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Los anales perdidos por Jose Antonio del Valle

Jose Antonio del Valle escribe la bitácora Vidas Ajenas y ha colaborado en www.Stardustcf.com y www.Bibliopolis.org. Los anales perdidos se publica el día 22 de cada mes y trata de ser una mirada a personajes e historias medio olvidadas por el tiempo.

Muerte enlatada

John Ross
Terminadas las guerras napoleónicas, el Gobierno británico se vio en el brete de buscar una labor digna de su mastodóntica armada. En 1817 Sir John Barrow, secretario del Almirantazgo, decidió centrar el potencial de la flota en dos objetivos: la conquista del Polo Norte y la búsqueda de un paso al Noroeste del continente americano entre el Atlántico y el Pacífico. Durante los siguientes años se sucedieron las expediciones que, aunque fracasaron finalmente en ambos objetivos, consiguieron aumentar enormemente el conocimiento que en aquella época se tenía sobre la región ártica.

La primera expedición en busca del paso del Noroeste partió en Marzo 1818, formada por los buques Isabella y Alexander, al mando de John Ross, marino veterano de las guerras napoleónicas. Navegando por primera vez la bahía de Baffin desde 1616, Ross encontró dos canales en dirección al Oeste a los que bautizó como Jones Sound y Lancaster Sound, sin embargo, empeñado en que había visto a lo lejos montañas que demostraban que ambos no eran canales sino pequeñas bahías, y que no había paso al Noroeste por aquella zona, regresó a Inglaterra en noviembre. Una vez en su país, los miembros de su expedición se quejaron de la falta de espíritu de su jefe, y de su más que seguro error al no haber seguido progresando hacia el Oeste, de manera que Ross fue apartado por el Almirantazgo de la misión.

En 1819 se envió al lugarteniente de Ross, William E. Parry al mando de los buques Hecla y Griper. Parry penetró en Lancaster Sound hasta que quedó atrapado por los hielos y se decidió a invernar en una isla que bautizó como isla de Melville en honor del Primer Lord del Almirantazgo. Durante los siguientes meses, a temperaturas que alcanzaron los 48º bajo cero, Parry pensó que lo mejor era mantener a sus hombres ocupados con continuas partidas de caza para obtener carne fresca y actividades como representaciones teatrales e incluso la redacción de un diario, el North Georgia Gazette and Winter Chronicle, que mantuvieron la moral todo lo alta que se podía esperar en aquellas circunstancias. Sobre todo la obtención de carne fresca al final resultó una magnífica idea. Junto al consumo obligatorio de zumo de lima, fueron complementos ideales en la dieta basada en vegetales, sopas y carne enlatada que evitaron la generalización del escorbuto, el mal más temido por los marinos de la época. Con todo ello, aunque las condiciones fueron muy duras, la de Parry fue la primera expedición que invernó en el Ártico y volvió a Gran Bretaña en buen estado. Inmediatamente los técnicos del Almirantazgo atribuyeron el triunfo y, sobre todo, la prácticamente nula aparición del escorbuto al zumo de lima y las conservas enlatadas, que por aquel entonces se creía que mantenían todas sus propiedades antiescorbúticas, en vez de a la pericia de Parry y sus hombres en obtener carne fresca lo que, como veremos, posteriormente sería el origen de varias tragedias.

Después de su éxito inicial, Parry comandó otras dos expediciones en 1821 y 1824 que no supusieron nuevos descubrimientos y en la segunda de las cuales tuvo que abandonar uno de sus barcos, el Fury.

