Este fin de semana sin fútbol de verdad, sólo con esos dos goles medio de rebote, provoca las sensaciones de diez jornadas sin viento en medio del océano, a pocas millas ya de la única isla con agua fresca. El Madrid, el Barça, el Sevilla, acelerando hacia el final, casi sin fallos, y de repente se corta la función. Y en la pausa, uno sólo imagina que se va a ir todo a la mierda, que el día que vuelva a soplar aire volverá a ser todo como al principio de la liga.
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El viento, su ausencia incluso, dicen, tiene efectos sobre la cabeza que van más allá de lo físico. Lo tuve bien presente al oír a Guti pedir que se quedara Fabio Capello: “Un club grande debe dar continuidad al entrenador”. Como si no le tuviera miedo a los efectos de la calma chicha, como si ya no recordara lo que llevan medio año diciendo. Como si no se dieran cuenta de que los únicos que han cambiado son ellos. Pero dan la impresión de estar convencidos de haber encontrado una pata de conejo que por fin funciona. Sin pensar en el viento.
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Más meteorología. Esto lo dice Claudio Ranieri: “La decisión de la Juventus de ficharme es como un rayo en un cielo sereno: ha realizado una elección bella, difícil, pero eléctrica. No me lo esperaba, pero a la Juventus no se le puede decir no”. Los de la Juve, recién salidos de la alcantarilla de la Serie B, lo que deben de estar pensando es qué sucederá con el rayo el día que alcancen una final, contra quién se estrellará esta vez el tipo que todavía no ha encontrado su pata de conejo. Por si acaso, comienza lanzando precauciones: “Lo más importante es no decir que ganaremos el título liguero el próximo año”.
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La ausencia de viento, en el otro lado: “Todos quieren darse las cabezas contra las paredes”, dice Messi. Han tenido tiempo para hacer cuentas: estuvieron 10 puntos por delante, y ahora… Ahora todavía queda el rato del partido contra Liechtenstein para que vuelva a moverse el aire y se lance de nuevo todo cuesta abajo, por fin con el vértigo de un final como los de Tenerife, pero sin Buyo.