El desconcierto de alcanzar la mitad del campeonato y encontrar cinco equipos pegados. Se elogia mucho la emoción de nuestro fútbol, como no queriendo ver que se ha vuelto perfectamente invisible. Ha desaparecido el Barça, donde sólo brilla Saviola, un tipo al que desde que empezó el curso no hacen más que reservarle billetes de avión para que se vaya a cualquier parte. Pero ese jugador inexistente es el único filo que atraviesa el Camp Nou estos días, mientras Ronaldinho sólo baila al son de los silbidos. Ha desaparecido el Madrid, que únicamente se fía de Gago, un extraño que nunca había estado allí. No juega un equipo al que temer, ni siquiera al que odiar lo suficiente. El Nástic llegó el domingo a su partido sin el deseo de sangre de reyes con el que hasta ahora se bajaban allí los equipos de su autobús.
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Sin gigantes desaparece el fútbol y entonces quien tiene que decir algo, agarra las palabras a los sólo tres puntos que separan al primero del quinto. Disuelta la ilusión en la desidia, queda el espejismo matemático: “Los números no mienten”, se lee en la web oficial del Real Madrid, que también asegura que la de este año es la mejor temporada del equipo de los últimos años. Se pueden contar hasta siete victorias fuera de casa, y muchos cientos de millones de euros de un contrato de televisión y otro (a punto de anunciarse) para adornar las camisetas. Se puede contar eso, pero resulta imposible relatar un solo momento memorable sucedido sobre la hierba. Y resuena Valdano: “Nadie va a ir a celebrar a la Cibeles una cuenta de resultados”.
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Villa y Reyes arreglan sus partidos en dos instantes en los que los partidos habían desaparecido, detenidos alrededor del balón quieto. El Valencia y el Madrid se mantienen entre esos cinco equipos al frente con una sola patada, en dos arrebatos minúsculos para los que no habría hecho falta que se cambiara de ropa ninguno de sus compañeros.
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A pesar de todo, las semanas se atraviesan con cierta ligereza. Ayuda la fascinación de contemplar un naufragio en el que nadie parece encontrar más bote salvavidas que un puñado de números. El presidente Calderón dispara contra su público, contra sus jugadores, contra su antecesor, mientras intenta soltar lastre. Hasta que se llega a la pieza de mas peso, célebre por sus batallas contra la báscula. Entonces al Madrid le entra el síndrome del maltratador: si no es para mí, para nadie. Y se podría hundir tranquilamente amarrado a Ronaldo. Y resuena Lorenzo Sanz: “El jugador que no quiere estar en el Real Madrid no es jugador para el Real Madrid”.