William Edward Parry
Mientras tanto, John Ross se había convertido en un defensor del uso del vapor en los barcos y unos años después consiguió financiación de un amigo fabricante de ginebra, Félix Booth, que puso a su disposición un pequeño navío propulsado de esa forma, el Victory, con el que partió en 1829 en un intento de recuperar su reputación perdida. Ross penetró en Lancaster Sound y se dirigió al Sur por uno de los canales que había descubierto Parry en sus anteriores viajes. Sin embargo no encontró un canal que en dirección a occidente separa la isla de Somerset de lo que llamó península de Boothia en honor a su patrocinador. Allí, en la costa de Boothia, le sorprendió el invierno ártico, quedando atrapado entre los hielos. Durante los siguientes tres años, la expedición tuvo que sobrevivir sin que fuesen capaces de liberar la nave de la banquisa polar. En ese periodo se mandaron expediciones exploratorias, algunas de las cuales obtuvieron gran éxito como la que al mando de James C. Ross, sobrino del comandante, descubrió la isla del rey Guillermo al oeste y logró llegar al Polo Norte magnético. No obstante, al tercer año tuvieron que abandonar el buque y dirigirse a pie con botes y trineos hacia el Norte, hacia la isla de Somerset, donde encontraron los restos del Fury de Parry con víveres y construyeron un refugio en el que pasarían su cuarto invierno ártico. Finalmente, en agosto de 1833 navegaron en los botes por Lancaster Sound hacia el Este, hasta que fueron rescatados por un buque, enterándose entonces de que hacía ya dos años que les daban por muertos.
Esta vez Ross fue recibido como un héroe. Había pasado cuatro años en el Ártico perdiendo solo tres hombres. Su secreto fue, al igual que en el caso de Parry, la continua caza de carne fresca y además la amistad con varios grupos de inuit de los que copiaron el modo de vida. De hecho la enfermedad no hizo presencia pese a las condiciones hasta el cuarto invierno, cuando se vieron reducidos a los víveres enlatados que habían quedado en el Fury.

Toda esta experiencia a favor de los alimentos frescos no sirvió de nada. El Almirantazgo siguió prefiriendo los alimentos enlatados, y en 1836 comenzó la que sería una terrible racha de tragedias. Ese año, al mando de George Back, el buque Terror, aprovisionado a base de carne, sopas y vegetales enlatados se vio atrapado entre los hielos al Norte de la bahía de Hudson. En medio del invierno ártico, la tripulación de Back fue presa de un mal desconocido que al principio tomaron por escorbuto y que producía debilidad generalizada, decaimiento, dolores articulares y cólicos y, finalmente, un estado de estupor que en algunos casos llevaba a la muerte. Los cirujanos de la expedición decidieron que el mal era escorbuto, y que la mejor forma de curarlo era aumentar las raciones de alimentos enlatados. El extraño mal continuó hasta cuando la embarcación fue liberada por los hielos e incluso algunos marinos murieron después de llegar a duras penas a Gran Bretaña en 1837.

Finalmente, en 1844, el Almirantazgo se decidió a dar el asalto definitivo al paso del Noroeste. Para ello se prepararon dos buques, el Erebus y el Terror, y se equiparon con los mayores avances técnicos de la época, incluidos motores de vapor, sistemas de calefacción y… montañas de carne y vegetales enlatados. Al mando de Sir John Franklin, un veterano de Trafalgar de 59 años con mucha experiencia en el Ártico, los dos barcos entraron en Lancaster Sound en agosto de 1845 y nadie los volvió a ver.

