Jose Antonio del Valle escribe la bitácora Vidas Ajenas y ha colaborado en www.Stardustcf.com y www.Bibliopolis.org. Los anales perdidos se publica el día 22 de cada mes y trata de ser una mirada a personajes e historias medio olvidadas por el tiempo.
El 1 de septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia iniciando la Segunda Guerra Mundial. Diecisiete días después, mientras los polacos se batían en la mitad occidental del país, las tropas de Stalin cruzaron también la frontera oriental para apoderarse de la parte de Polonia que les había correspondido en su tratado con los nazis.
Al terminar la resistencia de los polacos, entre 250.000 y 450.000 de sus soldados quedaron prisioneros de los soviéticos. La mayoría fueron liberados rápidamente, pero unos 40.000 permanecieron en poder de los rusos. De ellos unos 25.000 eran soldados y el resto oficiales y gendarmes. Con ello los soviéticos consiguieron hacerse con gran parte de la élite polaca. La mayoría de los oficiales eran de reemplazo, profesionales y universitarios reclutados para la guerra contra Alemania que, en un futuro, podían haberse convertido en los principales enemigos del régimen estalinista.
A partir de octubre de 1939 los prisioneros fueron internados en varios campos donde fueron interrogados en busca de posibles simpatizantes. Tras los interrogatorios los soviéticos separaron a 400 prisioneros, los más afines, y los enviaron a otros campos. Al final serían los únicos en sobrevivir.
El 5 de marzo de 1940 Stalin firmó una orden para ejecutar a 27.000 polacos, entre militares y civiles acusados de contrarrevolucionarios. Las ejecuciones se llevaron a cabo a partir del 3 de abril. Los prisioneros ocupaban por entonces los campos de Kozielsk, Starobielsk y Ostashkov, aparte de otros más pequeños en Ucrania y Bielorrusia. Los prisoneros de Ostashkov y Starobielsk (unos 10.500) fueron ejecutados de un tiro en la nuca en celdas del NKVD, a la manera “tradicional” de los asesinos de la policía política rusa que relata magistralmente Koestler en su obra El cero y el infinito , y luego enterrados en Miednoje y Piatykhatky respectivamente. Los de Kozielsk, unos 5.000, fueron llevados al bosque de Katyn, cerca de Smolensko, donde se los asesinó y enterró.
En abril de 1943 el gobierno polaco pidió explicaciones al ruso, y los soviéticos rompieron las relaciones diplomáticas como respuesta. El primer ministro polaco Sikorski se reunió con Churchill, quien reconoció al parecer en privado que lo más probable es que hubiesen sido los rusos pero, en aras de la victoria, recomendó echar tierra al asunto. El presidente norteamericano estuvo de acuerdo, y desautorizó la publicación de los informes de varios agentes que confirmaban la autoría soviética de los hechos. La muerte de Sikorski en accidente de aviación dos meses después fue providencial para el ocultamiento, por ello muchos autores sospechan que hubo sabotaje en el siniestro.
En septiembre de 1943 los soviéticos reconquistaron la zona de Katyn. Y en enero de 1944 enviaron su propia comisión de investigación sin intervenciones externas que declaró que habían sido los nazis.
Entre 1945 y 1946 los soviéticos juzgaron a varios oficiales alemanes acusados de ser responsables de la matanza, ejecutaron a varios de ellos y condenaron a los demás a trabajos forzados. Durante los juicios de Nuremberg, los soviéticos trataron de que algunos de los encausados fuesen hallados responsables pero, al no encontrarse pruebas contra ellos en ese caso particular, no lograron su objetivo.
En este estado de cosas, la actitud de Andrzej Wajda en la presentación de su película, que relata los hechos a la vez que cuenta las historias de las viudas que durante años vivieron en la ignorancia de lo que les había pasado a sus maridos, resulta encomiable.
Wajda ha pedido que su particular exorcismo de los fantasmas de su infancia no se convierta en parte de ninguna campaña política. Aunque el deseo de “contar una historia para acabar con ella”, que le resultará tan familiar a cualquiera que haya sentido la necesidad de escribir, no parece que vaya a ser escuchado por los políticos. Sin ir más lejos, a finales del mes pasado, y poco después del estreno de la película, el presidente polaco Kaczynski pisaba por primera vez Rusia no para visitar Moscú ni para ver a su homólogo Putin, sino exclusivamente para visitar Katyn en el sexagésimo octavo aniversario de la matanza, en un acto que ha sido rápidamente rechazado por gran parte de la sociedad polaca, Wajda incluido, por electoralista.
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ALGUNAS FUENTES