Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
La ciencia nos sorprende con hipótesis acerca del origen de la vida, y mientras tanto la vida se nos escapa por la rendija ineludible de lo desconocido. Hay una pulsión irreductible entre el conocimiento científico y la creencia mítica. Tiene que ver, intuyo, con nuestro origen. Precisamente con el origen de la vida. Es una pregunta que desconcierta a quien la formula porque trata de señalar con el dedo hacia un lugar que no ocupa lugar.
O que ocupa ese mismo espacio que aturde al pronunciarlo: el vacío. Somos presa fácil de un lenguaje que a menudo comulga con realidades embrionarias. Palabras que nos indican por dónde pueden ir las cosas que nombramos, pero que nada nos dicen acerca de las cosas mismas. Yacemos en una ignorancia que cabría tachar de negligente y supina. Y lo peor es que lo ignoramos.
La ciencia, amada literatura, es un relato que trata de asir el mundo por las ramas que tú misma fabricaste. Bañada de lógica quizás, pero narrada, la ciencia se descuelga por el lugar más inhóspito de la razón, aquél en el que las cosas se mezclan con sus nombres, y al mezclarse la delatan. Férrea la razón, se adhiere al mundo como prueba irrefutable de su existencia. Pero en su soberbia, ¡cuántas verdades encubre!
Todavía no hemos salido del mito y ya estamos pensando en volver. En nuestra peregrinación hacia el logos, aparecen y desaparecen multitud de caminos, como si al hallarlos se desdoblaran para llevarnos de nuevo a la fantasía del origen. La vida, esa temeraria ficción, es la que en verdad nos dice.