El día 15 de cada mes nos asomaremos al deporte desde un punto de vista relajado, tal y como se disfruta desde el sillón. Pretendemos analizar de un modo distinto al habitual cuestiones de actualidad, momentos míticos o incluso recuerdos personales. Para ello, Luis A. Blanco se aprovechará de su conocimiento enciclopédico sobre el pasado y el presente del deporte para salpicar sus historias con anécdotas, trivialidades o datos poco conocidos para el gran público.
Se acerca la Copa del Mundo de Sudáfrica y, como aperitivo, bien vale reseñar los que a mi juicio han sido los mejores partidos de cada una de las copas anteriores, siempre que yo los recuerde, claro. ¿Será la cita sudafricana testigo de espectáculos como los presentados aquí? Con sólo unos pocos nos conformaríamos…
España 1982. Semifinales. Alemania-Francia (3-3, 5-4 en penaltis)
El mundial español, primero con 24 equipos, tuvo que afrontar el horrible rendimiento de la selección anfitriona (una victoria en cinco partidos, incapaces de ganar a Honduras o Irlanda del Norte), el calor y un desastroso sistema de competición: los doce supervivientes de la primera fase se encontraron en cuatro grupos de tres equipos, cuyos vencedores accedían a semifinales (aunque nos permitió ver el fabuloso grupo de Sarriá, con Argentina, Brasil e Italia luchando por una plaza).
A Francia le tocó un grupo fácil, pese a haber caído frente a Inglaterra en la primera fase, y ni Austria ni Irlanda del Norte fueron rivales para ellos. Alemania, por su parte, tras perder ante Argelia, tuvo que amañar su partido con Austria para pasar a una segunda fase donde se deshizo con oficio de Inglaterra y España. La semifinal se presentaba igualada, el músculo alemán contra la clase francesa; destacaba el centro del campo galo, con Platini acompañado ya de Giresse y Tigana; la falta de un buen delantero lastró siempre a esta generación (Platini asumiría el rol goleador en la Eurocopa de 1984, donde hizo una de las mayores demostraciones individuales que se recuerdan). Por los alemanes destacaba su defensa, con Karl-Heinz Foster de estrella, aunque ya había renunciado su gran figura en la Eurocopa de 1980, un joven Bernd Schuster.
El partido, disputado en la noche sevillana, comenzó suave, pero pronto se animó con el gol alemán, del pequeñito Littbarski, aprovechando un barullo en el área. Pero poco después empató Francia, al transformar Platini un claro penalti sobre Rocheteau. El partido llegó tranquilo al descanso, pero poco después se produjo la jugada polémica del encuentro. Un balón largo sobre el campo alemán fue cazado por el francés Battiston, que acababa de salir al campo. Battiston superó al meta alemán Schumacher por alto; éste arrolló al francés salvajemente. El balón salió fuera y el árbitro no pitó ni falta (ahora probablemente habría expulsado al portero). Battiston tuvo que ser retirado en camilla tras haber perdido en el incidente la consciencia y dos dientes. Con todo y esto, el dominio francés fue apabullante, pero sin premio. En el último minuto Amorós envió un balón al larguero, no pudiendo evitar la prórroga.
Y allí se vivió la segunda mejor prórroga de la historia, sólo superada por otra semifinal de un mundial, la del Italia-Alemania de 1970. Francia esta vez sí concretó sus oportunidades, y a los nueve minutos ganaba 3-1 tras los golazos de Trésor y Giresse. Jupp Derwall sacó del banquillo a Rummenigge, que antes de la pausa ya había reducido distancias en un contraataque. Ahí empezó a ponerse de manifiesto la superioridad física alemana, mientras los franceses acusaban el esfuerzo. Y en una combinación espectacular tras un saque de esquina, Fischer empataba el encuentro a doce minutos del final. De ahí hasta el final tuvimos dominio alemán, que no se concretó.
