Ramiro Cabana es comentarista de radio y televisión. Tele por un tubo dejó de actualizarse en agosto del 2006.
Sobrias, austeras amigas de Libro de Notas. ¡HA LLEGADO CABANA! O vuelto. Bueno la verdad es que no sé si he llegado a Libro de Notas o he vuelto a Almacén. Que ya no existe. Tras el repentino y tajante cierre del gran Almacén, debido principalmente a carencias pecuniarias y otros cansancios de menor orden (como la falta de apoyo expreso por parte de quien lo leía gratis), Cabana, el ídolo de las micro-masas lectoras y paladín de las mismas en asuntos de televisión, Cabana, esa sosa cáustica entre tanta podredumbre, cutrez y niñatería senil, ha vuelto. O sea que he vuelto. O llegado. Es igual, dentro de un par de semanas todo dará igual, habréis cogido el ritmo de mi desdén y amor por la tele y empezaréis, amiguitas, a pasároslo en grande. Que es como hay que pasarlo.
En Almacén, me obligaban el Gran Marcos Taracido y el otro, ¿cómo se llama?, Colom, Roger Colom, me obligaban a escribir cada quince días. Ahora la cosa viene semanal, un pelín más acorde con el trepidante, repetitivo y aburrido ritmo de la tele, que en nuestro país, Espéin, todavía estamos aprendiendo a hacer. No sé si tendré también que ponerme serio. ¿Más? Libro de Notas parece cosa seria. Como si quisieran que les tomaran en serio. ¡En serio! El trío Taracido-Castro-Colom, indesmoralizable, exige que quien venga a currar aquí, curre. En mi caso eso significa que tengo que ver la tele, en mi fantástica y carísima pantalla de plasma, cada siete días, en vez de quince. Un esfuerzo sobrehumano, como podréis comprobar si un día os compráis una. Y la encendéis.
Alguien dijo una vez que una imagen vale más que mil palabras. (Yo calculo que se refería a lo que pagan en los periódicos, la foto vale más o menos lo mismo que un artículo, en euros.) Pero el bulo llegó a Espéin en esa patera cultural en la que todo nos llega más tarde, agotado, desnutrido, al borde de la hipotermia, y los espeinoles corrieron a darle la bienvenida con mantas, tetrabriks de zumo de naranja, inyecciones de suero y una sonrisa. La llegada de este bulo significaba que ya no era necesario leer. Lo único que hacía falta era echarle un vistazo a las imágenes, y de vez en cuando a algún gráfico. Como comprar el Marca todos los días, o creer que porque hemos puesto el telediario de ruido de fondo mientras comemos ya estamos informados. De lo que sea. Por eso escribo sobre televisión, queridas, para que leáis algo. Ya veréis como es indoloro echarle un vistazo a la letra. Puede que incluso llegué a gustaros.
Hace poco salieron no sé qué encuestas o informes o estadísticas señalándonos a los espeinoles y las espeinolas como los últimos europeos en engancharse a la red. A la red de redes como les gusta decir a los cursis. Luego salió alguien y dijo que los números en eso de la lectura son exactamente iguales. O sea que somos un país, como mucho, de televidentes. Por eso estoy yo aquí. Presentando mi columna en LdN. Tratando de caer bien sin caer del todo bien, sin caer bien, sin caer. Para que leáis algo. Si vais a ver la tele, cosa que a mí me obligan a hacer, pues puede que os pueda timar un poquito para que leáis. Uniendo vuestra cosita (ver la tele) y la mía (leerescribir) puede que lleguemos a follar mentalmente con alegría, como si estuviésemos dando la bienvenida a los Americanos, como si estuviésemos mezclando metáforas, preparando un batido de metáforas para ver a qué sabe. Es cuestión de probar.
Las amigas que me leían en Almacén estarán pensando: Bueno, a ver si Cabana se deja de metáforas y casquetes en seco y se mete ya en lo de la tele. Paciencia. Yo sé que me sois fieles y pienso abusar de esa fidelidad todo lo que pueda. Antes de empezar a lameros el ego con mis sagaces comentarios, he de preparar a las lectoras de LdN, que también quieren ser mis amigas, y es posible que un día lleguen a serlo. Si pagan. Esto de ver la tele por vosotras es duro, tenéis que entenderlo: un trabajo vil y mal remunerado que (gracias a mi fortuna personal) puedo hacer y hago como un favor hacia vosotras. Para defenderos de vosotras mismas. O sea que ojo con retirarme la confianza, ¿eh, amigas?
