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La bota de Panenka por David Álvarez

Mirando el fútbol, uno es capaz de aguantar tardes enteras con la vista fija sobre un patatal en el que no sucede nada. Sólo porque puede terminar sucediendo. Incluso en las circunstancias más inverosímiles, en una tanda de penaltis de una final, por ejemplo. David Álvarez (Balazos) sigue buscando a los que vienen después de Panenka. La cita es los martes.

Calderón y el avión del Torino

Se sienta uno por la noche en el restaurante del Bernabéu, y antes que la comida mira el césped, iluminado y vacío, como si en lugar de ahí abajo estuviera pegado en un álbum de fotos. Y sobre la alfombra verde, dibuja aquella trayectoria imposible de Marsal una tarde de noviembre de 1957 contra el Athletic de Bilbao. Y oye a Di Stéfano, que le dio el pase y se lo quedó mirando: “Dejó un tendal en el suelo. Un tendal de gente. Como si se cayera la ropa que estaba colgada, igual”. Al paso de culebra de Marsal cayeron sobre ese césped que ahora se mira desde una mesa, dentro del área, Etura, Garay, Orúe, Canito y el portero, Carmelo. Sucedió hace 50 años.

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Sobre la hierba del Bernabéu se imaginan ahora sólo historias antiguas. Parece que hubiera sucedido una tragedia que se hubiera llevado por delante la línea del tiempo. Como cuando el imponente Torino de los 40 murió al completo estrellado contra un muro cuando regresaba a casa desde Lisboa, un día de mayo de 1949. La conexión del siguiente Torino con aquel que se aplastó en la basílica de Superga sólo podía encontrarse en el color de la camiseta y en algún ramalazo de horror. Casi lo mismo sucede con el Madrid: queda el blanco, quedan Casillas y Helguera, y queda Raúl, que no juega. Algunas noches hay que preguntarse si Ramón Calderón no sueña con acabar con ellos y empezar desde el principio, como si no hubiera existido su equipo. Pero entonces, atraviesa el verde Marsal en el interior de la memoria, que es el único campo en el que el Madrid sigue siendo el Madrid.
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De cuando en cuando, mirar a los ojos del precipicio fabrica gigantes instantáneos. Después de que todos los jugadores del Torino se aplastaran dentro de un avión, el equipo juvenil siguió jugando el campeonato. Quedaban cuatro partidos. Los ganaron los cuatro, y se llevaron el scudetto.
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Ante otro precipicio, el domingo, el Nàstic le colocó un 4-0 en 42 minutos al mismo Espanyol que poco antes había flotado con la brillantez del delirio por encima del Barça. Incluso Pinilla, que había marcado su último gol en 1999, le encontró un rincón a Kameni.
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El Sevilla sólo se había asomado a su propio vértigo, el que le provocó de repente, sentir que podía ganar. Pero Kanouté encontró el mismo carril de antes para empezar a enchufarle goles al Levante.
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Al Madrid parece que no le sirven los precipicios y persiguen un avión estrellado. Y lo hacen sin pensar en los efectos de romper la línea del tiempo, sin recordar que cuando llegó el mundial del 50, Italia, obsesionada todavía con los pedazos de fuselaje alrededor de Superga, decidió viajar en barco a Brasil, un campeonato del que sólo se recuerda lo que le hizo Uruguay al orgullo local.

David Álvarez | 30 de enero de 2007

Comentarios

  1. Salvador
    2007-01-30 15:14

    Se puede hacer poesía hablando de fútbol, aquí está la prueba.


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