El día 15 de cada mes nos asomaremos al deporte desde un punto de vista relajado, tal y como se disfruta desde el sillón. Pretendemos analizar de un modo distinto al habitual cuestiones de actualidad, momentos míticos o incluso recuerdos personales. Para ello, Luis A. Blanco se aprovechará de su conocimiento enciclopédico sobre el pasado y el presente del deporte para salpicar sus historias con anécdotas, trivialidades o datos poco conocidos para el gran público.
Uno recuerda que, cuando aún era un crío, los años postolímpicos apenas pasaba nada, en lo que a los grandes deportes —atletismo y natación— se refiere. No había grandes campeonatos a nivel global, y sólo estaban las competiciones por invitación. Lo que ocurría entonces era que los grandes protagonistas de los Juegos precedentes se tomaban el año con más calma, iniciando la preparación del siguiente ciclo olímpico de manera sosegada. Todo ello cuando no se retiraban, buscando una actividad profesional retribuida (eran los tiempos del amateurismo), dentro o fuera del deporte. Y era en los años postolímpicos cuando surgían nuevas jóvenes figuras, con la esperanza de triunfar en los Juegos Olímpicos tres años después.
Las cosas empezaron a cambiar cuando las federaciones internacionales de atletismo y natación crearon los campeonatos del mundo. Los de natación se celebraban en la mitad del ciclo olímpico, pero aprovechando un paso por Australia se redujo su frecuencia y desde 2001 se disputan los años impares. Los de atletismo se celebraban el año antes de los Juegos, pero la IAAF decidió que desde 1993 se disputaran también cada dos años, en los impares. Así que ahora los años sin competiciones globales son los pares no olímpicos.
Esto ha provocado que los deportistas estén prácticamente todos los años en su máximo de forma, buscando la gloria y los dólares que conlleva proclamarse campeón del mundo. Por supuesto hay diversidad de casos, y trataremos de estudiar unos cuantos ejemplos analizando lo ocurrido este verano, centrándonos en los mundiales de natación de Roma y los de atletismo de Berlín.
En Roma las grandes estrellas no han sido los nadadores, sino los bañadores. La verdad es que no era difícil de predecir que, desde que en 1994 empezaran a introducirse prendas que hacían algo más que proteger el decoro de los deportistas, llegaría un momento en el que los bañadores serían un elemento fundamental a la hora de ganar unas centésimas al crono; imposible olvidar el bañador de cintura a tobillos de Ian Thorpe o de Michael Phelps, por poner dos ejemplos claros. El problema es cuando la constante innovación tecnológica permite ganar segundos: llega el momento de escandalizarse y de decir basta, no vayamos a ir demasiado lejos. Sí, Paul Biedermann ha bajado sus tiempos varios segundos, pero…¿era Thorpe tres segundos mejor que Kieren Perkins en 400, a igualdad de condiciones? ¿Aventajaría Phelps al Tamas Darnyi de 1991 en cinco segundos en 200 estilos, o en nueve en 400, si nadaran con la misma prenda y en la misma piscina? Las distancias serían más pequeñas, igual que habría que haber visto a Usain Bolt correr en una pista de ceniza contra Bob Hayes.
Mi opinión es que simplemente nos hemos asustado porque este año los progresos han sido más rápidos de lo habitual. El remedio, prohibir las combinaciones en los bañadores, puede ser muy peligroso, ya que mantendrá muchos récords en las tablas por más de una década, e incluso podemos saberlos de memoria como todos los femeninos de atletismo en pruebas olímpicas “de toda la vida”, y los lanzamientos masculinos: sólo las sospechosas chinas de Ma Junren han batido cualquiera de esos más sospechosos récords en 21 años. De la lucha contra el dopaje físico se ha pasado a la lucha contra el dopaje tecnológico. Pero la tecnología es lícita; si no, se seguirían usando pértigas de bambú. También es cierto que es muy triste que gente como Thorpe, Inge de Bruijn o Leisel Jones hayan desaparecido de los libros de récords.
Pero bueno, se supone que en unos campeonatos todos compiten en las mismas condiciones (al menos los que pueden permitirse los extras), y el ganador es el mejor del momento, así que comparemos el Foro Itálico de Roma con el Cubo de Agua de Pekín.
Michael Phelps volvió a ser el hombre de los campeonatos. A pesar de su anómala temporada, puesta en evidencia porque en crawl hizo peores registros que en Beijing tanto en 200 metros como en los relevos de 100 y 200 (quizá por un fallido intento de cambio de técnica), en mariposa ha demostrado que sigue siendo insaciable: tras pulverizar su marca en 200 (recordemos que en Pekín tuvo un problema con las gafas), respondió al desafío que le presentó Milorad Cavic en los 100 a lo grande, aguantando en la primera piscina y destrozando al serbio y al reloj en la segunda. Su derrota ante Biedermann no cabe achacarla sólo al bañador, a mi juicio.
César Cielo y Paul Biedermann se repartieron la velocidad y el medio fondo, demostrando gran superioridad sobre el resto; el brasileño confirmando lo apuntado en Pekín y el alemán rompiendo el cascarón del que empezaba a despuntar desde hace dos años. Mientras, en el fondo, Oussama Mellouli volvió a ser el mejor en los 1500 metros; este nadador cumplió una sanción por dóping.