Así que se llegó a la lotería de los penaltis, que se estrenaban en un mundial. Ettori paró el tercero de los alemanes, lanzado por Stielike, pero Schumacher pasó de villano a héroe deteniendo el cuarto (Six) y el sexto (Bossis) franceses, dejando para el gigante Hrubesch la gloria de anotar el lanzamiento decisivo, clasificando a Alemania para una final que perdería ante Italia.
México 1986. Final. Argentina-Alemania (3-2)
La segunda cita mexicana nos dejó un mejor sistema de competición, con eliminatorias directas a partir de octavos (aunque estaba el lío aquel de los mejores terceros de grupo), los goles de Butragueño a Dinamarca, el penalti que Pfaff le paró a Eloy en la mitad de la noche, y la confirmación de un astro: Diego Armando Maradona.
Rodeado por un puñado de jugadores aceptables, pero no excepcionales, el Pelusa llevó a su selección plácidamente a la final, dejándonos en el camino sus dos goles más famosos, ambos en los cuartos de final contra Inglaterra: la Mano de Dios y el eslalon con múltiples regates (de qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés). Alemania, por su parte, con un equipo similar al de cuatro años antes, tuvo, como es habitual, un camino de espinas: apabullados en la primera fase por Dinamarca, ganaron a Marruecos en octavos con un gol en el último minuto, y a México en cuartos por penaltis. Pero en la revancha de las semifinales ante Francia, ganaron solventemente por 2-0.
La final se planteaba con una duda: ¿quién iba a marcar a Maradona? La misión fue encomendada al centrocampista más técnico del equipo alemán, un joven Lothar Matthäus. Y la verdad es que Diego no vio el balón en todo el partido, que fue bastante bronco en su inicio. Hasta que mediada la primera parte, Schumacher cantó en un lanzamiento de falta cabeceado por Brown. Argentina llevó el partido a su terreno, tratando de aprovechar algún contragolpe. Y lo consiguió con el gol de Valdano poco después del descanso. Ahí se relajaron los sudamericanos, y nunca hay que hacer eso si enfrente está Alemania. Dos córners prolongados desde el primer palo, y dos goles de Rummenigge y Völler, que había salido desde el banquillo. Quedaban ocho minutos. Entonces despertó Maradona, y trenzó una jugada que finalizó con el gol definitivo de Burruchaga. No quedaba tiempo para más, y en su peor día en el campeonato, sus compañeros habían ayudado al mejor jugador del mundo a ganar el título más importante.
Italia 1990. Cuartos de final. Inglaterra-Camerún (3-2)
Este mundial se jugó tras la revolución introducida por el Milan de Arrigo Sacchi en el fútbol europeo, con el achique de espacios, que ya tratamos en esta columna. Lo que ocurre es que como los jugadores de ataque del Milan no estaban en todas las selecciones, los partidos se volvieron aburridos como ellos solos, y fue el peor mundial, para muchos. Ah, y fue el mundial de los carrileros. La actuación española se resume en su banda izquierda: Jiménez-*Villarroya*.
Entre las notas discordantes se encontró la selección de Camerún, capitaneada por el veterano Roger Milla, de 38 años, que siempre salía a jugar los últimos 30-40 minutos. Con su juego anárquico, pero efectivo, ganaron un grupo difícil con Rumanía, Argentina y la URSS, y en octavos batieron tras prórroga a Colombia: jamás un equipo africano se había plantado entre los ocho mejores del mundo. Por su parte, Inglaterra había sobrevivido al destierro sardo (inclasificables las surrealistas retransmisiones de Luis Fernández y Michael Robinson para TVE) frente a la favorita Holanda, y había descubierto un nuevo héroe en David Platt, que había marcado frente a Bélgica a un minuto del final de la prórroga del partido de octavos.
