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Los anales perdidos por Jose Antonio del Valle

Jose Antonio del Valle escribe la bitácora Vidas Ajenas y ha colaborado en www.Stardustcf.com y www.Bibliopolis.org. Los anales perdidos se publica el día 22 de cada mes y trata de ser una mirada a personajes e historias medio olvidadas por el tiempo.

Kielce

El mes pasado escribía sobre la radicalización en algunos grupos cristianos, incluida la Iglesia Católica, de la que estamos siendo testigos últimamente, y no me imaginaba que el tema se fuera a resistir a “soltarme” de la manera en que lo está haciendo, la verdad. Desde hace unos meses muchos venimos viendo con cierta incredulidad la actualidad de Polonia, un país que acaba de entrar a la Unión Europea y que en poco tiempo ha hecho saltar todas las alarmas respecto al respeto de los derechos humanos con una serie de proyectos de su gobierno ultraconservador que van desde la retirada de las pensiones a los combatientes de la Segunda Guerra Mundial, hasta la prohibición de que los homosexuales puedan ejercer la docencia, pasando por una caza de brujas de excomunistas.

El pasado 17 de marzo, a raíz de una columna en el País de la siempre polémica Pilar Rahola que amenazó con producir un incidente diplomático, como si hablásemos de alguno de los mosqueos periódicos del rey de Marruecos contra la prensa europea y no de un país democrático miembro de la Unión, empecé a leer sobre el pogrom de Kielce que, al parecer, aún es un tema tabú entre ciertos círculos polacos y que, si lo citas en una columna como ejemplo de que no todo el campo es orégano ni todo polaco fue un defensor de los judíos durante el Holocausto (ni mucho menos), puede hacer que la prensa de allí te mente a Isabel la Católica, la Santa Inquisición y hasta la Santa Compaña si se ponen. Y qué es lo que pasó en Kielce, me preguntaba, para que se pongan así.

Kielce es una ciudad del sudeste de Polonia que antes de la guerra contaba con 15.000 judíos entre sus 60.000 vecinos. En 1946 la población judía, tras pasar por el Holocausto, se había visto reducida a 200, la mayoría supervivientes de los campos de la muerte nazis que habían vuelto a su casa o que esperaban allí hasta conseguir emigrar a Palestina. Cuenta Bozena Szaynok que el 1 de julio de aquel año un niño de nueve años llamado Henryk Blaszcyk se escapó de su casa y se fue a otra localidad distante 25 km de Kielce donde tenía familiares y amigos por haber residido allí casi toda la guerra. Su padre, Walenty Blaszcyk denunció su desaparición ante la policía de Kielce esa misma noche. Dos días después Henryk volvía a casa y, suponemos que preocupado por las posibles consecuencias de su escapada, contaba a su padre que había sido secuestrado por un desconocido que le había tenido dos días encerrado en su casa hasta que logró escapar. Cuando uno de sus vecinos le preguntó si el secuestrador había sido un gitano o un judío, el niño respodió que lo segundo, y cuando a la mañana siguiente se dirigía con su padre a la comisaría para informar de su aparición, pareció reconocer a su secuestrador en uno de los judíos que vivían en una casa comunal de la calle Planty. Inmediatamente se mandaron tres patrullas de la policía, formadas por diez hombres cada una nada menos, para detener al presunto secuestrador y buscar en la casa el lugar donde habían tenido secuestrado al joven Henryk. Tanto movimiento en torno a la calle Planty hizo que muchos vecinos salieran a la calle y preguntaran a los policías que, para acabar de arreglarlo, contaron que varios niños polacos habían sido secuestrados por judíos. A las diez de la mañana llegó un destacamento del ejército polaco de unos 100 hombres que se unió a las patrullas policiales y miembros de la policía política. Los soldados, que no sabían mucho más del tema que los mismos vecinos, siguieron informando a éstos de que varios niños habían sido secuestrados en aquella casa, con lo que la situación empezó a ponerse tensa. Poco después los soldados entraron en la casa y se produjo un intercambio de disparos entre éstos y los judíos del interior en el que hubo algunos muertos y heridos. Al poco tiempo, los judíos empezaron a salir de la casa obligados por los soldados que los alinearon en la calle, donde empezaron a ser víctimas de la ira de sus vecinos, a los que se unieron unos 600 trabajadores de una fundición cercana, sin que las fuerzas del orden hicieran nada por impedirlo. Más bien al contrario, los mismos policías y soldados ayudaron en el linchamiento y posterior saqueo de la casa que luego se extendió por toda la ciudad, llegando incluso a asesinar a judíos que viajaban en un tren que había parado en la estación. El linchamiento no acabó hasta las 6 de la tarde, cuando tropas llegadas desde Varsovia lograron hacerse con la situación. En total fueron asesinados 42 judíos, y otros 82 resultaron heridos.

