Días de gestos bellos e inútiles. El Espanyol, de escala en Madrid en su viaje hacia la final de Glasgow, vuelve al vestuario en el intermedio con un 1-3. Minutos antes, Pandiani se había deslizado de rodillas por la hierba celebrando su tercer gol: tocó tres veces la pelota, y las tres fue para colocarla en la red de Casillas, que no entendía nada, teniendo en cuenta que se suponía que después de ganar al Sevilla ya sólo estaban a unos centímetros de la liga. Pero el Madrid juega ahora a lo Armstrong: juega a que se descuelga por detrás, para regresar desde el hundimiento y aplastar al pelotón. Como si sólo pudiera ya ganar en plan héroe, sumergido en un estadio delirante. Quizá es cierto, quizá es el único modo que tiene el Madrid de recordar lo que es: fingir el delirio de los grandes días.
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El gol de Messi pasó el jueves, de repente, de instante de puro Maradona a carrera de patio de colegio. Con el Barça desapareciendo bajo un 4-0 del Getafe, queda la única esperanza de que Messi, futbolista inexistente fuera del césped, no haya visto el partido que trituraba su gol de anuncio. Aquel sueño colectivo. Eto’o dice que salió avergonzado del campo el Getafe, pero Messi…
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Las portadas de los diarios traían ayer a Rijkaard abrazando a Puyol, lloroso, apoyado sobre su pecho, mirando hacia arriba, al entrenador, como el niño que no entiende por qué han desaparecido todos sus juguetes. Sobis acababa de meterle la pelota entre las piernas a Valdés, y el Madrid se colocaba primero. A pesar de todo. De Capello, de Calderón, de la magia de Ronaldinho. Quedan cuatro partidos, pero esa mirada de Puyol…
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Se aprietan el Madrid y el Barça, empatados a puntos, y en ese atasco se deja de mirar atrás, donde llegan el Sevilla a dos y el Valencia a cuatro. Bien podrían adelantarles mientras se retan mirándose a los ojos, tan cerca.
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Más hipnótico que capturar con la puntera un balón que viene volando 50 metros es detener el tiempo, como en esos instantes que Silva agarró la pelota después de un rechace dentro del área y se paró, a dos metros de la puerta. Caído el portero, caído el defensa, espacio para el gol. Y esperó. Nadie puede decir cuánto. Suspendido el tiempo, ni siquiera el portero logró descifrar el truco. Siguió tendido mientras Silva respiraba, hasta que decidió empezarlo todo de nuevo, y empujó el balón.
2007-05-15 12:08
Muy buena la descripción de ese momento de pausa de Silva. La cuestión está en saber si este muchacho lo hizo por maestría y aplomo, o si algo se le paró en el cuerpo. Dependiendo de cuál sea la respuesta será o no uno de los grandes.
2007-05-15 20:58
¿Y si llega a grande por “accidentes” como ése, si es que lo fue?