¿Recibís en vuestra humilde morada alguna forma honorable de televisión de pago, queridas? Eso espero, porque lo demás es tan insoportable que sería mejor clavarse dos agujas en los ojos, como Edipo, una en cada uno, que tener que sobrevivir con solamente los canales en abierto.

Originalmente, esta era una columna aristocrática con fines democráticos. Mi meta era hablaros de la mierda que os echan de comer intelectualmente por la caja lista y ayudaros a digerirla, que es ayudaros a hacer más mierda con ella—pero sólo después de haberle sacado todo el jugo y todas las vitaminas que aún llevara dentro. Pero para ayudaros a comer mierda, tenía que comérmela yo también. Y eso no tiene gracia. Y menos si está recién hecha, calientita, humeando en el aire helado del invierno, un pelín suelta. Me refiero a todo eso que nos echan en directo: la basura del corazón, la pornografía velada (sic), la tontería más grande. Todo eso que tanto dinero aporta a las teles: públicas y privadas. No por nada existe una asociación clásica y psiquiátrica entre el excremento y el dinero. Como veis, todo es pasta.

Ahora estoy cambiando de opinión. Me apetece hablar de lo que echan en la tele digital, que aparentemente es el futuro de nuestro atraso tecnológico: nos lo echarán por cable o satélite, pero no por banda ancha. Me apetece porque hay algún que otro programa que me gusta, y me gustaría hablar bien de algo, para variar. Para no volverme loco de atar, con tanta negatividad, tanta mala hostia, tanto mal rollo. En realidad, lo que quiero es no caer enfermo de tanta mierda que me toca comer por ayudaros en la digestión.

Así que la semana que viene, me cambio a hablar de lo que dan por cable. Y eso haré a menos que vosotras queráis que siga hablando de la basura. El instinto democrático me puede. Así que si queréis que reseñe algún programa en particular de los que dan en abierto, podéis ponerlo en un comentario aquí abajo. ¿Os parece?

Venga, pues hasta la semana que viene

chao