Camerún dominó el principio del encuentro, pero los ingleses dieron el primer zarpazo, con un cabezazo de Platt a pase del carrilero Pearce. Los cameruneses no se achantaron, y pudieron empatar antes del descanso, con un par de ocasiones de Libiih. Pero fue tras el descanso, con la salida al campo de Milla, cuando el partido cambió de verdad. El veterano jugador primero forzó un claro penalti, transformado por Kunde, y dos minutos después dio un magistral pase a Ekeké, que batía a Shilton para poner a Camerún en ventaja. Eran los mejores momentos del equipo africano, con Milla gustándose de verdad. Pero aún le quedaba alguna vuelta de tuerca al partido: las dos estrellas inglesas, un Paul Gascoigne en un estado de forma excepcional, y el gran goleador Gary Lineker, no estaban dispuestos a caer de nuevo en cuartos de final. Gazza, que había cometido el penalti sobre Milla, empezó a repartir juego, y en una de estas Lineker recibió un aparatosísimo penalti, que él mismo transformaría. Faltaban sólo siete minutos, y el partido se fue definitivamente a la prórroga. Ahí se acabó el sueño de Camerún. La emoción había pasado y era cuestión de tiempo que Inglaterra cerrara el partido: lo hizo al filo de la pausa, con un nuevo jugadón de Gascoigne y penalti sobre Lineker. De nuevo fue batido Tommy N`kono e Inglaterra se clasificaba por segunda vez en la historia para semifinales: en otro partidazo Alemania pasaría por penaltis en un encuentro recordado por la imagen de desesperación, lágrimas incluidas, de Gascoigne cuando recibió la tarjeta amarilla que le habría impedido jugar la final.
Estados Unidos 1994. Cuartos de final. Brasil-Holanda (3-2)
El desembarco en Estados Unidos tampoco trajo un mejor fútbol, aunque el espectáculo mejoró algo con respecto a cuatro años antes. Los grandes desplazamientos dentro del país y la variedad climática, aun con predominio del calor, fueron otros inconvenientes para los jugadores. En España recordamos este campeonato por el partido contra Italia, el gol fallado por Salinas, el marcado por Roberto Baggio y el codazo de Tassotti a Luis Enrique. Pero ese mismo día, un poco más tarde, se jugó el mejor encuentro del torneo entre Brasil y Holanda.
Brasil era el gran favorito, aun llevando 24 años sin jugar una final. Su entrenador, Parreira, había cambiado el jogo bonito por un sistema más conservador, llegando a alinear juntos a muchos jugadores de contención (en este partido, sin ir más lejos, Mauro Silva, Dunga y Mazinho) y fiándolo todo a su temible dupla de ataque, Romario y Bebeto, que se habían jugado la Liga Española en aquel penalti que Bebeto no quiso lanzar y que acabaría fallando Djukic. (Un jovencísimo Ronaldo formó parte de la expedición, aunque no llegó a jugar ningún minuto). Su camino había sido sencillo, pero poco espectacular: un empate con Suecia en la primera fase y una difícil victoria por la mínima frente a los anfitriones en octavos. Holanda, por su parte, contaba con una mezcla del equipo campeón de Europa en 1988 (Koeman, Rijkaard) y una nueva generación de jóvenes estrellas (Overmars y sobre todo Dennis Bergkamp). Tras un tropiezo ante Bélgica, ganaron convincentemente a Irlanda en octavos.
El partido comenzó con Holanda echada atrás y Brasil dominando, aunque sólo creó peligro al final, en varias acciones de sus defensores a balón parado. Todo cambió en el segundo tiempo; Bebeto hizo una gran jugada rematada a gol por Romario. Advocaat metió a otro delantero, Roy, pero se topó con el segundo: tras un despiste defensivo, Bebeto se encontró un balón, regateó a De Goeij y marcó a puerta vacía. Famosísima la celebración del brasileño, haciendo el gesto de acunar a un bebé, pues acababa de ser padre, a la que se unieron algunos de sus compañeros. Pero aún quedaba media hora y no estaba todo el pescado vendido. Bergkamp marcó un golazo poco después y, a un cuarto de hora del final, Winter batía de cabeza a Taffarel. Ahora Holanda era dueña del partido, no se echaba atrás y Brasil tenía miedo. Y entonces surgió el factor imprevisto, tantas veces presente en el fútbol. El lateral izquierdo de Brasil era Branco, que debutaba como titular en el mundial, pues hasta entonces había jugado siempre Leonardo. Brasil obtuvo una falta muy lejana, allá que fue el defensa, y le pegó un zurriagazo tremendo, fortísimo, ante el que el portero no pudo hacer nada. Holanda bajó los brazos, y Brasil acabaría ganando el mundial con el mínimo esfuerzo, un gol a Suecia en la prórroga y por penaltis a Italia en la final tras un aburridísimo empate a cero.