Todo un campeón olímpico como Aaron Peirsol se quedó fuera de la final de 100 espalda porque en la semifinal no nadó con bañador completo, pero se resarció en los 200 doblegando a Ryan Lochte, que últimamente le andaba mojando la oreja. Lochte aprovechó la ausencia de Phelps para ganar las pruebas de estilos sin mucha oposición.
En la braza, la ausencia de los grandes dominadores Kitajima y Hansen fue aprovechada por el australiano Rickard y el húngaro Gyurta para hacerse con las victorias; siempre es reconfortante encontrar a un húngaro en braza, no en vano en tiempos fue considerada la mejor escuela de este estilo.
En relevos, los equipos estadounidenses repitieron los tres oros de Pekín, de nuevo sufriendo en el 4×100 libre, donde el entrenador francés decidió no alinear a Amaury Levaux, probablemente por el fallecimiento de su padre. Francia, que a los ojos de todos era la gran favorita, quedó tercera tras los rusos, aunque Levaux se subiría cinco días después al podio en 50 libres.
En categoría femenina hemos cambiado de reina: Stephanie Rice no pudo defender ninguna de sus tres medallas de oro, sumando sólo una plata y un bronce en estilos, y un cero en 4×200. Incluso en 200 libres no pasó de las semifinales, y en ninguna prueba mejoró sus marcas del verano anterior. Rice fue un ejemplo de lo que fue la delegación australiana en Roma; no sé si no tenían el mejor material, o es que directamente consideran la temporada de recuperación tras los Juegos, pero el caso es que Jessicah Schipper y el ya mencionado Rickard fueron los únicos que estuvieron a su verdadero nivel.
El papel de Rice lo representó la local Federica Pellegrini, que ganó los 200 y 400 libres con una sensación de superioridad aplastante. Superioridad que mantiene fuera de la piscina, quejándose de sus compañeras de relevos y mirando por encima del hombro a sus rivales. Además, no se presentó a dos pruebas en las que estaba inscrita, 100 y 800 metros. Recordemos que en Pekín batió el récord de 400 en la semifinal, para luego no conseguir medalla en esa prueba. En Roma, esto pasó alguna que otra vez, sobre todo en categoría femenina.
Para ser un año postolímpico, pocas apariciones ha habido en la natación mundial. Quizá el caso más sonado sea el de la jovencísima estadounidense Ariana Kukors, ganadora por aplastamiento de los 200 estilos. Kukors se quedó fuera de ir a Pekín por ocho centésimas, pero ahora parece invencible en su prueba. De momento no parece doblar en los 400. Fue, junto a la bracista Rebecca Soni, lo único destacable del equipo femenino de su país, ausente Katie Hoff (de cuerpo y mente, y no sólo de mente como en Pekín), y ya madurita una Dara Torres que bien cumplidos los 40 sigue peleando con las jovencitas en las pruebas de ultravelocidad. Otro ejemplo de precocidad es la otra ganadora en estilos, la húngara Katinka Hosszú, que fue capaz de meter dos segundos a gente como Coventry (imbatible, como siempre, en 200 espalda) o Rice.
Britta Steffen aprovechó el bajo momento de forma de las holandesas y de Libby Lenton para ganar las pruebas de velocidad, mientras que en fondo la otra estrella local, Alessia Filippi, fracasó en el 800, al no poder alcanzar a la valiente danesa Friis, aunque pudo resarcirse en el 1500 (prueba no olímpica en mujeres).
Han sido unos mundiales extraños en categoría femenina, pues sólo Steffen y Pellegrini lograron dos oros individuales. La ausencia de estrellas como Natalie Coughlin o Leisel Jones ha propiciado la aparición de ganadoras inesperadas como Gemma Spofforth (100 espalda), Nadja Higl (200 braza), o Sarah Sjöstrom (100 mariposa), además de las ya mencionadas Kukors y Hosszú. Esperemos que estas nadadoras puedan sobrevivir a todo el ciclo olímpico y ser estrellas en Londres 2012.
Las chinas aparecieron de la nada para ganar dos oros apretados en relevos, mientas que el duelo entre holandesas y alemanas en el 4×100 libre se decidió por muy poquito en favor de las primeras.
Un breve comentario sobre la actuación española: con tres medallas de bronce, dos en pruebas olímpicas (incluyendo la primera de un nadador nacido en España), y varios finalistas más, parece que vamos mejorando con respecto a competiciones anteriores. Wildeboer y Muñoz están en la élite, Villaécija se mantiene como finalista ya por muchos años, Marcos Rivera parece apuntar por el mismo camino, y van llegando jóvenes con buenas perspectivas. La cruz es Mireia Belmonte: sus marcas y sus excusas son inadmisibles, aún más si comparamos con su actuación en los Juegos del Mediterráneo. Va viendo cómo le mojan la oreja nadadores aún más jóvenes que ella. Tendrá que centrarse porque su potencial es grandísimo.
Para terminar, una reflexión: ¿cambiarán mucho los ganadores cuando se prohíba, a partir del próximo 1 de enero, el uso de bañadores con poliuretano?
El próximo mes analizaremos la temporada atlética y, fundamentalmente, los mundiales de Berlín.