Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
Salgo al escenario y alzo el telón. Saludo al exterior. ¿Al exterior de dónde? Quizás al exterior de mí mismo, me digo mientras observo, en penumbra, una imaginaria sala de butacas. O quizás a un exterior inventado por otros. ¿Y si tan sólo fuéramos un apartado reducto de interiores inalcanzables, recubiertos de aparentes formas humanas que traducen los extraños productos de sus mentes? Gran teatro interior donde todo sucede como por encanto, necesitamos abrir el telón de nuestra mente para que otros acudan a ver lo que sucede sobre el escenario, para resolver nuestras dudas en la certeza que la percepción del otro nos devuelve, para reclamar la textura de esa mirada ajena que nos refleje la infalible verdad de nuestra presencia.
Pero somos fácil presa del engaño. ¿No es acaso nuestra presencia una verdad ajena, un suceso que acontece necesariamente en presencia del otro? ¿Cómo delimitar un mundo interior de otro exterior? ¿La piel es nuestra frontera? ¿No somos más allá de ella? Me inclino a pensar incluso que sin ese exterior al que acudimos para lanzar saludos no existiría —metafísicamente: no tendría posibilidades de existir— ese mal llamado teatro interior de nuestras conciencias. No hay identidad que se forje con independencia del contexto, como no hay casa que se alce ignorando la calle, la plaza o la avenida, todas ellas públicas, a las que da frente. Somos en conexión permanente, y en permanente conexión resolvemos nuestras vidas. La red que sostiene estas letras en cualquier pantalla anónima, perdida en cualquier lugar de cualquier universo posible, no viene a ser sino fiel reflejo de algo que nos conforma desde antiguo. Del ágora al mercado, de la plaza a la asamblea, del zoco a la red, el verbo ser se conjuga necesariamente en plural: no somos sino pequeños retales en el tejido colectivo de la existencia, en el discurso cada vez más complejo de una historia que nos resulta extraña por fugitiva, pero que sin duda nos conforma. Y es que en la red, amigos internautas, aún hay vida.