Ramiro Cabana es comentarista de radio y televisión. Tele por un tubo dejó de actualizarse en agosto del 2006.
Hola de nuevo mis amadas telespectadoras, mis queridas personas lectoras. Hoy voy a hablar de la tele del corazón, después de mucho tiempo. Ocurre que ayer, mientras hacía la digestión en la capilla y canaleaba de un lado a otro, me detuve en Aquí hay tomate. No sé por qué. Quizá haya sido la mano de mi ángel de la guarda, la que me freno la mano del mando. Quizá haya sido un deseo profundo e inconfesable de saber qué pasa en el mundillo de caca y canela en el que viven los famosetes. Jamás lo sabremos.
El caso es que estaban hablando de Ana Obregón. Da igual lo que dijeran. Lo que me llamó la atención es que la llaman “la bióloga”, y lo hacen sin ironía ni sarcasmo. Y mi perversísima mente me condujo a un callejón sin salida con las mejores vistas. Me dijo mi mente: Eso de que la llamen “la bióloga” sin sarcasmo es el mayor sarcasmo; que lo hagan sin ironía es la mayor ironía. ¿A qué persona de enorme inteligencia cómica se le habrá ocurrido semejante y genial ataque?
Para empezar, Ana Obregón no es bióloga. Terminó la carrera de biología, pero no ejerce. Si yo acabo la carrera de ingeniería de sistemas pero trabajo de taxista, soy taxista, no ingeniero. Acabar una carrera significa que uno (o una, si se trata de vosotras) ha cumplido con una serie de requisitos burocráticos y, si ha habido suerte, sabe algo sobre un tema. El título no confiere una calidad moral a perpetuidad. Y tampoco es un título nobiliario.
Obregón se dedica a actuar en series de televisión. Se la podría llamar “la actriz”. Aunque también eso corriera el riesgo de convertirse en un sarcasmo. Pero al menos eso es algo que hace de verdad, mal o bien, a gusto de algunas de vosotras, incluso.
Uno (una) es lo que ejerce. Si una ministra de sanidad abandona su cargo para dedicarse a regentar un fumadero de opio, pues ya no es ministra y sí regenta de dicho fumadero. Puede que en el submundo del opio la llamen “la ministra”, pero sólo será un apodo, no un título.
Otros dos ejemplos. David Duchovny, también conocido como Fox Mulder, de Expediente X, estudió literatura en Yale; sin embargo, nadie lo llama “el literato”, o “el hombre de letras” o “el filólogo”. Aznar aprobó las oposiciones para inspector de Hacienda. Si sus contrincantes políticos lo hubiesen llamado “el inspector de Hacienda” (en lugar de “bigotes” o lo que fuera), es posible que jamás hubiera llegado a ser presidente del gobierno.
Obregón cometió el error, tiempo ha, queridas, de intentar defender su dignidad ante las cámaras cardiológicas, alegando su titulación como bióloga. Y ahora vive con el resultado de su indiscreción. La llaman “la bióloga”, con lo que niegan (por omisión) que sea actriz. Me encanta ese ataque tan sutil, que tiene la capacidad de ser devastador y dejarlo todo intacto a la vez. Como esas bombas que sólo matan a la gente, pero dejan la propiedad inmobiliaria en pie. Buenísimo para los negocios.
Un último ejemplo y me voy. Borja ejerce de Mejor Perro Salchicha del Mundo. Le llaman Borja y Mejor Perro Salchicha del Mundo. Si alguien lo llamara simplemente “perro salchicha”, sin mayúsculas y sin todo lo demás, o “salchicha” a secas, Borja tendría motivos de sentirse sarcasmeado, y podría exigir explicaciones a su sarcasmeón. Pero nadie se atreve.
Y menos sabiendo que meterse con Borja es meterse con Tigre, El Perrillo Chihuahua Más Feroz del Universo.
Hay miedo, queridas.
Chao.