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Retales por Agustín Ijalba

Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.

A vueltas con la democracia y la libertad

La lectura de un extracto del ensayo de Michael Ignatieff –“El mal menor”– que publica en su edición dominical del día 3-7-2005 el diario El País, y que titula con la pregunta “¿Puede EE UU exportar la libertad?”, me hace ver de nuevo el tremendo error en el que caen una y mil veces los norteamericanos –de nacimiento o de adopción– cuando hablan de la libertad y la democracia universales. Su historia, la nuestra, la de todos, no les da derecho a erigirse en intérpretes auténticos, ni mucho menos en garantes universales de unos valores supuestamente almacenados en una urna de cristal inmaculado.

Al contrario, es necesario reconocer la pluralidad de las fuentes, admitir que la historia es poliédrica y que los valores de la libertad y la democracia se han escrito con la sangre real de aquellos que, en un momento y lugar determinados, lanzaron sus corazones en defensa de ideas por las que merecía la pena morir. No se puede exportar la libertad a cañonazos. El error de planteamiento de Ignatieff radica, a mi juicio, en considerar la libertad y la democracia valores genuinos de la gran América del Norte, la de los padres fundadores, la de aquellos que lucharon por la consecución de mayores cotas de libertad individual mientras mantenían –el mismo Ignatieff lo reconoce con Jefferson– la esclavitud como algo natural en sus mansiones.

EE UU no puede invadir un país y justificar la invasión con la siempre bienvenida salva de aplausos a favor de la libertad y la democracia. Cuando Ignatieff precisa que la libertad iraquí también depende de algo igualmente complicado de medir: qué precio, en cuerpos y vidas de soldados, está dispuesto a pagar el pueblo estadounidense, parece olvidar el precio ya pagado por el pueblo iraquí en cuerpos y vidas…de civiles, sobre todo de civiles. No ha calado en la cultura norteamericana todavía la sensación de riesgo real que un conflicto armado provoca entre los habitantes de las ciudades. Si en un principio pareció que el 11-S les marcó profundamente, no por algo era la primera invasión territorial que sufría un país acostumbrado a seguridad de sus fronteras, sus acciones posteriores demuestran lo contrario. Son incapaces de trasladar su propio sufrimiento al sufrimiento de otros pueblos. Siguen vendiendo libertad a cambio de un precio justo: una cifra ajustada de soldados norteamericanos muertos sería admisible. Del resto de vidas perdidas por el camino, mejor no hablar. Lo extraño del intercambio es la cara de atontado que se le queda al comprador de esa bienhallada libertad.

El mantenimiento de un Estado liberal y democrático en el interior de cada frontera requiere de un sistema exterior de Estados en equilibrio, en el que ningún Estado adopte la primacía de la fuerza por encima de la razón. Idea tan básica, a la que no fueron ajenos los padres fundadores, fue rápidamente desbaratada por los hechos: no hay derecho sin una instancia a la que se le reconozca el uso legítimo de la fuerza, luego el derecho internacional es una falacia, pues nadie tiene la legitimidad para usar la fuerza frente al que incumple el derecho. Se impone la razón del más fuerte. Y el más fuerte hoy es EE UU. Lo inmoral de esa fortaleza no es ya su ostentación, sino el traje con la que quieren vestirla: la legitimidad de sus exportaciones ideológicas es una tapadera –vieja ya: no debería causar sorpresas– de la dominación económica. Desnudemos tanta prosodia y vayamos al grano: ¿qué beneficio económico obtendrá EE UU por la exportación de la libertad y la democracia a Irak? He ahí el agujero por el que debería mirar Ignatieff para darse cuenta de cuál es realmente el mal, no desde luego el menor.

Agustín Ijalba | 04 de julio de 2005

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