Francia 1998. Semifinales. Francia-Croacia (2-1)
Francia organizó el primer mundial con 32 equipos. De esta manera se aumentó la representatividad de todos los continentes, y el sistema de competición se volvió más claro y menos arbitrario. Por el contrario, la efímera introducción del gol de oro provocó que, durante este campeonato y el siguiente, fuera imposible repetir prórrogas tan maravillosas como las del Italia-Alemania de 1970, Alemania-Francia de 1982 o Bélgica-URSS de 1986. Fue el mundial del autogol de Zubizarreta contra Nigeria o de la estéril goleada ante Bulgaria. No fue un torneo brillante, y he querido significar aquí la semifinal entre Francia y Croacia como ejemplo de lo que pasó en el campeonato, aunque quizá el Argentina-Inglaterra, con el golazo de Owen, o el Brasil-Holanda fueran mejores partidos.
Francia se presentó en semifinales con la ley del mínimo esfuerzo. Ganó un grupo sencillo, batió a Paraguay en octavos con un gol de oro de Blanc y se deshizo en cuartos de Italia en los penaltis, tras un aburridísimo empate a cero. La mayor virtud del equipo de Aimé Jacquet era la fortaleza defensiva; no en vano, casi todos los jugadores eran de corte destructor. Enfrente se encontraba Croacia, en su debut mundialista. Una maravillosa generación de jugadores (Jarni, Boban, Asanovic, Prosinecki o Suker, que saldría máximo goleador del torneo), que comenzó dubitativa, pero que tras batir a Rumanía en octavos y a la no tan todopoderosa Alemania en cuartos, empezó a creerse capaz de saltar la banca.
El partido empezó muy táctico, pero poco a poco Francia, gracias a Zidane, comenzó a crear peligro sobre la meta croata. Lástima que el punta francés fuera el limitadísimo Guivarc’h… Tras la entrada de Henry por el lesionado Karembeu (vivir para ver), Croacia gozó de sus mejores minutos, pero se llegó al descanso sin goles. Poco después de la pausa, Suker aprovechó un pase de Asanovic para batir a Barthez. Pero inmediatamente después, Boban perdió un balón ante Thuram, que tras combinar con Djorkaeff nivelaba el encuentro. Ahí pareció caer Croacia, pero tras aguantar las acometidas galas, recibió el segundo gol en el momento más inoportuno: de nuevo el héroe Thuram, esta vez de disparo lejano. La expulsión de Blanc no modificó las cosas, más allá de la cagalera de Jacquet, y Francia se metía en su primera final mundialista, que acabaría ganando a una Brasil privada en extrañas circunstancias del gran Ronaldo gracias a dos cabezazos de Zidane en sendos córneres.
Corea del Sur y Japón 2002. Cuartos de final. Brasil-Inglaterra (2-1)
El primer mundial asiático no caló en nuestros corazones, fundamentalmente, por dos razones: la diferencia horaria con España y, sobre todo, el hecho de que fuera el primer Mundial difundido en gran parte en codificado (por la extinta Vía Digital). Si a eso añadimos un viaje que tuve que hacer al extranjero durante la última semana del torneo, pueden hacerse una idea de lo poco que me acuerdo de aquel mundial, en el que España pasó al fin una tanda de penaltis, para caer en otra el día que Raúl no pudo jugar por lesión y todos nos aprendimos el nombre de un tal Al Ghandour. La verdad es que, de nuevo, el nivel fue bajo. El Brasil-Inglaterra no fue una excepción.
