Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
A propósito del debate generado en el LdN por el asunto de Antonio Gamoneda, al que la poesía guarde muchos años, y tras una lectura en bloque de los comentarios –hasta dieciséis llevo leídos– y de los recién estrenados Textos del cuervo de Marcos Taracido, decido intervenir en defensa de no sé muy bien qué. De saber algo, sí sé que ignoro el estado de la materia que me empuja a participar (no sé si sólida o gaseosa o plasmática o bose-einsteniana o líquida, vete tú a saber, querido Marcos –gran hallazgo el artículo de Alfonso Jiménez–), quizás la más atractiva sea esa en forma de plasma, por lo de la ebullición y la algarabía atómica, tal vez.
Algarabía poética. Este será el título. La poesía se descuelga de las ramas y cae a tierra, atraída por el plasma. Hay un estado marmóreo, una súplica abisal que nos descoloca tras la lectura del Libro del frío. Pero que no te deja impasible. Imposible. ¿Qué es eso de la objetividad, caramba? Objetivo viene de objeto, de cosa, de materia, de mundo. Pero las cosas que en el mundo son y están y lo conforman no parece que tengan espacio para el libre albedrío…hasta que llega la poesía y les concede el don de la libertad. Una metáfora es un soplo de aire fresco que renueva el hastío de la piedra. Déjala pasar.
En ese mundo de objetos, el poeta es como un mueble. Recibe polvo, pasa desapercibido, hace bulto, estorba, guarda objetos inútiles, se aja, envejece, lo recolocan, lo cubren con una sábana, lo esconden en la buhardilla, lo recuperan, lo tapizan, lo dejan en el salón aburrido…la poesía se resuelve en los pequeños detalles, en los hallazgos casuales. El poeta siempre saldrá a tu encuentro. De ti depende que te dejes encontrar.
Lo que me lleva de nuevo a la plaza pública, al callejón y a la esquina sorpresiva, donde las palabras se debaten y saltan y compran y van de mano en mano como de voz en voz aligerando de eslabones la cadena. La palabra poética desciende hasta lo más elemental y dice lo que queda. En ese poso último descansa nuestra esperanza y se condensa el futuro. Ahí queda.