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La bota de Panenka por David Álvarez

Mirando el fútbol, uno es capaz de aguantar tardes enteras con la vista fija sobre un patatal en el que no sucede nada. Sólo porque puede terminar sucediendo. Incluso en las circunstancias más inverosímiles, en una tanda de penaltis de una final, por ejemplo. David Álvarez (Balazos) sigue buscando a los que vienen después de Panenka. La cita es los martes.

El rugido del Bernabéu

Antes de los pañuelos del final del partido, volaron otros. Era ya el minuto 40 de la segunda parte, el Madrid perdía 0-1 contra el Levante, y los que iban de blanco andaban como mirando si crecía el césped o realmente estaba quieto. Ahí salió la rabia del estafado, explotó el runrún de toda la tarde, y esa vez no pudo disolverlo el volumen del himno en la megafonía. Calderón dice que el público del Bernabéu realmente no está con el equipo, pero en estos días de desguace son precisamente ellos los únicos que parecen recordar qué es el Madrid. Y exigen gestos a la altura del recuerdo. Sufren con la distancia entre lo que han visto y lo que ven.

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En esa primera acometida de las gradas, en mitad del juego, cuando todavía quedaban minutos, Raúl fue el único que pareció golpearse de repente la cabeza y recordar. Los espectadores ni siquiera necesitaron la seña final del árbitro para alarmarse y estallar. Algo está a punto de romperse en aquel estadio, y Raúl jugó cinco minutos enfurecidos, corriendo a por cualquier balón, empujando, sacando un córner, agarrando la pelota para colocarla en su sitio. Es la estampa del derrumbe. Juega a trompicones Raúl, tropezándose, como hacía Julio Salinas, apoyándose en los defensas para sostenerse en pie. Se engancha en sí mismo y cada jugada parece que va a ser la última. Pero es el mejor del equipo. Así que cuando finalmente caiga probablemente desaparezca todo lo demás con una palmada que parecerá una palmada de ceniza.
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En Italia, los próximos partidos se van a jugar en estadios vacíos, como en medio de una especie de pesadilla nuclear. No está claro qué puede sobrevivir menos tiempo: el fútbol sin paisaje o un pez boqueando sobre la cubierta de un barco.
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Después de perder por primera vez en la historia contra el Levante en el Bernabéu, Capello no tenía dedos para disparar peinetas a 70.000 personas, así que se fue a la rueda de prensa y le dio las gracias a los ultras por ser los únicos que apoyan al equipo. Da la impresión de que sueña con esos estadios italianos vacíos, sin una memoria gritona que en el minuto 40 le ponga delante lo que es aquel lugar y los destrozos que le está provocando.
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Por lo demás, está claro que la liga sigue huérfana.

David Álvarez | 06 de febrero de 2007

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