El otro día me encontré en la calle con un amigo que hacía tiempo que no había visto. El tío estaba cambiadísimo: había perdido peso, ganado en sonrisa, y si me apuráis, en pelo craneal. Le pregunté si estaba enfermo. Dijo que no. Que había vendido el televisor y se había apuntado a un gimnasio. Mal asunto, pensé. Este tío se ha vuelto loco, se ha unido a una secta de esas que van casa por casa predicando no sé que tontería mal aprendida, o se ha echado una novia. En cualquier caso, mal. A mí tampoco me gusta ver la tele. Pero eso no quiere decir que pueda venir cualquier buen amigo a inyectarme con un enorme sentimiento de culpa porque yo no me he desecho de mi fabulosa pantalla de plasma. Y menos si encima va al gimnasio.
¿Vosotras vais al gimnasio? ¿Para qué? ¿Para qué queréis todo ese excelente tono muscular? ¿Para follar más? ¿Para vivir más? Y cuando lleguéis a los setenta, ochenta, noventa, cien, ¿qué haréis? ¿Morir de Alzheimer? Alzheimer es un eufemismo, queridas amigas de verdad; su nombre real, el antiguo, como habréis oído en vuestra tierna infancia, antes de que el periodismo se pasara del Nodo al publirreportaje, es DEMENCIA SENIL. Así, queridas, ¿para qué vais al gimnasio? ¿Para morir de pura senilidad?
Y por extensión, ¿para qué veis la tele? ¿Para lo mismo? ¿Para morir en el sofá de algo que sólo podrían descifrar los del CSI? ¿Para morir de aburrimiento, de risa, de esa risa triste que provoca la tele? ¿Para eso? Pues bien, amigas mías del alma, no os preocupéis. Aquí esta el Gran Cabana para salvaros. Para inyectaros el gran suero sálvalotodo que es mi carcajada enemiga, ya sea en su versión sutil o en su versión brutal. Aquí estoy YO, el gran defensor del pueblo tele-evidente, el post-sindicalista del consumidor y la consumidora de imágenes, la bestia de carga de vuestras mayores aspiraciones frustradas por vuestra incapacidad de levantaros del sofá y lanzaros al mundo. YO, queridas amigas. YO OS SALVARÉ.
O quizá no.
En fin, más sobre este febril asunto, y como pronto será costumbre, la semana que viene.
Post Scriptum: Borja, el mejor perro salchicha del mundo, agita la manita (con mi bienintencionada ayuda) y os dice chao.
2004-10-06 14:28 Pero si estamos encantadas con tu vuelta! Vale, estábamos calladas como señoras que fuman, pero era por respeto y devoción al Gran Cabana. Ramiro: ¿es cierto lo que dicen sobre Charlie Parker, que murió de un ataque de risa frente al televisor? No sé, lo leí en alguna parte, pero seguro que no fue en la calle…
2004-10-06 15:16 Gracias, gracias. No sé nada del deceso de Parker. Lo que sí sé es que Elvis, el Rey, murió en el trono, del esfuerzo y la peritonitis subsiguiente. O sea que se le reventaron las tripas. Por eso, amiga, te recomiendo el consumo excesivo de fibra. Y agua, bebe mucha agua.
Una de las pocas cosas de las que estoy seguró es que yo no moriré como el Rey. Lo más probable para un servidor y héroe es la embolia. Que se me reviente una vena en el cerebro durante el penoso cumplimiento de mi deber, o sea, mientras veo la tele. Pero de aquí a que ese feliz encuentro con el más allá tenga lugar, amiga mía, sigue leyendo a este tu esclavo (a quien no le vendría mal un aumento de sueldo: el palacete conlleva muchos gastos). Y gracias no sólo por la confianza, sino por la paciencia, que es más importante.
chao
2004-10-06 15:59 Pues sí, parece que murió riendo mientras veía la tela; viendo en el show de Tommy Dersey a un prestidigitador hacer volar ladrillos por el aire y chocar unos contra otros. El esfuerzo o la casualidad le reventaron el hígado cirrótico y el corazón. No es mala muerte.
Y desde aquí pido por favor a las admiradoras de Cabana que guarden silencio, que no le adulen, que se ponen insoportable; ya en, le escribe una y ya pide aumento de sueldo.
Saludos.
2004-10-06 19:36 ¡Ay!, Cabana y Marcos, que en la tele no hay ya prestidigitadores de esos que hacen volar ladrillos. A más de un tertuliano le vendría bien una caída de ladrillo de prestidigitador en la cabeza, y a más de un espectador morirse de risa viendo la susodicha caída. Lo malo es que Sanidad tendría que poner un cartelito en los aparatos: ¡ver la tele puede matar! Incluso en un palacete.