la durísima Cota de San Nicolás, a unos 12 kilómetros de meta: rara vez salen de ahí más de dos o tres corredores en cabeza. Y después de un terreno muy difícil para la persecución, con continuos toboganes por las calles de los suburbios de Lieja, aún queda en el último kilómetro la traca final, una recta interminable, la Cota de Ans, que desemboca en la corta recta de meta. Sólo un español, Valverde, ha podido ganar allí.

La Decana ha resultado muy táctica en 2010. Ha habido movimiento de actores secundarios en las últimas cotas, pero los equipos de los favoritos han controlado sin problemas hasta la llegada a Roche aux Faucons. Allí ha atacado el vencedor del año anterior, Andy Schleck, ayudado por un compañero. Gilbert ha entrado fácil y ambos han cogido una ventaja interesante sobre el grupo. Como la cota es bastante larga, se puede acelerar en varios puntos. Y eso es lo que ha hecho Contador, que ha alcanzado al dúo destacado con aparente facilidad justo en la cima. Al parecer, a ninguno le interesaba la compañía que llevaban, pues se han parado (las cosas que uno nunca entiende del ciclismo). En el desconcierto que siempre sigue a uno de esos parones, ha atacado un ilustre compañero de Contador, Alexandre Vinokourov, vencedor en 2005, que se ha llevado con él a Alexander Kolobnev. Por detrás se ha formado un trío con Valverde, Evans y Gilbert, que precedía al pelotón. Los dos de cabeza han aumentado su ventaja en el terreno hasta San Nicolás, donde no se han atacado y han colaborado bien. Detrás Gilbert era el más fuerte, abandonando a su compañía. Pero, aunque recortó ventaja, era imposible ya cazar cuando había empezado esta cota a más de un minuto de distancia. Todo se iba a decidir, como siempre, en Ans. Vinokourov, como perro viejo, supo esperar su momento, que llegó nada más coronar, y se impuso fácilmente en el sprint, mientras que Valverde arañaba un tercer puesto tras haber alcanzado a Gilbert en la subida final. Curioso, tres Alejandros en el podio.

En resumen, una buena temporada, sobre todo con la exhibición de Cancellara, y emocionantes finales en las Ardenas. No olviden que este año el Tour de Francia va a homenajear a su manera a las clásicas de primavera en la primera semana: mientras que algunas de las cotas tradicionales de la Lieja van a ser subidas, generalmente en sentido contrario a la clásica, una de las etapas claves será la del pavés, con varios tramos bastante duros (ninguno de máxima dificultad, tampoco están tan locos), el último a apenas 12 kilómetros de la meta, que estará situada justo a la entrada de la Trouée de Arenberg. En esta etapa se puede perder un Tour, y es en la que Contador se encontrará en mayor desventaja frente al potentísimo Radioshack.

Luis A. Blanco | 15 de mayo de 2010

Comentarios

  1. gsc
    2010-05-15 19:50

    La verdad que la Roubaix de este año ha sido bastante decepcionante (en la medida en la que esta carrera puede serlo): aunque Boonen se dejó ver bastante hasta después de Arenberg e incluso hizo algún amago, en el momento en el que Cancellara cogió un minuto y medio, todo el mundo tiro la toalla (faltando una hora de carrera). Realmente, ya van siendo demasiados años sin lluvia.

    En cambio, la Lieja sí que está más interesante últimamente que en años anteriores, cuando todos llegaban juntos sin dar mucha guerra y ganaba Valverde en un soso sprint.

    Y en la Flecha dos detalles interesantes: Contador, que al quedarse con la miel en los labios seguramente volverá para pegarse con Schleck – si no se tuerce, su némesis en los próximos años – para ganar unas carreras que ha demostrado le vienen muy bien; y Evans, que después del campeonato del mundo muestra ligeros síntomas de dejar de ser un chuparruedas y ciertas aptitudes para rematar, desconocidas hasta ahora. Sirva como confirmación la etapa del Giro de hoy, donde ha ganado a gente más rápida que él.

    Etapa por cierto, similar en planteamiento a la del Tour que comentas, pero pasando por parte del trazado de la Eroica, que ha estado muy entretenida, como la de ayer y casi toda la primera semana. La distribución 90%-10% se aplica más para otras vueltas, por que el recorrido del Giro de los últimos años siempre termina dando lugar a una carrera muy entretenida. Todo lo contrario que la Vuelta, donde núnca se hace diferencias, no hay desfallecimientos y tiende a la mediocridad general.


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