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Retales por Agustín Ijalba

Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.

Ser de este mundo

Ser de este mundo produce sensaciones contradictorias. ¿Habitamos el único mundo posible? ¿O tenemos la posibilidad de cambiarlo a nuestro libre albedrío? Crece mi escepticismo, y con él la distancia entre lo que pudo ser y lo que es aumenta en proyección geométrica. El valle que se abre a mis pies responde a mis querencias con una paz excesiva, y toda la naturaleza exuberante me invita a la felicidad.

Pero sé de dónde vengo, y sé también que el valle es efímero, como efímeras son sus respuestas. No hallo en mi escondite la llave que me abra la puerta, la misma puerta que antaño se abría a la luz de los atardeceres encantados. Y regreso por ello cabizbajo al asfalto a deducir caminos. Hay en el urbanita una huella que lo decanta, que lo delata al revertir el paisaje y descubrirse formando parte de él, volteado hasta pervertir su mirada. Porque es su mirada, y no otra, la que ha devuelto al mundo a su lugar de origen, la que le ha permitido verse desde la inmensidad como un pequeño universo de nimiedades sin talla. Alzo la mirada del valle y en los contornos de la montaña me parece ver el perfil de un rostro que observa las nubes. Paisajes detenidos que son paisajes sin tregua, últimos reductos donde poder habitar un instante.

Porque el paisaje somos todos frente a todos: el árbol haciendo sombra y yo mirando al árbol; la piedra inmensa que se burla del tiempo desde un silencio intratable, y que parece mirarme con gesto altivo; la lluvia que vuelve y que nunca llega, que amaga y esquiva; la abeja que zigzaguea y abre paso a la savia que alimenta mis palabras. Toda verdad es poca para verme sentado aquí, frente a mí mismo hecho valle y piedra y lluvia y abeja, estertor de un mundo que no deja ya las puertas abiertas. Y mientras, la hormiga de la senectud que nunca termina de horadar conciencias.

Agustín Ijalba | 10 de abril de 2006

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