Emerson ha terminado de darle la vuelta a la historia del Real Madrid como si tuviera que escribirse de nuevo. Como si nunca antes quienes llegaban de lejos hubieran mirado al Bernabéu con el pánico de quien se asoma al interior de la boca del miedo. Con la certeza de que de allí lo mejor que podían sacar era una invitación de secundario en las fotografías de otros. Algo se intuía, pero ha sido Emerson quien ha confirmado que el escorpión puede morir infectado por su propio veneno. El domingo habría preferido cien veces ponerse la camiseta del Getafe que la del Madrid.
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El pie de Palop. Perdido ya en el lado derecho, volando hacia la nada: ese pie olvidado en el centro rescata todo un partido, un campeonato entero. Recupera incluso un estadio sumergido en una botella de cocacola volante. Un equipo adormilado despierta de la pesadilla que estaba inventando Ronaldinho con ese lanzamiento que iba a ser el 0-2. Contra el pie de Palop rebota el penalti, pero también se estrella la tarjeta roja que ha dejado amputado el Sevilla, que sigue jugando como si todavía sintiera al jugador sobre el campo. Como si tuviera más, incluso. Sobre ese pie de Palop se levanta un Sevilla inmenso que termina acorralando al Barça contra su portería. Se va el Barça a Anfield todavía con el zumbido del temblor de los palos persiguiéndole, de tantos golpes que recibió mientras deseaba el final.
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En algunos asientos del Bernabéu todavía se sienta gente que vive convencida de que la pócima que les despierte se la darán a beber de la copa orejuda, como tantas veces ha sucedido. Y miran a Múnich como quien otea el horizonte esperando el regreso de la tribu cargada de licores y cabelleras. Como también mira Raúl, consciente de que es lo único que les queda.
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Los vuelos a Europa transforman. Rijkaard pisa Inglaterra y parece convertido en Mourinho cuando dispara sobre Rafa Benítez: “Para mí es estupendo jugar contra un entrenador que ya lo sabe todo; pero alguien que dice saberlo todo es que sabe muy poco”. Como si todavía le quedaran naipes escondidos en las mangas.
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Y mientras el Madrid y el Barça se colocan ante sus propios fantasmas (primero en Europa y el sábado en el Nou Camp), Hugo Viana se frena al borde del área, y engancha la zurda a un balón que atraviesa la diagonal, donde lo encuentra Morientes, que coloca al Valencia un poco más cerca.