La ruta de Franklin
La ruta de Franklin – Ampliar
Durante los primeros años no hubo preocupación, después de todo Ross con su barquito y unos pocos hombres había sobrevivido cuatro inviernos en las más duras condiciones. Pero Franklin no era Ross. En 1847 el Gobierno británico ofreció 20.000 libras al que le diera alguna noticia de la expedición.
En 1848 el Almirantazgo envió varias expediciones en busca de Franklin. Una de ellas, al mando de James C. Ross con los buques Enterprise e Investigator se convirtió en el escenario del segundo brote de la extraña enfermedad. Pese a lo vivido junto a su tío, James Ross confiaba en la comida enlatada y durante el invierno de 1849 la misma enfermedad que había atacado a la gente de Back se cebó con las tripulaciones de Ross atrapadas en el hielo en la costa de la isla de Somerset. Luego se sabría que, de haber estado en buena forma, la de James Ross habría sido la única de las más de 30 expediciones de rescate que pudo conseguir su objetivo. A escasos 100 Km algunos de los hombres de Franklin aún seguían vivos en aquel invierno. Como Back, Ross regresó a duras penas a Gran Bretaña, y su experiencia tampoco sirvió para conocer el origen de esa extraña enfermedad debilitante del Ártico que se generalizaría en los siguientes años. El destino de los 129 hombres de Franklin fue saliendo a la luz poco a poco en los años siguientes. Con las expediciones de John Rae y McClintock (1854 y 1857) se supo que habían abandonado los barcos atrapados en el hielo en 1847 tras la muerte de Franklin, y que se habían dirigido al sur con botes y trineos, siendo diezmados por el hambre, el escorbuto y la extraña enfermedad. Algunos sobrevivieron con los inuit hasta 1851, cuando emprendieron un viaje hacia el sur y nunca se supo más de ellos.

En definitiva se puede decir que la gran tarea emprendida por Gran Bretaña acabó en fracaso puesto que los objetivos no se lograro, si bien en cuanto a exporación y cartografiado de las costas del Norte de América supuso un gran avance. En 1905 el noruego Roald Amunsend consiguió al fin llegar del Atlántico al Pacífico por el paso del Noroeste en el velero Gjoa, aunque también demostró que la ruta no era comercialmente rentable.

Finalmente, entre 1981 y 1986, un equipo de la Universidad canadiense de Alberta dirigido por el doctor Owen Beattie, analizó varios esqueletos que se suponía que pertenecían al grupo de Franklin, así como tres cadáveres de miembros de esta expedición que habían permanecido enterrados en la isla de Beechley, donde el Erebus y el Terror pasaron su primer invierno ártico. Los análisis sacaron a la luz niveles inusualmente altos de plomo en los tejidos que, según el doctor Beattie, podían ser la causa de la extraña enfermedad debilitante del Ártico y que, junto al escorbuto y el hambre, acabaron con los hombres de Franklin. Beattie dedujo también que los extremadamente altos niveles de plomo provenían de las soldaduras de las latas en las que se envasaban los alimentos, muchas de las cuales aún están tiradas por la zona en grandes montones por los que el tiempo no pasa al parecer.
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ALGUNAS FUENTES

Jose Antonio del Valle | 11 de agosto de 2007

Comentarios

  1. Marcos
    2007-08-13 01:24

    Me apasionan las historias de expediciones en el ártico, supongo que porque me parecen aventuras siempre cercanas al límite de los soportable. Gran artículo.

    Saludos

  2. Jose
    2007-08-13 01:40

    Pues precisamente, mirando libros en Amazon sobre el tema, resulta que Dan simmons ha sacado una novela de terror sobre la expedición de Franklin. La verdad que es un escenario muy buen o para eso, y el autor es cojonudo, a ver si la sacan pronto en español. De momento: The Terror: A Novel

  3. Marcos
    2007-08-13 15:37

    En este caso me interesa menos la ficción que la crónica; me entusiasma la hostoria de la expedición Shackleton, ya a principios del sXX.

    Saludos

  4. Amio Cajander
    2007-09-05 16:19

    Hola,

    es la primera vez que ando por aquí y visto lo visto, volveré con cierta frecuencia a partir de ahora (eso si no incluiré latas en las provisiones)

  5. josue
    2007-11-21 19:39

    cuanto cuerpos fueron encontrados a parte del marinero John Torrington y John Hartnell como unas momias congeladas

  6. Jose
    2007-11-22 23:05

    Cuerpos completos esos dos, pero desde la época de Rae y McClintock se han venido encontrando huesos diseminados por la zona.

  7. Juan Miguel Muñoz
    2010-04-13 15:50

    Acerca del caso Franklin y la búsqueda del Paso del Noroeste sólo hay una monografía disponible en castellano; la publica una pequeña editorial de Barcelona: De La Pulcra Ceniza


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