Desentrañar significados ocultos, concebir el texto como espejo, invocar la palabra detrás de la palabra y desvelar palimpsestos: todo esto nos proponemos hacer los días 20 de cada mes. Elisabeth Falomir Archambault, traductora y otras cosas, hablará de etimología y corrientes traductológicas, descubrirá curiosidades sobre el oficio del trujamán e intentará desenmascarar a traductores y traidores.
Resultaría injusto y reduccionista limitar la concepción de la traducción a una actividad destinada a tender puentes entre lenguas. Ciertamente, ese es su objetivo, pero las consecuencias de ese acto van mucho más allá: para empezar, trasladar ideas entre lenguas es, sobre todo, permitir el enriquecimiento entre culturas, fomentar el contacto con lo extranjero, lo que es «otro» y que, sin embargo, nos llega a través de códigos que nos son propios. Así, el acto de traducir permite ampliar perspectivas y alimentar el espíritu crítico: esta fricción con lo que nos es ajeno posibilita la revisión de nuestros dogmas.
Consciente de las posibilidades que ofrecía, narrativamente, aprovechar la mirada inocente y desprovista de prejuicios de un extranjero y «traducirla» a la sociedad francesa del siglo XVIII, Montesquieu relata en sus Cartas persas la estancia de dos viajeros persas que, tras haber salido de su país, narran su periplo por Irán, Italia y Francia en misivas dirigidas a amigos y familiares. La mirada oriental de estos protagonistas se desarrolla a lo largo de una correspondencia polifónica: su ingenuidad e impertinencia les hace criticar la política, la religión y las costumbres francesas —y por extensión, las occidentales— con un desparpajo y una dureza inadmisible en un «autóctono».
El objetivo de Montesquieu fue, ante todo, el de someter a la sociedad de su tiempo a una prueba de verdad. Refugiado bajo el disfraz de estos protagonistas imaginarios, plantea a sus compatriotas la incómoda cuestión del porqué de sus sistemas de gobierno, de sus dogmas y creencias. La edición original de las Cartas persas se publicó sin firma y con falso pie de imprenta en Ámsterdam en 1721. Tras varias ediciones copiadas, aumentadas y corregidas, tras la muerte de Montesquieu, se estableció en 1758 la versión definitiva, que consta de 161 epístolas. Al renunciar a firmar su obra, el autor desaparece —o finge desaparecer— no tanto para evitar la crítica como para provocar el efecto de autenticidad en su relato. Fingir que se publican documentos reales de viajeros persas, negar su procedencia imaginaria le otorga el poder de alegar la autoridad de la vida real y reviste el libro del prestigio de un origen externo a cualquier tradición literaria. El pacto de verosimilitud permite que el autor se haga pasar por simple depositario indiscreto de documentos históricos. Aquí, lo persa es lo marciano, lo remoto; la «traducción» o traslación de miradas de Oriente a Occidente es el juego que propicia la crítica. Los comentarios de los dos viajeros persas, que van del incrédulo asombro a la feroz burla, atacan multitud de temas, tales como el carácter frívolo de los franceses en una epístola dedicada a la moda, el etnocentrismo, el oscurantismo y la intolerancia religiosa, el sistema de gobierno y en particular el régimen de Luis XIV…
El anonimato no es el único recurso utilizado para dotar de universalidad a esta crítica: en Occidente, únicamente las ciudades e instituciones reciben su apelativo real. Ningún francés es designado por su nombre (ni siquiera se les atribuye un patronímico ficticio), y se recurre a perífrasis explicativas. Suprimir el nombre es una forma, además de hacer extensiva la crítica, de mencionar lo que de otro modo hubiera sido tabú. El autor logra así una suerte de lectura catártica: si para Stendhal la novela debía ser un espejo que se pasea por el ancho camino, Montesquieu logra reflejar la realidad gracias al formato epistolar, con el que aborda temas que difícilmente hubieran encontrado su sitio en una novela. Como indicaba Paul Valéry, entrar en casa de alguien para poner en duda sus ideas, actuar con sorpresa ante lo que hace o piensa y nunca ha concebido como extraño, es lograr, mediante una ingenuidad fingida o real, replantear lo relativo de una civilización, de una confianza habitual en el orden establecido.
Para los curiosos y bibliófilos, el manuscrito original de las Cartas persas se puede consultar en el siguiente enlace