Ramiro Cabana es comentarista de radio y televisión. Tele por un tubo dejó de actualizarse en agosto del 2006.
Alegres amigas mías, alegres de cascos y de alegría, ya veo que os ha gustado la crónica anterior. Y lo siento, de verdad, porque no todas las semanas puedo hablar de sexo y de guarradas. No insistáis, que no puedo. Siento decepcionaros, pero hoy no vamos a hablar de cochinadas. O sea que si tenéis una de esas conexiones cutres de tarifa plana a horas intempestivas, ya os podéis ir.
Esta semana he escogido un programa de concurso porque no daban otra cosa, que es por lo que quien se sienta delante de la caja lista ve un programa de tal escantillón. Mucho ha evolucionado el concurso televisivo con los años; tanto que incluso Gran Hermano es un concurso, y también es una evolución del bajo instinto humano conocido por el sufrido nombre de cotilleo. Y luego está La Granja, que es una evolución de Gran Hermano, pero con más zoofilia.
El programa en cuestión es ¡Allá tú!, con Jesús Vázquez de presentador. Y es un programa basado en lo que a mí más me gusta, que es la decepción, la frustración de las expectativas, o sea, la realidad pura y dura, amigas. ¡Allá tú! es mucho más realista que Gran Hermano porque en GH la gente ya va preparada para actuar delante de las cámaras. Va mentalizada y eso lo estropea todo. No hay nada peor que alguien ya mentalizado para la cámara; es como si se le hubiera pervertido el alma para siempre, para toda la eternidad, claro, porque un alma pervertida es irrecuperable. (No confundir con un alma dañada por el proceso de la vida). Y no hay nada que pervierta más que la cámara, sobre todo si es de televisión.
El realismo de ¡Allá tú! viene de dos cosas. Una es esa de las expectativas que uno va viendo como se joden. Y otra es la de que la gente que sale a concursar no ha tenido oportunidad de pervertir su alma. Salen limpios, con toda su avaricia y su necesidad de pasta a ver qué sacan. Y eso se les ve en las caras. La idea original de GH era precisamente aprovecharse de esa inocencia, pero ya no funciona. Ahora quien ve GH lo hace por pura perversión. Ha perdido su pureza, su realismo, su virtud y sobre todo, sobre todo, sobre todo, su interés.
Bien. El concursante de hoy en ¡Allá tú! es Félix, minero de un pueblo llamado Escucha, que me pareció oír que está en Teruel. Cuando Teruel exista, es probable que aparezca en algún mapa, y entonces me tomaré la molestia de buscarlo. Además, estoy en la capilla, donde tengo mi tele de plasma, y la biblioteca está del otro lado del palacete y me da una pereza imperial ir a buscar el atlas. También es verdad que puedo enviar a que me lo traigan, pero están ocupados con la cena y no me apetece encabronar al servicio. No vaya a ser que me escupan en la sopa.
La idea del concurso es que Félix tiene una caja. En la caja hay un premio. Pero Félix debe descartar otros veinte premios, que están en las cajas de otros 20 concursantes en espera de su oportunidad, antes de poder abrir la suya. Los premios van desde una escobilla (de vater, supongo) a 300.000 euros, que no está mal, ¿porque cuánto ganáis al año, amigas? El premio mayor de ¡Allá tú! ha de ser diez o veinte veces eso.
Entre medio de los descartes, va llamando La Banca, cuyo deber es desconcentrar a Félix y ofrecerle pasta por su caja. Siempre menos de lo que la caja podría contener,claro. Lo llaman La Banca porque quieren que pensemos que al otro lado del teléfono está un atareado y sudoroso equipo de actuarios midiendo probabilidades, y comparándolo todo con unas tablas secretas recientemente adquiridas en el mercado negro del espionaje industrial, a un camello de secretos industriales de la industria de los seguros y otras formas de pillaje por números. Pero no. En realidad, del otro lado del teléfono no hay más que una ayudante de producción aburrida que gana lo mismo que vosotras, y gasta tanta energía reprimida en limarse las uñas (de puro aburrimiento) que probablemente pasarán seis meses antes de que pueda volver a rascarse el cuero cabelludo, u cualquier otra parte de su carcasa que lo requiera.