Brasil era el gran favorito para llevarse el torneo. Con su triple R (Ronaldinho, Rivaldo y Ronaldo, a la que incluso podría añadirse Roberto Carlos) añadía un bloque muy compensado tácticamente. Incluso no echaron a faltar a Emerson, lesionado antes del mundial por hacer el gamba y ponerse de portero en un entrenamiento. El de Inglaterra era su primer compromiso serio en Japón, mientras que los ingleses habían tenido un grupo duro, donde cayó Argentina, y se habían tenido que desembarazar de Dinamarca en octavos. Era un equipo construido sobre la columna vertebral del Manchester United, con dos estrellas claras: David Beckham y Michael Owen.
Beckham no apareció durante el partido, colocado casi como lateral derecho, y tampoco hizo mucho Ronaldo; sin embargo, Owen aprovechó un error de Lucio para batir a Marcos y poner por delante a Inglaterra. Parecía que el rácano planteamiento de Eriksson iba a salirles bien a los ingleses. Pero al filo del descanso se produjo la jugada psicológica del partido y quién sabe si del mundial: Beckham perdió un balón, Ronaldinho hizo una jugada maravillosa y, tras marcharse de varios contrarios, se la puso a Rivaldo, que empató el choque. Era la explosión del jovencísimo Gaucho, casi un desconocido para el gran público, antes de hacerse un grande del fútbol en el Barcelona. Ronaldinho iba a ser, además, el protagonista del segundo tiempo. Primero, por lanzar una falta desde una distancia de cuarenta metros directamente a puerta, con un efecto extraño que sorprendió a Seaman, que no era nuevo en cantar de esa manera (recuerden el gol de Nayim). Después, por autoexpulsarse tras agredir a un jugador inglés. Pero dio igual, esa Inglaterra no jugaba a nada y apenas inquietó la meta brasileña. Brasil ganaría fácilmente el título ante rivales de una calidad bastante baja, con tres goles de Ronaldo: uno en semifinales ante Turquía, y dos ante Alemania en la final. Otro campeón gris, y ya iban unos cuantos…
Alemania 2006. Semifinales. Italia-Alemania (2-0)
Volvía el mundial a Alemania y nos trajo un puñado de grandes partidos, como el Alemania-Argentina o todas las eliminatorias de Portugal y Francia. En un campeonato que España jugó de más a menos: se pasó de la demostración del Tiburón Puyol a resucitar al asilo francés de Zidane y compañía, el día que Luis Aragonés se cagó ante la prensa y no se atrevió a dejar a Raúl en el banquillo. Pero el choque entre Italia y Alemania fue tan espectacular que todos hablábamos de él al día siguiente.
Alemania había sorprendido positivamente en el campeonato. No se esperaba nada de ellos, inmersos en un período de transición, pero fueron muy solventes en el grupo, apabullaron a Suecia en octavos y se batieron hasta la extenuación frente a una gran Argentina en cuartos, venciendo por penaltis. Por su parte, Italia había hecho lo mínimo, para variar: ganó un grupo trampa, pero sufriendo ante Estados Unidos. Venció a Australia en octavos con un penalti regalado por Medina Cantalejo (que la montaría en la final pese a ser el cuarto árbitro) en el último minuto, sin merecerlo; y en cuartos les tocó una perita en dulce, Ucrania. Llegados a este punto, el partido se presagiaba como un choque entre el martillo alemán y la racanería italiana.
Pero de eso nada de nada. Italia se colocó muy bien en el campo, empezando por la defensa donde, una vez más, destacó una vez más el imperial Cannavaro. Perrotta tuvo una primer oportunidad, salvada por Lehmann, pero Buffon era un espectador más. Los alemanes esperaban su oportunidad; siempre llega. Pero Podolski disparó flojo. Con dominio italiano se llegó a la prórroga. Nada más empezar, Gilardino y Zambrotta enviaron dos balones a los palos. Ahí se notó, en los cambios, a qué jugaba cada equipo: Klinsmann quitó a Klose, Lippi metió a Del Piero. El dominio italiano era ya abrumador. Y cuando los alemanes ya olfateaban una nueva oportunidad en los penaltis, apareció una de las revelaciones de la competición, el lateral Grosso, para batir en un córner a Lehmann. Sólo quedaba un minuto, suficiente para que Del Piero hiciera el segundo en un contraataque demoledor. Italia había jugado como nunca, y todos habíamos visto satisfechos su victoria. Unos días después, en la final, la Francia de Zidane caería ante el gol y las provocaciones de Materazzi, aunque fuera en los penaltis: también tenían derecho los italianos a ganar una tanda, tras haber sido eliminados de esta manera en 1990, 1994 y 1998 (en 2002 fue tras prórroga y gol de oro).
