Volví a encontrarme el otro con un patio de colegio en el que jugaban 20 contra 20, un guirigay imposible de rebotes, empujones, gritos y apelotonamientos. Los 40 niños se movían de un lado a otro del campo como una bandada de golondrinas que no saben dónde ir. Hasta que de repente se despejó una esquina a la derecha y por allí apareció un niño después de un recorte, veloz hacia la portería, flotando en ese vacío recién inventado. Se movió la bandada hacia él, que la burló con un pase hacia la portería, a otro niño que atravesó el barullo y marcó con un solo toque. La magia: un equipo que abraza al chico que burló los embotellamientos, y que se olvida que patea el balón a un par de centenares de metros de un lugar desde el que le llovían misiles el mes pasado.
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En la final que perdió el Barça, había un brasileño que deseaba ganar con más intensidad que Ronaldinho. Iarley había ensayado estrategias diversas para burlar multitudes en unos cuantos campos de tierra en España. Para flotar y desaparecer después de un buen truco. Su último equipo fue el Ceuta, del que salió con el disimulo de un delincuente cojo. Pero una tarde en la Bombonera inventó uno de aquellos vacíos y se montó encima de su propio sueño. Y allí seguía en el instante en que aguantó la tarascada de Puyol en el centro del campo, y cuando siguió adelante hasta pasarle a Adriano para reventarle entre ambos el momento a Ronaldinho, que había dicho que aquella tarde era “la ocasión perfecta para entrar en la historia”. Pero allí no caben todos los que se apretujan a la puerta.
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La perspicacia de Ronaldo al encontrar la escala con la que funcionan las balanzas: “Cuando marco, soy grande; si no, estoy gordo”. Aparecen ya algunos escrutándole la panza a Ronaldinho, agarrando los prismáticos cuando se saca la camiseta para cambiarla con los del Internacional de Porto Alegre.
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Cruyff, que entrenaba al Barça en 1992, cuando el equipo perdió la otra final como ésta que ha jugado, dice en un periódico que lo raro habría sido que hubieran ganado los suyos. El mismo periódico lleva en la portada un título enorme: “Maldita final”. Entre esas letras queda diluida la fuerza de Cruyff que intenta esconder el deseo para endulzar el dolor. Pero sin un deseo límite resulta imposible dar con la escapatoria entre las decenas de piernas de un patio de escuela, que al final es lo que se interpone siempre entre cualquiera y la gloria, ese instante en el que flota y olvida, convencido de recordar siempre.
2007-01-09 12:30
Esa conexión secreta Savicevic-Iarley es la única esperanza de Capello.
Por cierto, llevo 4 meses gordo. Pero gordo, gordo.
2007-01-09 15:43
Pues la Navidad no creo que haya sido la solución ;)