Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
El ansia por volar nos empuja a romper el ancla que nos retiene atados a la roca, pagando el atrevimiento de Prometeo, de tantos y tantos que como él se aventuraron por la senda de la subversión tras el hastío. Dicen que así expiamos un daño que nos expulsa de la tierra prometida. Pero en el forcejeo rompemos a jirones nuestra piel e incluso la carne desollada sirve para alimentar las alas. ¡Qué más da perder a estas alturas un poco de sangre por los costados!
El daño deja rastro, no se olvida. Cuando ya casi parecía olvidado regresa, al cabo del tiempo, envuelto en un halo de incertidumbre y duda. La paz siempre es transitoria para quien sufrió la pena en los primeros años de su existencia. No hay amor que no resista la desdicha del insomne, la huida entre tinieblas, la quimera del desamor. El hombre yace postrado sobre una duda que le corroe a la vez que le alimenta. ¿Por dónde empezar a urdir la trama de la salvación? Quizás no haya salvación, quizás la trama sea una excusa para la supervivencia, quizás no hagamos cada día sino deshilar lo hilado, reclamar una paz de la que somos impagables deudores.
La misma paz que reclaman quienes gritan desde el olvido pidiendo justicia (¿pero qué es la justicia sino un rito, una pura invención para decir, para comprender el mundo?), pidiendo una explicación que resulte convincente ante la barbarie. La osadía del horror no conoce fronteras, y las religiones que se autocalifican como guías para la liberación se encastillan y se convierten en monstruos insondables, harpías que consumen hasta el tuétano la escasez de una razón escuálida, que se sustenta sobre un rayo de felicidad donde la dicha terrenal debería ser sagrada. Pero no. Seguirán predicando la lágrima, el lamento, el sollozo, la negritud insondable del dolor primigenio.