2010-04-15 19:30
Gran artículo.
Mi primer recuerdo “mundialista” nítido es el España-Brasil de México 86, donde un árbitro australiano que se llamaba Bambridge no dio por bueno un gol fantasma de Michel que había entrado y bien entrado. De ese mundial no puedo olvidar el 5-1 a Dinamarca con los 4 goles de Butragueño (y a mi padre gritando “olé el Buitre” en cuanto le vio robar el balón a la defensa danesa en el primer gol) y la tanda de penaltis en cuartos de final entre Brasil y Francia, que tenía a mi portero preferido (junto con Dassaev), Joel Bats. Le paró un penalti a Sócrates que tiró casi sin carrerilla.
De Italia 90 son inolvidables el partido inaugural con Camerún ganando a Argentina con nueve hombres en el partido inicial y luego en octavos de final contra Colombia, con ese gol estúpido que marcó Roger Milla a Higuita en una de sus salidas idiotas.
Y para mí el momento doloroso de verdad, más que el codazo de Tassotti, fue ese partido contra Corea en 2002. Realmente creo que Camacho hizo un buen equipo, realmente creo que aquel mundial se podría haber ganado y realmente creo que hubo tongo, tongo real quiero decir. Amaño, compra de árbitro, como quiera llamarse. A día de hoy es del único partido que sigo pensándolo.
2010-04-15 20:30
Alberto, para tongo el Argentina-Perú del 78 o el Alemania-Austria del 82 (este último confirmado), bien es cierto que amañado entre jugadores y no por el árbitro.
2010-04-15 21:00
Sí, yo con cierta claridad (mi memoria es pésima) recuerdo desde el 86, pero sólo los partidos de España.
Del 82 recuerdo haber ido a un partido, en Vigo, el Italia-Camerún, 1-1 e Italia clasificada de milagro. Recuerdo todo el estadio animando a Camerún.
Cuántos nombres que ya no recordaba, vaya equipazos.
Saludos
2010-04-16 21:54
Mi primera evocación mundialista se remonta a 1966 ¡sí, sí, he dicho bien: 1966!. Tenía nueve años. Yo mismo me asombro de los recuerdos que perduran en mí de aquel evento. Para empezar, no teníamos tele en casa, con lo que tocaba ir a la de un vecino que tenía bar (y TV). Recuerdo una señora, mujer de un guardia, que se le caía la baba por ver a la reina de Inglaterra. Alucinó bastante más que yo con el fútbol. Fue aquella final memorable del gol fantasma y la prórroga consiguiente. Tengo aún grabada la imagen de los jugadores alemanes acudiendo al palco a recoger la medalla de plata cayendo algunos de ellos exhaustos tras el inmenso esfuerzo y la derrota. Desde entonces Alemania me cae bien. Siempre he pensado que hubo tongo. Fue el mundial en que deslumbró Eusebio, del Benfica, con Portugal; donde los propios portugueses fueron a cargarse a Pelé y lo consiguieron. Recuerdo que España ganó a Suiza 2-1, con un maravilloso gol de Sanchís. Me sucede algo realmente curioso: recuerdo las finales del 66-70-74 y 78. A partir de aquí me hago un lío, a pesar de tratarse de fechas más recientes. El mundial del 82 lo ganó Italia, pero aquí se acaban mi memoria mundialista. Tendría que recurrir al consabido Google para recabar información.