El mundo es ancho y ajeno, queridas amigas. Ancho y ajeno. Siempre cito el título de la novela del escritor peruano Ciro Alegría, porque me parece una manera muy elegante de decir Que se jodan. Y el otro día se lo dije a mi chavala, no diciéndoselo a ella, claro, sino a los periodistas (sic) del corazón. Porque a la hora de la comida, mi chavala me contó lo que sabía del último escándalo, del que un servidor vuestro no sabe casi nada, por estar envuelto en otros menesteres, buena parte de ellos por cuenta vuestra.

El escándalo, como habréis imaginado, es el de Lydia Lozano, que dicen que se inventó otro escándalo en relación con la hija de un famoso llamado Al Bano (a quien, si os apetece, podéis ver esta noche en TELE5 a las veintidós). Yo, claro, no pienso meterme en el escándalo de la hija porque no tengo ni la más remota idea de lo que ocurrió en su momento ni de lo que ocurrió últimamente. No. Yo pienso comentar alegremente, como es mi estilo, el acto de canibalismo mediático que se está dando, con Lydia Lozano en el puchero.

Canibalismo muy saludable, queridas amigas, aunque ya se sabe que dicha práctica culinaria conlleva el riesgo de adquirir un cerebro espongiforme o enfermedad de las vacas locas. Es una realidad comprobada en algunas islas de los mares del sur.
La movida es que la señora Lozano salió con un filete—¿qué digo?—un chuletón jugosísimo con el escádalo de la hija, diciendo que esa mujer desparecida hace un par de lustros, vive tranquilamente en el Caribe, donde van a pasar sus vacaciones los horteras.

Y claro, todo el mundo quería un trocito del sangrante filete. Y Lydia era la reina de la parrillada, hasta que resultó que su filete no era de vaca, y si lo era, no había quien lo demostrara. Así que decidieron comérsela a ella. Puro canibalismo profesional, queridas amigas personas lectoras, canibalismo del bueno, del que tanto le gusta al genio que redacta estas líneas.

Pronto saldrá algún listillo y dirá que esto es bueno porque demuestra que la prensa rosa también es capaz de autorregularse, de ponerse sus propios límites sin necesidad de que el estado intervenga, incluso, que es una cuestión de mercado libre. Porque si alguien salta con una noticia falsa por dinero, los demás saltarán sobre esa persona periodista, también por dinero. O sea que todo queda en casa y las masas se lo pasan bomba viéndolo por la tele.

A mí, claro, esas disquisiciones me dejan al pairo. A mí lo que me interesa es que los tiburones empiezan a comerse entre sí. Lo hemos visto ya por La 2 en otras ocasiones, en algún documental cercano a la siesta. Lo hemos visto en el cine. Se trata de diversión de la buena, de alta calidad cultural y moral. Porque enseña deleitando, que era la gran meta de la Ilustración, queridas mis guapas. Enseña que si mientes por dinero, la gente que se dedica a lo mismo que vosotras vendrá a por vosotras, os tirará en el puchero y cuando estéis bien tiernitas, os hincará el diente como un gourmand que lleva tres días comiendo arroz blanco y galletitas saladas, por culpa de una diarrea pillada de forma incauta de unas ostras que no estaban en condiciones.

Las ferocidad de los tiburones es legendaria, queridas amigas. Y ahora tendremos ocasión de volver a verla, en vivo y en directo, y a todo color. Ante tal perspectiva, Borja, el mejor perro salchicha del mundo, está que se mueve más que su propio rabo. Tigre, el mejor perrillo chihuahua del mundo, no entiende lo que le pasa a Borja, su padre adoptivo, pero también salta y tiembla y ladra. Parece un pelín estúpido, pero es que es joven. También le gusta el fútbol, como quedó demostrado la semana pasada.

En fin. Que os mantendré informadas de la comilona, guapísimas, y hasta entonces,

Chao