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Retales por Agustín Ijalba

Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.

Palabras, palabras, palabras

En el monótono traqueteo del telar, tejemos la urdimbre con la trama, y hacemos de la letra un retal. Y retal tras retal, nos esforzamos por coser las palabras a las cosas, pero las cosas a menudo se nos escapan desnudas, hartas de tanto telar. ¿O son las palabras quienes huyen?

¿Pueden acaso cobrar vida las palabras? La íntima conexión que une al lenguaje con el mundo se altera cuando la palabra cobra vida propia. Sí, ¡claro que pueden! Pero sólo allí donde la acción devuelva al mundo lo que la mirada retuvo, podrán los nombres cobrarle —¿robarle?la vida a las cosas. Sólo en la desnudez de la metáfora se mostrará el mundo al límite de su ser. Y en el estruendo de la bomba, la palabra saldrá hecha añicos. ¿Qué nos quedará entonces? Ese mismo silencio en el que la madre mece el sueño de quien mañana será cadáver, espejo de un sueño que se sueña en la vigilia.

Deseamos aquello mismo que nos alimenta el deseo. Pero nada peor que la soledad no elegida para ser comparada con quien, queriéndola, la tuvo. Palabras, palabras, palabras. Con ellas, la poesía se descuelga de las ramas y cae a tierra, atraída por el plasma, donde las palabras se debaten y saltan y bailan y van de mano en mano como de voz en voz aligerando de eslabones la cadena, o tal vez sentadas a la sombra de un árbol milenario que no necesita victorias para sobrevivir en medio del páramo. Cíclicos como las tormentas, somos con ellas hijos de un mismo espasmo. Cuando los ojos decidieron cerrarse ajenos por completo al mundo, justo en ese momento el cielo se encogió de hombros, y llegaron esposados los primeros augurios. Al abrirlos, comprobamos que hay un perfil esquivo en el que las cosas se detienen con una sedentaria perfección. Ajenas por completo al devenir de nuestras miradas, son ellas quienes impertérritas nos observan. Palabras, palabras, palabras.

Santa quietud la de la piedra que nada dice y todo lo absorbe, hasta la metralla. Subidos al muro, decimos lo que decimos sin la convicción necesaria para asegurar que detrás de lo que decimos realmente haya algo. Pero ni somos lo que decimos ni decimos lo que somos. ¿A quién queremos convencer con nuestros salmos? ¿Qué oración será capaz de sustituir mi muerte? ¿Acaso valen lo que valen las palabras sagradas del chamán? Yo no soy yo ni las cosas son ya las cosas. Bebe la vid el vino que darán sus uvas, y a escondidas se emborracha. Nada es ya lo que parece.

Somos con-fabuladores de lo real. A nada ni a nadie debemos lo que somos, sino al azar. Somos, con el resto de las cosas que son, una pieza insustituible y sin embargo prescindible (contra-dicciones: dicciones en guerra). Somos sobre una duda que, a la vez que nos corroe, nos alimenta. Espejo por el que las cosas regresan para ser otras, nuestros diccionarios esconden en su seno un resplandor de laberinto inacabado que segrega tinta por los costados. Palabras, palabras, palabras. El mundo sabe, y nosotros con él, que lo estamos engañando. Soy como la pesadilla de un rostro ajeno que pretende ser yo, agazapado entre la necesidad y el azar. Al albur de los días, el nombre de este mar que es todos los mares se multiplica y me vence. Nada queda por esperar. Han pasado los años y sigo remando. Ni yo mismo sé cuántas vueltas he dado al mundo. Envuelto en un mar de palabras, dejo apuntadas unas cuantas al abrigo del libro de notas. Retales que unidos a otros harán que de nuevo se escuchen sonar los telares. Palabras, palabras, palabras. Escondidas en los archivos y escogidas al azar, nos asombran nos alumbran nos deslumbran nos acogen nos repiten nos inventan nos reconcilian nos interrogan nos desbordan nos responden nos asustan nos sorprenden nos encuentran nos acercan nos abruman nos desencuentran nos arriman nos acarician nos abrazan nos avisan nos odian nos saludan nos increpan nos insultan nos besan nos adulan nos aman nos elevan nos hunden nos aprietan nos recitan. Y cada mañana, nos dan los buenos días. Gracias, LdN, por albergarlas.

Agustín Ijalba | 20 de diciembre de 2013

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