No encuentro discursos esta noche. Pero la soledad acude a rescatarme. Los años que han ido pasando, y que hoy se cumplen en un rito ya legendario y cada vez más estúpido, se acumulan en mi regazo y bloquean las salidas. Pocos para decir basta. Demasiados para el todavía.

En las axilas escucho un eco lejano de asfixia que obstruye los poros de mi piel hasta provocarme hartazgo. Respiro hondo, pero en las profundidades nada encuentro. Algo metálico en el estertor se requiebra para buscarme sin tino. Acudo al rastro que dejó mi sombra al descubrirme casi anciano y taciturno. Pesadez sin peso, cadencia virtual de quien se siente cerca de ningún sitio, labio sin voz que cobijar.

Veo en las esquinas de mi rostro el saludo del adiós, el declive que inicia su proceso lento de conquista. Espejo vil que me devuelve en un futuro ya sin ayer al que lanzar el ancla. Tiempo escaso para remediar lo que él mismo me arrebató.

Perdido en el abismo inventado por la edad, difumino los contornos de mi ser para justificar mi ignorancia. No encontrarme, amigo, no significa que no esté.