En los subsiguientes procesos por los hechos, se produjeron 9 condenas de muerte y otros tres fueron condenados a penas de cárcel desde 7 años hasta cadena perpetua, pese a que los juicios fueron una farsa al parecer, llevados a cabo por una corte marcial que llegó a acusar a vecinos elegidos al azar que ni siquiera estaban allí aquel día y que absolvió la los responsables de las fuerzas del orden de la ciudad.
Durante años se especuló sobre si el pogrom había sido organizado por agentes provocadores comunistas que buscaban desviar la atención de un referéndum fraudulento que ayudó a imponer el comunismo en Polonia, o si habían sido los mismos soviéticos los que lo habían organizado para dejar en mal lugar a los polacos ante occidente. En los últimos años, varias investigaciones han llegado a la conclusión de que se trató de un estallido espontáneo entre los vecinos, ya que no hay pruebas de que hubiera “juego sucio”. Y probablemente sea la conclusión más creíble si nos situamos en el contexto de la Polonia de posguerra. Según Daniel Goldhagen en los años posteriores a la guerra, unos 1500 judíos fueron asesinados en Polonia, en pogroms a menor escala que el de Kielce o, la mayoría de las veces, cuando intentaban recuperar sus posesiones perdidas durante la guerra de manos de sus vecinos polacos.

Dice Pilar Rahola, y es cierto, que no son pocos los polacos que durante la guerra actuaron de manera heroica frente a los nazis, pero no es menos cierto que en algunos lugares fueron los mismos polacos, imbuidos de un antisemitismo secularmente instigado por la Iglesia Católica, los que asesinaron incluso durante la guerra a sus vecinos judíos, como en el caso de los 1600 muertos de Jedwabne, atribuidos a los nazis hasta hace poco. No fueron los únicos. Allá donde fueron, los nazis encontraron siempre colaboradores que hicieron su labor más fácil: en Ucrania, en los países bálticos, en Rusia, pero también en países occidentales como Francia o Italia. Eso, como dice Daniel Goldhagen, no significa que todos los polacos, o todos los ucranianos, o todos los italianos sean culpables de un crimen colectivamente, sino que hubo algunos que por diversas razones decidieron ser unos asesinos. Evidentemente no es algo de lo que uno pueda estar orgulloso a poco nacionalista que se sienta, como nosotros no podemos estar orgullosos de la Inquisición o de la expulsión de los judíos, pero tratar de ocultarlo solo sirve para perpetuar ciertas actitudes, y evitar que las generaciones futuras aprendan de los errores de nuestros mayores.

En Polonia hoy no hay prácticamente judíos, lo que no impide que el antisemitismo flote en el ambiente vehiculado por las emisiones de Radio María, la radio ultraderechista que ha ayudado a llegar al poder a los gemelos Kaczynski y que difunde un mensaje de odio contra judíos, rojos y homosexuales que ha escandalizado al mismo Vaticano, y que hace que nuestra COPE sea una emisora moderada tirando a blandita.
Es terrible que en un país de la Unión Europea no se vea bien hablar de Kielce, sobre todo si tenemos en cuenta que a Turquía la mantenemos en cuarentena por cosas similares respecto a la matanza de kurdos y armenios o por temor a un brote de radicalismo religioso como el que vive Polonia solo que islámico (lo que, al parecer, marca una diferencia insalvable). Aunque quizás lo más terrible es que en un país con estos antecedentes de brotes de “violencia espontánea” causados por ideas marcadas a fuego en la mentalidad nacional por la religión se pueda estar repitiendo el mismo proceso esta vez contra los homosexuales. Y lo imperdonable sería no denunciarlo desde aquí.
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ALGUNAS FUENTES

  • Goldhagen, Daniel Jonah. Los verdugos voluntarios de Hitler. Ed. Taurus. Madrid, 1997.
  • Goldhagen, Daniel Jonah. La Iglesia Católica y el Holocausto. Ed. Taurus. Madrid, 2002.
  • V.V.A.A. Crónica del Holocausto. Ed. Libsa. Madrid, 2002.
Jose Antonio del Valle | 11 de abril de 2007

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