Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
Especulo con la escasez. Retengo lo necesario para mi futura ganancia. Sé que las cosas suceden caprichosamente, con la lucidez de un payaso que pusiera en solfa mi estrategia. Y por eso tomo mis precauciones. La clave de mi éxito es saber esperar. No dar crédito al neurótico que siempre te aconseja vender. Cuanto mayor sea la demanda, mayor mi beneficio. Tomemos como ejemplo el territorio. Es un bien que no puede producirse a gran escala. Su ocupación, por ello, es cuestión de supervivencia. La ecuación es sencilla: todo el mundo necesita una vivienda, y cuando todo el mundo disfrute de una vivienda, una gran parte de ese mundo necesitará sin duda apartamentos para poder sentirse de vacaciones, centros comerciales para poder gastarse el dinero, carreteras para llegar a esos centros comerciales, aparcamientos para coches, gasolineras, etcétera. Sólo cuando el mercado alcance el precio que yo previamente haya fijado, venderé. Pero no antes. Yo tengo la llave. Pienso si no será esa sensación de poder la que de verdad me seduce, más aún que el mero beneficio económico. La economía es así de extraña. Tiene sus cosas. Sentado en mi sillón, al caer la tarde, escribo en mi cuaderno una cifra, y al lado una apuesta: ése será el precio al que dentro de un año venderé lo que acabo de comprar, doble contra sencillo. Si pierdo…todo queda en casa. El colchón de mi banco es suficiente: yo soy su mayor accionista.