Desentrañar significados ocultos, concebir el texto como espejo, invocar la palabra detrás de la palabra y desvelar palimpsestos: todo esto nos proponemos hacer los días 20 de cada mes. Elisabeth Falomir Archambault, traductora y otras cosas, hablará de etimología y corrientes traductológicas, descubrirá curiosidades sobre el oficio del trujamán e intentará desenmascarar a traductores y traidores.
Traducir una lengua es conquistarla. Y si toda traducción es conquista, la colonización de América a la fuerza debía traernos alguna historia o anécdota digna de contarse.
Cuentan que el primer traductor de América fue una mujer, la Malinche (también llamada Malintzin o doña Marina La Lengua), indígena que hizo de intérprete entre Hernán Cortés y Moctezuma. La Malinche encarna a la perfección el enfrentamiento, diálogo y posterior asimilación entre las lenguas nativas del continente y el idioma de los recién llegados: nacida en 1502, fue cedida como esclava al cacique maya de Tabasco después de una guerra entre mayas y aztecas. Fue ofrecida como tributo siendo aún niña, por lo que ya hablaba con fluidez su lengua materna, el náhuatl, y aprendió con rapidez la lengua de sus nuevos amos, la maya.
También como esclava fue regalada a Hernán Cortés en 1519 junto con otras mujeres, algunas piezas de oro y un juego de mantas, después de que este derrotara a los tabasqueños. Tras bautizarla e imponerle el nombre cristiano de Marina, Cortés descubrió que hablaba náhuatl y empezó a asignarle las labores de intérprete del náhuatl al maya, recayendo en Jerónimo de Aguilar, náufrago español rescatado por Cortés, la tarea de traducir el discurso producido del maya al español. Así, haciendo uso de tres lenguas y dos intérpretes (lo que suele denominarse hoy en día como interpretación por relé o relay), se llevaron a cabo todos los contactos entre españoles y aztecas, hasta que finalmente la Malinche aprendió español.
Según Alberto Manguel, no es de extrañar que el primer intento de entender la lengua del otro en la tierra colonizada se lleve a cabo gracias una mujer, «a través de un instrumento nuevo, más débil que el de las armas viriles, menos prestigioso que el modelo clásico de traducción, de un San Jerónimo o de un Alfonso el Sabio».
Cuenta José Cadalso en la novena de sus Cartas marruecas sobre la relación entre Hernán Cortés y la Malinche: «Una india noble, a quien se había aficionado apasionadamente [Cortés], le sirve de segundo intérprete y es de suma utilidad en la expedición; primera mujer que no ha perjudicado en un ejército y notable ejemplo de lo útil que puede ser el bello sexo, siempre que dirija su sutileza natural a fines loables y grandes». De Jerónimo de Aguilar, de quien ya hemos comentado que se ocupaba de la traducción del maya al español, dice Cadalso: «Sigue su viaje [Hernán Cortés], recoge un español cautivo entre los salvajes, y en la ayuda que este le dio por su inteligencia de aquellos idiomas, halla la primera señal de sus futuros sucesos, conducidos este y los restantes por aquella inexplicable encadenación de cosas, que los cristianos llamamos providencia, los materialistas casualidad y los poetas suerte o hado».
Amante de Hernán Cortés, madre de su primogénito ilegítimo, casada después con otro hombre por orden de este, intérprete y tía dura (tuvo un papel relevante en la conquista de México, y a menudo se la recuerda por su valor en la batalla), todo ello en menos de treinta años, la Malinche personifica un ideal de intérprete-guerrera, y viene a confirmar que se puede ser decisivo en la conquista sin ser capitán o soldado.