Para que veáis que lo de la banca no cuela os ofrezco pruebas. El concurso se va a publicidad. Meten un montón de anuncios tontos como uno en el que sale una chica y dice: “Llega a video y dvd la pasión de cristo una interesante película que todos deberíamos tener.” ¿Tener dónde, querida? Y luego meten un publirreportaje de Inversión, o Mi Cartera, o como sea que se llame, o sea lo que sea lo que me quieran birlar. Porque de birlar se trata. ¿Vosotras invertirías vuestro valiosísimo dinero en lo que anuncian ahí? ¡Pues claro que no! Y no es tanto porque todo el mundo se puede apuntar a esa inversión, es así como se gana invirtiendo, sino porque lo más probable es que la información esté tan trasnochada que ya no valga ni para reírse de ella. Lo que ocurre es que los actuarios que deberían estar ahí detrás con sus algoritmos y sus tablas, se aburrían tanto, que decidieron montarse un negocio por otro lado. Y de ahí la movida esa del publirreportaje.
Pero el concurso no es aburrido. El concurso se está acabando y yo estoy aquí contándoos los secretos de la tele. Se está poniendo emocionante. A Félix le quedan varios posibles premios. Félix es puro. Tiene su avaricia y su necesidad intactas. Igual que vosotras. Pero las esconde. Cuenta que quiere el dinero para enviar a su mujer y a su suegra en una gira turística por el Tíbet, país lleno de espiritualidad y otros timos a los que la gente pija se apunta periódicamente, como el budismo. Lo que Félix quiere decir, es que la pasta les proporcionará la oportunidad a su mujer y a su suegra, de ser pijas por un día. Eso es lo que quiere, el dinero es para ellas. Y esa clase de avaricia y necesidad es muy respetable. Más que ser un pijo y convertirse al budismo. O a eso otro que celebran en los chiringuitos de por aquí.
A Félix le quedan los siguientes premios: el de 15.000, el de 30.000, el de 60.000, el de 1.000 euros, el de 5, el de 100, y la escobilla. La ayudante de producción llama y le ofrece 7.000 euros si lo deja todo y se larga. Félix resiste. Yo quiero que Félix gane. Todos lo queremos: lo quiere el público del plató, lo quieren los concursantes que esperan su turno, lo quiere Jesús Vázquez para darle caché a su programa, lo queréis vosotras, que os siento vibrar con la emoción de mi narrativa.
Félix pierde los mil euros, los cinco y los sesenta mil. La chica de la trastienda llama ofreciendo ocho mil. La cosa se pone mejor. Pero Félix aguanta. ¡Eso es, Félix, aguanta, aguanta!, grito yo. El mayordomo mete la cabeza por la puerta de la capilla para ver si necesito algo. Lárgate, le digo. Y no me escupas en la sopa. Félix pierde los treinta mil y los cien euros. ¡Quedan quince mil y la escobilla! ¡Qué final más emocionante, amigas! Y aquí estoy yo gritándole a Félix que se arriesgue, igual que yo me arriesgo a que me escupan en la sopa. Llama la chica sin uñas y reduce su oferta a siete mil. ¡Mojate, Félix, ve a por todas, juégatela!, grito yo.
Pero Félix se raja. Se queda con los siete. Sabe que es una pasta y su avaricia y su necesidad no son lo suficientemente intensas como para poder sobrevivir una decepción si sale la escobilla. Pero son lo suficientemente intensas como para quedarse con la pasta que le ofrecen y volver a casa con algo. Que algo es algo y siete mil pavos no está mal para no haber hecho nada.
Jesús Vázquez, entonces, va y mira en la caja de Félix. Contenía esos quince mil. Félix ha ganado, pero sabe que ha perdido. A eso me refiero con lo de la decepción y la frustración de expectativas. El mundo es ansina, amigas, y además es ancho y ajeno y los actuarios siempre sabrán cómo joderos, cómo jodernos.
¿A que os he defraudado, queridas amigas personas lectoras? Pues ahora ya lo entendéis. Ya sabéis lo que es eso de las expectativas frustradas.
Y ahora, después de esta gran lección moral, me voy, que se me enfría la sopa. Chao.
2004-10-27 05:52 ciro alegría ha venido a enfriar la sopa.
ja.
me he leido todo, para ver si finalmente félix tenía alguna escenita con la limadora de uñas y lograba terminar con su ansiedad sórdida.
me equivoqué.
igual ha valido la pena poner paños fríos a tanta invitación al pecado.
(gracias por el paño.)