Es un buen momento para reafirmarse en los actos de rebeldía.

Habitualmente es en las fechas destacadas y conmemorativas cuando se recuerdan algunos valores o motivos por lo que hacer pública nuestra voz, denunciando y exigiendo mejoras y condiciones mínimamente aceptables. Y con ser importante, no es suficiente. Hay motivos para hacerlo todos los días del año.

Claro que pasar a la rebeldía activa y continua tiene su aquel, y lleva asociada su “paquetito” de etiquetas identificativas que colgar a la persona en cuestión: que si rojera inadaptada, que si activista pseudo-progre, que si okupa, que si anti-sistema, que si feminista trasnochada, y cualquier otro calificativo salido del conformismo y la apatía de determinado status quo de no-se-sabe-bien-qué.
Me agota la inercia, el dejarse llevar por la costumbre y por el “siempre ha sido así”. Me hastían las personas que parecen tener horchata en vez de sangre en sus venas y que no quieren ver más allá de lo que ocurre en sus propias vidas. Me repelen las manipulaciones y chantajes, vengan de donde vengan. Me resisto ante las violaciones de los derechos humanos. Me enerva el descaro y la prepotencia de algunas personas cuando intentan justificar los actos abusivos de las relaciones desiguales de poder.

Y por ello reafirmo mi rebeldía, porque hacen falta otras reglas del juego que no limiten los derechos sino que los garanticen, que no sean concesiones sino ejercicios de plena ciudadanía, que no establezcan un realismo aparente, sino realidades compartidas.

Hoy es la víspera de otro 25 de Noviembre, día internacional en el que las denuncias contra la violencia ejercida contra las mujeres se proclamarán una vez más al unísono.