Ramiro Cabana es comentarista de radio y televisión. Tele por un tubo dejó de actualizarse en agosto del 2006.
Hola guapísimas guapas. Hoy es día de algo famoso, por lo tanto festivo, y todo el mundo está en la carretera arriesgando la vida para reducir las listas de desempleo en el sector servicios, que es el que se encarga del servicio de habitaciones en la temporada de nieve. Antes era la temporada de esquí; ahora es la temporada de los deportes de nieve. La temporada de nieve consiste en que uno se deje rodar montaña abajo con todos los huesos rotos, en caerse por algún sitio inaccesible para que la brigada de rescate de la Guardia Civil pueda incrementar su autoestima, en alquilar apartamentos carísimos, estrenar chándales de invierno hechos con materiales ultra novedosos y los colores más feos. Todo eso.
Para mí la temporada de esquí, o de los deportes de invierno, sólo existe por la tele. Y es de lo más divertido-aburrido que hay. Me gusta ver a esa gente que se tira a toda hostia montaña abajo sobre dos tiritas de material sintético, con un palito en cada mano, en busca de una moneda gigante chapada en oro. Aunque sospecho que es mejor buscarse un curro serio, conseguir dinero para comprar oro de verdad, llevar dicho oro a un orfebre y que éste fabrique una medalla que ponga lo que uno quiera. Campeonato mundial de papanatismo 1999. Certamen internacional de muñecos de nieve 2002. Concurso municipal de cocina de invierno 2005.
Y digo que me gusta ver a esa gente bajar la montaña (cuando no existía necesidad alguna de subir) porque de vez en cuando se pegan una hostia terrible. Siempre ha sido muy humano disfrutar con las hostias que se llevan los demás. Y no hay nada mejor que disfrutar de la propia humanidad en casita, bien calentito uno, delante de la tele (que en mi caso es de plasma y enorme).
Otro de los deportes de invierno que me parece absurdo y me encanta es el bobsled, una especie de trineo en el que van varios tíos o tías por un canal cavado en la nieve. Me gusta por lo que tiene de retro, ya que dicho trineo no lleva motor ni nada, y su velocidad, que puede ser considerable, depende enteramente de la gravedad y la buena conducción del conductor. Todo perfectamente inútil.
También está el jóquei sobre hielo, que es como el fútbol pero sin la menor gracia. Sin Ronaldinhos. Con una ficha que interpreta el papel de pelota y que por la tele apenas se ve. Luego, en las mismas pistas, hay gente que organiza campeonatos de baile de salón sobre patines, deporte olímpico. Ese me gusta sobre todo cuando a la pareja favorita del público le roba la medalla de oro una cábala de jueces, nombrados por nadie sabe quien, que se confabulan para anular esperanzas y gozos. La corrupción de los jueces en los deportes estéticos es proverbial. Y ofrece una lección importante al público, lección que reza de la siguiente manera: Hola queridas, ¿o es que os pensabais que todo iba a ser democracia y estado de derecho?
Luego la gente sale de los pabellones sin haber aprendido la lección, diciendo cosas absurdas como “No hay derecho”, montándose en un coche cuyas ruedas no llevan cadenas, coche que patina en la carretera (como antes lo hicieron en la pista los y las ídolos de sus ocupantes), se cae por un barranco y ayuda a aumentar el nivel líquido de autoestima en los grupos de rescate.
El otro deporte de invierno que me gusta (bueno, se practica todo el año), tiene como estadio los platós de televisión donde montan los telediarios. El deporte consiste en contar los muertos en accidentes de carretera, y el festivo puente por el que ahora atravesamos es el primer campeonato invernal. Me gusta mucho la cara de seriedad que intentan las cabezas parlantes que dan las noticias, me gusta porque no casa con la absoluta felicidad con la que dan las cifras de siniestralidad. Nos dicen que hay más que el año pasado con esa misma pasión que uno siente al ver aumentar la cotización de sus acciones en un ordenador conectado a la bolsa de valores. Porque todo vale a la hora de combatir el aburrimiento civil de la sociedad. Mostrar imágenes de coches destrozados es lo mismo que ponerse a ver el eslálom gigante para ver quién se la pega. Es ese morbillo. Ese placer pequeño de no ser yo, de que sea otro, ya que yo estoy en casa calentito, envuelto en una manta, gastando calefacción a tope y con el chocolate a la taza entre las manos.
Por último, un deporte de invierno, que he practicado, pero que no ha entrado en las olimpiadas, es el de las guerras de bolas de nieve. Nada hay más sano en el universo, queridas amigas personas lectoras, que ver como esa bola que hemos hecho con nuestras propias manos y con tanto esmero, estalla en la cara de nuestro contrincante. ¡Cómo se le queda roja la cara, del bolazo y de la indignación! Eso es lo mejor, queridas. Uno hace ejercicio, disfruta de la naturaleza y, de postre, humilla a sus amigos.
¿Qué más se le puede pedir al invierno?
Chao, guapas. Y abrigaos, que viene la gripe aviar.